sábado, 26 de noviembre de 2011

EL MISTERIO DE LA NAVIDAD_RUDOLF STEINER (25 DICIEMBRE 1923

Conferencia de Rudolf Steiner 
Dornach, 25 de diciembre de 1923. 
Mis queridos amigos: 
Queremos que hoy en esta sala resuenen en primer lugar las palabras que resumen lo que queremos poner ante nuestras almas como resultado más importante de los últimos años. 
Después se dirá algo más acerca de estas palabras, que por de pronto nos dan una síntesis. Mas primero dejemos que lleguen a nuestros oídos para renovar así en nuestro sentido, desde los signos del presente, las antiguas palabras de los misterios: “Conócete a ti mismo”:

¡Alma humana!
Tú vives en los miembros
que por el mundo del espacio
te llevan al ser de los mares del espíritu:
Ejercita el recordar espiritual
en lo hondo del alma
donde, en el imperante
Ser creador de los mundos
se genera
el propio yo
en el Yo de Dios;
y de verdad vivirás
en la esencia cósmico-humana. 
¡Alma humana!
Tú vives en el latir del corazón y del pulmón
que, a través del ritmo de los tiempos,
te conduce al sentir de la propia esencia anímica:
Ejercita el contemplar espiritual
en el equilibrio del alma,
donde las fluctuantes
acciones del devenir de los mundos
unen
el propio yo
al Yo cósmico;
y de verdad sentirás
en el actuar anímico humano. 

¡Alma humana!
Tú vives en la cabeza en reposo
que, desde los fundamentos de la eternidad,
te revelan los pensamientos cósmicos:
Ejercita la visión espiritual
en la calma del pensar
donde los eternos fines de los dioses
donan
luz de esencia cósmica
al propio yo
para su libre voluntad;
y de verdad pensarás
dentro de los fundamentos espirituales humanos.
Mis queridos amigos:
Si hoy miro atrás precisamente hacia aquello que se ha podido traer de los mundos espirituales mientras las violentas borrascas de la guerra azotaban al mundo, no puedo menos que resumirlo paradigmáticamente en esta triplicidad de versos que acabáis de escuchar.
La estructura tripartita del ser humano por la que el hombre en su entidad de espíritu, alma y cuerpo puede dar vida de forma renovada a las palabras “Conócete a ti mismo”, esta estructura triformada pudo ser percibida ya desde hace décadas. Yo mismo solo pude llevarla a su madurez durante la última década de los años tormentosos de la guerra. Entonces intenté esbozar cómo el hombre vive también físicamente en su sistema metabólico y de los miembros, en su sistema rítmico del corazón y en su sistema pensante y perceptivo de la cabeza. Y podemos estar convencidos de que el hombre que acoja correctamente en sí esta triformación, como hemos indicado ayer, vivificando su corazón con Antropo-Sofía, podrá aprender a conocer, a través de su sentimiento y su voluntad, qué es lo que está haciendo en realidad cuando se coloca con sus miembros en las amplitudes del espacio, vivificado por los espíritus cósmicos. Y así, al comprender el mundo, no de forma sufriente o pasiva, sino captándolo activamente, al cumplir con sus obligaciones, tareas y su misión en el mundo, llegará a conocer la esencia del omniabarcante amor humano y cósmico, que forma parte de la entidad total de los mundos como uno de sus miembros. Y podemos estar convencidos de que el ser humano que conozca el misterio maravilloso que obra entre el pulmón y el corazón, en el que se expresa de forma perceptible desde el interior cómo los ritmos cósmicos que actúan a lo largo de milenios, de eones, entran en oleadas en el ritmo del pulso y de la sangre para despertar al hombre dotándolo de alma desde el cosmos, si conoce esto con el corazón como órgano de conocimiento lleno de sabiduría, entonces cabe esperar que el hombre pueda llegar a saber cómo las imágenes cósmicas de procedencia divina desde sí mismas revelan al cosmos con fuerza creadora. E igual que el imperante amor cósmico se capta por medio del propio movimiento en que actúa, las imágenes primigenias del ser de los mundos se captarán sintiendo en el propio interior la transición misteriosa entre el ritmo cósmico y el ritmo del corazón y, a través de ellos, a su vez, el ritmo humano que se desarrolla misteriosamente en lo anímico-espiritual, entre el pulmón y el corazón. Y si el ser humano llega a percibir correctamente a través de su sentir lo que se revela en su sistema de la cabeza, que reposa sobre los hombros aún cuando está moviéndose, al sentirse en su sistema de la cabeza y verter en él el calor del corazón, llegará a tener la vivencia de los pensamientos cósmicos que reinan, obran y tejen en su propia entidad.
Así podrá comprender esta trinidad de todo ser: el amor cósmico que reina en el amor humano, la imaginación cósmica que reina en la configuración de la organización humana, y los pensamientos cósmicos que reinan misteriosamente por debajo de los pensamientos de la humanidad. Al comprender esta triformación, se conocerá a sí mismo como ser humano individualmente libre en el imperante obrar divino del cosmos, como hombre cósmico, como hombre individual dentro del hombre cósmico, actuando como hombre individual dentro del hombre cósmico para el futuro de los mundos. Y así, desde los signos del presente renovará las antiguas palabras: “¡Conócete a ti mismo!”.
Para los griegos, aún era suficiente decir así, ya que la percepción del hombre de sí mismo no era algo tan abstracto como entre nosotros, donde se concentra en el punto abstracto del yo, o, como mucho, en el pensar, sentir y querer. Los griegos tenían la concepción de la naturaleza humana como un todo de espíritu, alma y cuerpo. Por eso, tenían ante ellos al hombre en su integridad, en espíritu, alma y cuerpo, cuando resonaba esta antiquísima palabra solar, la palabra de Apolo: “¡Conócete a ti mismo!”.
Mas si nosotros queremos renovar estas palabras según lo requieren los signos de nuestro tiempo, tenemos que decir: ¡Oh Alma humana, conócete a ti misma en tu entretejer esencial en espíritu, alma y cuerpo!”. Entonces habremos comprendido lo que subyace en toda entidad humana. Tenemos la sustancia cósmica, en la que actúa, se manifiesta y vive el Espíritu que fluye desde las alturas y se revela en la cabeza humana; la fuerza del Cristo que obra en todo el ámbito circundante, que teje con los aires, y al circular alrededor de la tierra, actúa y vive en nuestro sistema respiratorio; y reconocemos también las fuerzas que ascienden de las profundidades desde el interior de la tierra y que actúan en nuestros miembros. Y si en este momento reunimos estas tres fuerzas –las fuerzas de las alturas, las fuerzas de la periferia y las fuerzas de las profundidades- en una sola sustancia configuradota, entonces en nuestra concepción anímica podremos colocar el dodecaedro humano frente al dodecaedro cósmico. Y a partir de estas tres fuerzas, el Espíritu de lo alto, la fuerza del Cristo en la periferia y la actividad creadora del Padre que emana de las profundidades, en ese momento querremos formar en nuestras almas la Piedra Fundacional dodecaédrica para sumergirla en el fondo de nuestras lamas, para que esté presente como vigorosa señal sobre fundamentos sólidos de nuestro ser anímico, y así, en el futuro de la actuación de la Sociedad Antroposófica podamos apoyarnos en esta firme Piedra de fundación.
¡Que siempre nos mantengamos conscientes de esta Piedra Fundacional para la Sociedad Antroposófica que hoy hemos formado! Guardemos bien el recuerdo de esta Piedra Fundacional que hoy hemos sumergido en el fondo de nuestros corazones, en todo lo que queramos hacer, tanto fuera como aquí, para fomentar, desarrollar y llevar a su pleno despliegue la Sociedad Antroposófica. Busquemos la sustancia del amor cósmico, que es nuestro fundamento, en el hombre triformado, que nos enseña el amor, nos enseña la imaginación cósmica y los pensamientos cósmicos. ¡Busquemos en este hombre la protoimagen de la imaginación, según la cual formamos el amor cósmico en nuestro corazón, y busquemos la fuerza del pensamiento que proviene de las alturas, para que esta formación dodecaédrica imaginativa de amor resplandezca como le corresponde! Entonces podremos llevarnos de aquí lo que necesitamos. Entonces brillará esta Piedra Fundacional que toma su sustancia del amor cósmico-humano, su carácter de imagen de la imaginación cósmico-humana y su luz resplandeciente de los pensamientos cósmico-humanos; una luz que en cualquier instante, si recordamos estos momentos, puede irradiar hacia nosotros con calidez, pero animando nuestra acción, nuestro pensar, sentir y querer.
Y el suelo adecuado en el que hemos de colocar la Piedra Fundacional de hoy, el verdadero suelo, lo constituyen nuestros corazones en su armónica colaboración, en su buena voluntad, impregnada de amor, para llevar conjuntamente el querer antroposófico a través del mundo. Y así, en cualquier momento podrá brillar a nuestro encuentro, como una advertencia, la luz de pensamientos que irradia de la piedra dodecaédrica de amor que hoy queremos sumergir en nuestros corazones.
Mis queridos amigos, esto es lo que queremos acoger realmente en nuestra alma. Con ello queremos dar calor a nuestra alma, con ello queremos iluminar nuestra alma. Y queremos custodiar este calor anímico y esta luz anímica que hoy hemos implantado en nuestros corazones desde la buena voluntad.
Y los implantamos, mis queridos amigos, en un momento en el que el recordar humano que realmente entiende el mundo se dirige hacia aquel punto de la evolución humana donde en la transición de los tiempos, desde las nieblas de la noche y desde la oscuridad del sentir moral humano, irrumpió como luz desde el cielo y nació el ser divino que se convirtió en el Cristo, el Ser de Espíritu que entró en la humanidad.
Y la mejor forma de dar vigor a este calor anímico y a esta luz anímica que necesitamos, es vivificarlos con aquel calor y con aquella luz que, en la transición de los tiempos, irradió como la Luz de Cristo en la oscuridad de los mundos. Ahora queremos vivificar esta Navidad prístina que tuvo lugar hace dos milenios, en nuestro corazón, en nuestro sentido y en nuestra voluntad, para que nos ayude cuando queramos llevar al mundo lo que irradia hacia nosotros por la luz de pensamientos de la Piedra dodecaédrica de amor, formada a imagen del cosmos y trasladad ahora a lo humano.
Digamos así el sentir de nuestro corazón hacia la Navidad prístina en la antigua Palestina:
En la transición de los tiempos
entró la luz del Espíritu de los tiempos
en la corriente del ser  terrenal;
su dominio perdieron
las tinieblas de la noche;
la luz clara como el día
resplandeció en las almas de los hombres.
Luz
que da calor
a los corazones pobres de los pastores.
Luz
que ilumina
las frentes sabias de los Reyes.
Luz Divina,
Cristo-Sol,
calienta
 nuestros corazones;
ilumina
nuestras frentes;
para que sea bueno
lo que de corazón
fundamos;
lo que, desde nuestras frentes,
certeramente
queremos conducir.
Esta retrospección con el sentimiento hasta la Navidad prístina puede darnos las fuerzas que dan calor a nuestras cabezas, y que necesitamos para ejercitar correctamente, actuando desde la antroposofía, lo que  puede surgir desde el conocimiento triformado del hombre, cuando se ensambla armónicamente en una unidad.
Por eso volvamos a colocar ante nuestras almas, de forma resumida, lo que resulta de una verdadera comprensión del “¡Conócete a ti mismo en espíritu, alma y cuerpo!”; coloquémoslo tal como obra en el cosmos, para que la Piedra que ya hemos colocado en el fondo de nuestros corazones pueda recibir la palabra que se dirige desde todas las partes hacia la entidad humana, la vida humana y el actuar humano, aquello que el cosmos tiene que decir a la entidad humana, la vida humana y el actuar humano.
¡Alma humana!
Tú vives en los miembros
que por el mundo del espacio
te llevan en el ser de los mares del espíritu:
Ejercita el recordar espiritual
en lo hondo del alma
donde, en el imperante
Ser creador de los mundos
se genera
el propio yo
en el Yo de Dios;
y de verdad vivirás
en la esencia cósmico-humana.
Pues reine el Espíritu Padre de las alturas
generando ser en las profundidades de los mundos.
Vosotros, Espíritus Serafines, Querubines, Tronos,
haced que desde las alturas resuene
lo que eco encuentra en las profundidades
y lo que, en el eco de las profundidades
hace resonar
el misterio de las alturas;
Esto dice:
Ex deo nascimur.
Lo oyen los espíritus elementales
en el este, oeste, norte, sur;
¡Quieran los hombres oirlo!
¡Alma humana!
Tú vives en el latir del corazón y del pulmón
que, a través del ritmo de los tiempos,
te conduce al sentir de la propia esencia anímica:
Ejercita el contemplar espiritual
en el equilibrio del alma,
donde las fluctuantes
acciones del devenir de los mundos
unen
el propio yo
al Yo cósmico;
y de verdad sentirás
en el actuar anímico humano.
Pues reina en derredor la voluntad de Cristo
donando gracia a las almas en los ritmos de los mundos.
Vosotros, Espíritus Kyriotetes, Dynamis, Exuiae,
haced que desde oriente se encienda
lo que por occidente cobra forma,
y el fuego de oriente
que recibe de occidente su configuración
Esto dice:
In Cristo morimur.
Lo oyen los espíritus elementales
en el este, oeste, norte, sur.
¡Quieran los hombres oirlo!
¡Alma humana!
Tú vives en la cabeza en reposo
que, desde los fundamentos de la eternidad
te revelan los pensamientos cósmicos:
Ejercita la visión espiritual
en la calma del pensar
donde los eternos fines de los dioses
donan
luz de esencia cósmica
al propio yo
para su libre voluntad;
y de verdad pensarás
dentro de los fundamentos espirituales humanos.
Pues reinan los pensamientos cósmicos del Espíritu
implorando luz en el ser de los mundos.
Vosotros, Arcai, Arcángeles, Angeles,
haced que en las profundidades se suplique
lo que en las alturas es concedido,
y si se comprende de verdad
lo que resuena desde los Arcai, Arcángeles y Angeles,
si desde las profundidades se suplica
lo que desde las alturas puede ser concedido,
entonces resonará por el mundo:
Per spiritum sanctum reviviscimus.
Lo oyen los espíritus elementales
en el este, oeste, norte y sur;
¡Quieran los hombres oirlo!
            ¡Escuchad, mis queridos amigos, como resuena en vuestros corazones! Entonces fundaréis aquí una verdadera asociación humana para la Antropo-Sofía, y llevaréis al mundo el Espíritu que obra  en la luz brillante de pensamientos alrededor de la Piedra dodecaédrica de amor; lo llevaréis hacia fuera, al mundo, donde habrá de irradiar luz y calor para el progreso de las almas humanas, para el progreso del mundo.
Rudolf Steiner
Dornach, 25 de diciembre de 1923

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