martes, 19 de abril de 2011

DE JUDAS Y LA TRAICION


No obstante, aún sucedía que Cristo iba de lu­gar en lugar, acompañado de un ya bastante numeroso grupo. Cuando en este o aquel lugar uno de ellos hablaba, podía creerse que era el Cristo mismo quien hablaba, pues El hablaba por la boca de todos. Hubo, por ejemplo, un diálogo entre los escribas. Ellos decían: para aborrecimiento del p ...ueblo se podría prender y matar a cualquiera de ellos, pero se tomaría, quizás, a Uno por otro, pues todos hablan de igual mo­do. Por lo tanto, esto no resuelve nada, ya que posible­mente el verdadero Cristo Jesús sobreviviría. Es preci­so prender al Cristo mismo. Sólo los discípulos mismos fueron capaces de hacer la distinción; pero ellos, naturalmente, no iban a decir al enemigo quién era el verdadero Cristo. Pero ahora, Ahri­mán había adquirido fuerza suficiente con respecto a la pregunta que había quedado sin resolver, pregunta que el Cristo no pudo decidir en los mundos espirituales, si­no únicamente en la tierra.
Pero por el hecho más grave tuvo que conocer lo que significa hacer pan de las piedras. Pues Ahrimán recurrió a la complicidad de Judas Iscario­te. Por la manera de cómo el Cristo obraba, no hubiera existido ningún recurso espiritual para descubrir quién, en medio de los que le veneraban, era el Cristo. Pues donde el espíritu, incluso lo supremo de la fuerza persuasiva, ejercía su influencia no fue posible apoderarse de El. Únicamente se logró aprehenderle donde actua­ba quien empleaba el medio desconocido al Cristo y que El no llegó a conocer sino por el acto más grave sobre la Tierra. Por ningún otro medio hubiera sido posible reconocerle sino únicamente porque intervino quien se puso al servicio de Ahrimán, quien efectivamente sólo por el dinero llegó a cometer la traición. El vínculo de Cristo con Judas consistía en que en la escena de la tentación había tenido lugar lo que es comprensible en el Dios: El no sabía que sólo para el cielo es cierto que para el pan no se necesitan piedras. La traición se hizo porque Ahrimán había retenido el aguijón. Además, el Cristo debió someterse al dominio de la muerte, por cuanto que Ahrimán tiene poder sobre ésta. He aquí el vínculo de la es­cena de la tentación y del Misterio de Gólgota con la traición de Judas. Mucho más habría que enunciar concerniente al Quin­to Evangelio; pero las demás partes del mismo seguramente se darán a conocer en el curso de la evolución de la humanidad. Por los relatos escogidos he tratado de dar una idea de cómo es este Evangelio. Y ahora, al final­ de estas conferencias, siento nuevamente, en lo profun­do del alma, lo expresado en la primera conferencia, es decir, que son las necesidades de nuestro tiempo las que exigen hablar del Quinto Evangelio. Y lo expuesto en esta oportunidad también requiere que sea acogido en concordancia con estas condiciones. RUDOLF STEINER
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