miércoles, 20 de abril de 2011

AMANECER DE LA CONSCIENCIA


Aquella máxima evangélica que decía que “No se puede servir, al mismo tiempo, a dos Señores”, sumada a la de “Mi reino no es de este mundo”, nos conducen al hecho real de que el Cristianismo no es una religión o un método, sino que es un estado de consciencia que no se difunde mediante prédicas sino mediante vivencias y realizaciones conscientes. Si Cristo es el Vencedor de la muerte, el primer Resucitado y quien aseguró que “Quien crea y viva en Mí no morirá”, fue porque, venciendo a la muerte, es decir introduciendo Vida en la muerte, posibilitó la Consciencia. Lo primero que hizo el Cristo, después de su muerte en la cruz, fue romper las barreras del Hades, para liberar a las almas allí aprisionadas, para posibilitar su correcta re-integración al proceso natural post-mortem, de forma que tales almas dejaron de vagar por un limbo anodino y grisáceo, en un océano de inconsciencia y oscuridad, para poder reintegrarse a un proceso que abriese y posiblilitase la luz de la consciencia a toda la Humanidad. Es por tanto a partir del Gólgota  que amanece en la historia de la Humanidad un nuevo proceso de autoconsciencia personal y social, que se desarrolla e intensifica después mediante un proceso de individuación creciente, a partir del siglo XIX, dentro de lo que se ha llamado Epoca del Alma Consciente en el desarrollo evolutivo del alma humana.
El objetivo de la Evolución no es otro que el de generar los estados convenientes de conciencia, y por ello cada Época, cada etapa, cada momento, requieren una estado de conciencia adecuado a ella para hacerle frente. Por consiguiente, lo que nos sucede en la actualidad es que, al objeto de tomar consciencia de aquellas fuerzas adversas que inconscientemente en este mundo de materia controlan nuestro sistema de cuerpos inferiores, debemos comenzar por hacernos sensibles a la percepción del Mal, ya que en definitiva, los entes suprasensib1es, las Jerarquías Superiores, son únicamente consciencia. Para nuestra etapa actual, lo que se espera de la humanidad es una clase de consciencia especifica,  y de lo que se trataría es de cultivar una forma de consciencia que sea susceptible de registrar la naturaleza dual de nuestra realidad. Esto es más difícil de lo que parece, porque hace muchos milenios que la mente humana ha sido condicionada para filtrar e interpretar la realidad como si fuese unitaria, y, ya sabemos que un órgano, una facultad, que dejan de ejercitarse, termina por desaparecer. Cuando el individuo toma conciencia de la permanente acción del Mal y de que la realidad material es un «ensueño", una "ilusión", esta realidad pierde, en una cierta medida, al principio pequeña pero progresivamente creciente, su capacidad de encantamiento y aprisionamiento sobre la persona, debilitando paulatinamente la identificación egóica que la aferra a la materia y a las fuerzas que la dominan y la sostienen.
Según opinión extendida en la ciencia moderna las religiones son el resultado de la invención del hombre para hacer frente a su temor a lo desconocido y para rellenar el vacío de su ignorancia.  Y sin embargo ello se contradice con cualquier investigación rigurosa de la realidad: el ser humano primitivo era incapaz de inventarse nada, o de percibir un vacío existencial, pero sí era capaz de recibir enseñanzas, no a través del intelecto, de entidades suprasensibles que percibía y que le supervisaban y conducían.  Por tanto, la religión era el código de comportamiento y comunicación del hombre primitivo con tales entidades no materiales. Y así ha sido durante milenios.
Cuando, tal como nos relata Steiner, el ser humano pierde sus facultades de percepción suprasensible, ya casi extinguidas al final de la época anímica conocida como del Alma Sensible (hacia el 747 A.C.), en la decadencia de las épocas egipcio/persa/caldeo/babilónica/judia,  comienza la época cultural greco-latina de desarrollo del Alma Racional o de sentimiento y que va a durar aproximadamente hasta 1413 con el Renacimiento. Tal traslación supone la transición de un tipo de conciencia afectiva-participativa a una pensante-separativa.
En la etapa del Alma Sensible el ser humano estaba conectado directamente con la realidad que le circundaba a través del sentimiento y de una percepción no mediatizada por el pensamiento. Totalmente integrado en la realidad, formaba parte de ella y sentía con ella, no se cuestionaba su papel en el mundo.
Cuando decaen las facultades propias de este tipo de configuración anímica se plantean las propias del Alma Racional. Hay una desvinculación con el entorno y un sentimiento de aislamiento que hace que el hombre se plantee su destino y el profundo sentido de las cosas, del sufrimiento en la vida y acerca de la verdad. En esa época tenemos el surgir del pensamiento como un instrumento para empezar a conocer la realidad y el papel que el hombre tiene en el mundo. Es el inicio del ejercitamiento del juicio y la crítica, que se manifiestan en los primeros autores griegos y en el nacimiento de la filosofía, al mismo tiempo que de un pensamiento racional, aunque cargado de emotividad.
El Desarrollo del Alma Consciente
Desde el siglo VI D.C. se venía preparando, como impulso espiritual en el proceso evolutivo humano, el germen de una nueva facultad en el ser humano, en aquella parte de nuestro psiquismo ejercida sobre la percepción sensorial del mundo físico, que nos confiere una conciencia de vigilia o alerta sobre la realidad físico-material. Tal tipo de percepción es la necesaria para  despertar la individualidad, subyacente en el concepto de egoísmo o falsa individualidad, inicio o germen de lo que en el futuro habrá de ser la auténtica individualidad en lo fraternal, como expresión de un absoluto desprendimiento y de entrega crística. Este impulso va a fermentar a partir del siglo XV, que es lo que se conoce como etapa anímica del desarrollo del Alma Consciente en la que actualmente estamos, y que va a durar aproximadamente hasta el 3573.
Gracias a esta nueva facultad en la psiqué de la persona, ésta tiene la opción de encontrarse frente a su propia identidad individual distintiva del resto de los seres, posibilitándole su auto-determinación independiente de las instituciones y entidades sociales político-religiosas que hasta entonces la han dirigido, o de la atadura a los lazos hereditario-sanguineos o de razas, pueblos y nacionalidades. En el periodo del Alma Consciente el hombre puede ir despertando a su individualidad absoluta, frente al resto de la realidad entendida como algo ajeno.  
Van a surgir movimientos filosóficos y diversas teorías de conocimiento, como el romanticismo, el idealismo, el positivismo, el racionalismo y el existencialismo, etc,, en esa búsqueda del comportamiento idóneo para conseguir trasformar positivamente la realidad. La conexión mundo externo/cerebro (sistema neurosensorio) nunca ha sido tan nítida y clara como en esta época, y eso hace posible ese despertar de la individualidad, de la conciencia, a pesar de la dificultad, todavía, de situarnos dentro de la realidad, de lo que es y de lo que nosotros somos dentro de ella.
            En esta nueva etapa anímica de despertar de la conciencia se hace una especie de recapitulación, como impulso espiritual de las etapas anteriores, que se pueden caracterizar en lo cultural en los siglos XV y XVI desde Italia del alma sensible (en el Renacimiento) y desde el XVII en Francia del alma racional (con la Revolución Francesa).
Posteriormente es en la cultura germano-anglo-sajona (compuesta de británicos y alemanes) en donde se va a caracterizar plenamente la época del Alma Consciente con la revolución industrial. A partir del siglo XVIII, en el XIX y sobre todo en el XX, después de la 2ª guerra mundial,  estos pueblos que la representan, y en su extensión al continente americano, son los que van a ejercer la dirección real en todo el planeta.
Sabemos que los impulsos espirituales que tienen que caracterizar a una época cultural se producen ineludiblemente, aunque generalmente sean pervertidos en su aplicación. Como ejemplo de ello tenemos lo acaecido con la Revolución Francesa, en la que los impulsos crísticos rosacruces de libertad, igualdad y fraternidad, en lugar del efecto de modelación de los sistemas sociales, lo que previeron en su aplicación fue  favorecer a los dirigentes sociales y a las clases burguesas poseedoras de los bienes económicos.
Pero si honestamente nos preguntamos ¿Qué es lo que caracteriza a la época del Alma de Conciencia hoy día?. ¿Qué es lo que ha pervertido los impulsos espirituales correctos de fraternidad en lo económico, de igualdad en lo político-jurídico y de libertad en el pensar?. ¿Qué es lo que mueve las voluntades de más de 6000 millones de seres humanos que habitan el planeta? Habremos de contestar con total seguridad y sintéticamente: el dinero. Se quiera o no, guste o no guste, es el dinero el motor social básico de nuestras sociedades, en manos de oligopolios y de empresas multinacionales, unidos a los sistemas financieros globales, al sacrosanto principio económico de libertad de la economía (la llamada economía de mercado) en todo un mundo regido por la filosofía y la praxis del liberalismo o  neo-liberalismo económicos, asumido a nivel internacional por todo el poder y el orden mundial, a través del movimiento total de capitales, los beneficios ilimitados, etc.
Libertad en el Pensar y Fraternidad en lo Económico
Todo ello no es sino una tergiversación de la libertad de pensamiento que tenía que producirse en el siglo XIX: los libre-pensadores. El punto de partida se basaría en que los seres humanos, las personas, no tienen que estar sometidas, en su capacidad pensante, a ninguna doctrina o creencia, a deologías, a una raza, a un sexo o a un estado, sino simple y llanamente a su propio yo. En la época del Alma Consciente os procesos culturales y educativos han de posibilitar el funcionamiento autónomo del pensamiento en los procesos de individualización necesarios.
Por el contrario lo que sí habría que estar condicionado y regulado por leyes es la economía, que no se puede mover en absoluta libertad, sino en base al concepto de la fraternidad. La economía en libertad significa que cada uno que pueda va a ejercer los estímulos y a poner los mecanismos para optimizar una producción en base al beneficio personal, sin leyes que lo limiten o impidan. ¿Qué pasaría con la economía si no existiera el dinero, si sólo existiera lo que cada uno necesita: vivienda, comida, vestido, etc.?.¿Cómo nos íbamos a proveer de eso? . Nos daríamos cuenta de que lo importante no es el dinero, que desapareciese, sino de quedarnos sin lo que tenemos (ropa, casa, coche, colegio, etc.). Es esencial el diferenciar entre las estructuras actuales montadas en base al dinero, al trabajar por un sueldo, o el ser consciente de que si yo produzco algo no es para mi, sino para los demás, a los que a su vez necesito para vivir, desde algo tan simple como un jersey a unos zapatos, pues ello me permitirá constatar que miles de personas están trabajando para permitirme desarrollar mi existencia, y que asimismo mi trabajo es para los demás, no para mi mismo. Si piloto un avión, por ejemplo, no es por el sueldo, sino porque ayudo a desplazarse a 200 personas que lo necesitan.
El proceso se ha pervertido a través del ciclo económico en los últimos siglos y por eso ahora todos creemos que trabajamos exclusivamente para nosotros mismos. El desarrollo profesional es absolutamente egoísta y entendemos que eso es lo normal y conveniente. Tal filosofía de vida, ya enraizada en lo más profundo de nuestro inconsciente, a través de todo un sistema educativo y cultural, impide al ser human concienciar que lo importante es lo que cada uno de nosotros aporta a los demás y lo que muchas personas nos aportan con su trabajo a lo largo de nuestra vida.
Hijos del Siglo XX    
Todos los procesos culturales están basados en teorías de conocimiento, o fundamentos filosóficos que los dirigen. En este sentido todos nosotros somos  hijos del siglo XX”, inmersos en una cultura que se ha estado preparando desde hace algunos siglos, y por eso pensamos, como lo hacemos, en normas y creencias que desde la infancia nos han sido enseñadas y que consideramos y creemos verdaderas. Sin embargo es precisamente en nuestra época de desarrollo de la conciencia individual cuando sería el momento de poner en cuestión todo eso aprendido y darnos cuenta de la gran cantidad de cosas que “sabemos” pero que no son verdaderas. Salvo que seamos analfabetos y marginados socialmente todos estamos educados en base a una civilización occidental que se ha extendido a todo el mundo, desde Asia a África y Australia. Es una influencia que viene de los Estados Unidos de América fundamentada en una gneosología que originariamente procede de Europa, concretamente  de Francia y Alemania, pero fundamentalmente dirigido desde Inglaterra en lo económico,que luego fue fermentado en USA y posteriormente expandido al resto del mundo.
Durante miles de años la humanidad había estado vivenciando que los pensamientos son seres vivos que desde el mundo espiritual se manifiestan en la mente humana, que recoge esos pensamientos y los ordena y comprende adecuándolos al mundo físico material.  En el siglo XV, como hemos visto, comenzó del desarrollo de la conciencia, de manera que determinadas personas empezaron a experimentar que su pensamiento nacía en su propio cerebro: “pienso, se me ocurre, tengo ideas elaboradas por mi”. De esa forma se fué desvaneciendo toda posibilidad de percibir el pensamiento como un regalo, cual lluvia procedente del mundo espiritual, y ese proceso culmina en los siglos XIX y XX con la expansión de la cultura y la alfabetización de grandes masas de población, todo lo cual e generó una ola cultural que desvanece cualquier conocimiento (que no creencia) espiritual.
        Surge el concepto de propiedad intelectual, regida por el dinero, los derechos de autor, como creaciones mentales que tienen un autor. Es un proceso paralelo al aislamiento, al sentimiento de no pertenencia a un grupo, a la importancia personal. Yo soy el que importo, por encima de la familia, raza, país, etc, cada uno es cada uno, con toda su miseria y grandeza. Según vamos atrás en el tiempo la importancia grupal era mayor, el individuo era importante en función del grupo al que pertenecía. En la época del alma consciente nos consideramos yoes individuales. Es un proceso evolutivo por el que el ser humano tiene que pasar, enfrentándose a la problemática del egoísmo que rige la individualización, lo cual coincide con un incremento de las fuerzas del pensamiento en relación con los sentimientos personales. Estoy yo sólo y está el mundo: el sujeto y el objeto. A ello se suma todo un proceso de cambio en el rol de los sexos, que se produce a mediados del siglo XX en que la mujer, el aspecto femenino del ser humano, va a tomar también el impulso de la individualización de manera que deja de estar secuestrada por la  masculinidad para actuar firme y resueltamente en el entramado social, político y económico.
Individualidad e Individualismo
El problema de la individualidad es que puede conducir a crear individuos, algo que se necesita, pero también a un incremento del individualismo exacerbado, del egoísmo. La individualidad es necesaria como proceso, una individualidad inevitablemente egoísta en principio, por el que todos tenemos que pasar, y en el que tenemos la oportunidad y el derecho a decidir guiar nuestra voluntad para pensar y actuar de la manera que consideremos más adecuada. Ello supone un enorme cambio cultural en el que las doctrinas religiosas y creencias van perdiendo fuerza.
El individualismo hace que me aísle del grupo y vea a los demás, intuitivamente, instintivamente, como algo peligroso, a enfrentar. Cuanto más soy “yo” más pierdo de empatía con los demás y menos dependo del grupo, con el que no me puedo comunicar. Ello conduce a la competitividad en un mundo de triunfadores y perdedores, que lo son porque se lo merecen. Sin embargo el individuo es la persona que ha podido independizarse, de alguna manera, de los condicionamientos sociales impuestos. Desarrolla una personalidad acorde con lo que moralmente cree es verdadero y bueno. Puede aportar a lo social lo mejor que tiene ya que la sociedad necesita muchos individuos que hayan superado las fuerzas de egoísmo.
El yo tiene que relacionarse con el otro yo, no en función de que el otro me agrade o no constitucionalmente. La esencia está dentro, “acorazada”por el egoísmo individualista. Tengo que ver al individuo que está detrás de la mera apariencia que el otro me presenta, lo cual dificulta las relaciones humanas.
A la vez el hombre necesita verse a sí mismo, aunque haga lo que sea para no ver su propio yo, y por ello  recurre a drogas, evasiones, etc. que aturden y atrofian su cuerpo astral (emocional), adormeciendo su conciencia, porque la conciencia le va a llevar a ver cómo vive su espíritu, y, si carece de autodisciplina y voluntad, le llevará por tanto a la frustración y, en su consecuencia, a la huida del propio autoconocimiento.
La vigente cultura materialista tiene la ventaja de poder homogeneizar, mediante el pensamiento único que allana todas las diferencias, a miles de millones de seres humanos “robotizándoles” para cumplir consignas, con todo el poder de los medios de comunicación. En este sentido el problema actual del ser humano no es por una carencia de capacidades espirituales, sino fundamentalmente por condicionamientos culturales que nos han ido castrando convenientemente cuando nos creemos: “no eres nadie, no posees nada, no tienes nada trascendente, cuando te mueras se acaba todo...o te condenas o salvas por toda la eternidad si no cumples los mandatos”, etc. Con esto se ha conseguido aniquilar la seguridad del ser humano en si mismo, su propia autoestima, a la vez que todo lo que tiene que ver con la tradición y las costumbres se debilita, las iglesias pierden poder a marchas forzadas, al igual que las tendencias familiares.
Este proceso aniquilador de toda la influencia cultural anterior que se ha producido en el siglo XX y que sigue avanzando, hace que el individuo se rebele al no haber ya nada que dirija su voluntad, generándose así el vacío en las almas, la negación de Dios, la inseguridad. Para sustituir o compensar la falta de lo divino, y por debilidad anímica se ha sustituido la fe en la iglesia y en sus dogmas que no se comprenden, por una cierta fe en los postulados científicos (la autoridad de la ciencia) que tampoco se comprenden, aunque se den cómo verdaderos en una especie de fé innata de carbonero. Fundamentalmente somos seres de fe, necesitamos creer en algo, aunque sea en instituciones que estén por encima de nosotros, a las que otorgar la fuerza y la representación de la verdad que no conocemos: ello nos va a dar una cierta seguridad, a pesar de que la ciencia sólo abarca el campo físico-material, sin respuesta alguna de lo trascendente. Al final la persona, si piensa, pierde también esa seguridad y se queda en lo que hoy se vive como una indeterminación en la que el hombre vuelve a experimentar la sensación: “sólo se que no se nada”. Contamos con muchísima información que en lo esencial no nos vale puesto que no sirve para contestar a las preguntas vitales: ¿De donde vengo, quien soy, hacia donde voy?.
La Fuerza del Pensar  y la Conciencia Moral
La humanidad se ha entregado con confianza infantil a la fe que no se comprendía, durante muchos siglos, a la providencia divina a través de sus “representantes” en la tierra, ya sea en el catolicismo como en el resto de religiones establecidas. Era necesario que se pudiera hacer un trabajo desde el individuo, con la fe que no se comprendía en base a la fuerza del sentimiento, entregándose la confianza a aquello que no se podía unir con la fuerza de la conciencia. Pero han pasado más de 2000 años de evolución y hoy ya podemos plantearnos las cuestiones conscientemente con la fuerza de nuestro pensar.
Si se pregunta ¿Qué es un ser humano?. Entre otras cosas podemos considerarlo como “un centro de conciencia moral en evolución”, es decir, tenemos una conciencia y una moral, que evolucionan. Sabemos que en la naturaleza todo está conformado para que funcione equilibradamente, sin exceso ni defecto, sin que nadie ponga en peligro la continuidad de la vida... salvo el ser humano, que puede ser peligroso para el planeta. Entendemos como moral lo que facilita esa continuidad, e inmoral, lo que la perjudica. El hombre, durante millones de años, siempre ha tenido una moral, sin conciencia, desde cada célula, subsumida en el organismo del que forma parte todo un ejército de seres espirituales, actuando con la exclusiva misión de conformar el cuerpo, abnegadamente. Otras conciencias actúan por nosotros.
Ahora todos somos necesariamente egoístas para poder individualizarnos, y por tanto somos en parte inmorales. Nuestra conciencia empieza a estar desligada de los impulsos espirituales que las Jerarquías Divinas no shan venido desde siempre. El pensamiento comienza a manifestarse realmente en la humanidad desde ese comienzo de la filosofía, a través del amor a la sabiduría, desde hace 2700 años en Grecia, cuna de la civilización occidental. Ese pensamiento, aunque todavía se vivenciaba como un regalo del mundo divino de las ideas, permitía entrar en contacto con la realidad, e irá evolucionando hasta que, desligado de lo divino, se considera un derecho de las personas, de los autores pensantes. Se pierde la dirección moral automática, un comportamiento moral instintivo, y se gana la conciencia a través de nuestro pensamiento, por medio de una libertad para su utilización en lo que queramos sin la necesidad de estar mediatizados por doctrinas y normas.
Hoy día todos tenemos una capacidad de pensamiento, con unas posibilidades ilimitadas que desconocemos; estamos al comienzo de su utilización, después de cinco siglos  lo usamos casi en exclusiva para nuestros intereses, para ir descubriendo algunas leyes físicas que rigen en el plano material. Este uso egoísta del pensar era necesario y lícito porque el ser humano tenía necesidad de dejar de pensar “religiosamente” (no espiritualmente) sustituyéndolo por un pensar científico y así ganar el control de la subjetividad y la conquista de la objetividad. Esto tenía que generar una actitud correcta de no usar ese pensar egoísta exclusivamente para mi conveniencia y placer para adecuar las leyes del mundo físico que puedo descubrir. Esa cualidad de objetividad del pensamiento científico era necesaria para que se pudiera desarrollar la conciencia moral individual. Para ello hay que dejar de pensar de forma utilitaria para poner la conciencia de cada uno al nivel de la realidad, proceso que aunque muy largo ya es posible realizar, a partir del siglo XX, por la objetividad ganada gracias al desapego en la investigación científica.
Objetividad en el pensamiento que ha llegado a muchos millones de seres humanos y posibilita el comienzo de esa conciencia moral dirigida por ese pensar libre de prejuicios y condicionamientos culturales y doctrinas. Comienzo de un proceso que todos podemos hacer si nos lo proponemos y empezamos a desembarazarnos de esos condicionamientos culturales que tenemos: requiere un trabajo personal de auto-conocimiento, un camino de investigación personal sobre la realidad, de cambio de la ciencia natural a la ciencia espiritual, no negando lo natural, sino incluyéndolo dentro del ámbito de toda la realidad anímico-espiritual en la que vive lo físico-material, expandiendo nuestra conciencia, hoy tan limitada porque nuestra cultura nos enseña (y nos lo creemos) que nuestra conciencia tiene que ceñirse a la enseñanza que recibimos (condicionamientos, que no determinaciones que no puedan ser modificadas).
Esto nos da la clave del porqué de la situación actual del caos que padece el hombre hoy, de indeterminación y desesperanza. Cada uno tiene que reflexionar y dándose cuenta (tomando conciencia de la realidad) ver lo que puede hacer. Lo importante es la actitud que tomemos, obrar moralmente lo mejor que podamos, según lo que cada uno considere sea lo más adecuado. Ello va a depender de la sabiduría de cada uno, que se ha de trasformar en amor. La forma que tenga de ver la vida cada hombre va a condicionar la moral que posea. Lo cual conllevará una actitud exigente de buena voluntad y total honestidad. Que los procesos personales sean conscientes, lo más auténticos posible, no artificiales ni inducidos por nada ni por nadie, sino por mi mismo, por mi voluntad, para que, sin angustias, y ejercitando ese Alma Consciente que estamos desarrollando toda la Humanidad en este actual período evolutivo transcendental, yo mismo los pueda trasformar.
Equipo de Redacción Biosophia

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