Estas reglas han sido escritas para todos los discípulos:
Antes que los ojos puedan ver, deben ser incapaces de llorar.
...
Antes que el oído pueda oír, tiene que haber perdido la sensibilidad.
Antes de que la voz pueda hablar en presencia de los Maestros, debe haber perdido la
Posibilidad de herir.
Antes de que el alma pueda erguirse en presencia de los Maestros es
Necesario que los pies se hayan lavado en sangre del corazón.
1) 1) Mata la ambición. [1]
2) 2) Mata el deseo de vivir.
3) 3) Mata el deseo del bienestar.
4) 4) Trabaja como trabajan los que son ambiciosos. Respeta la vida como lo hacen los
que la desean. Sé feliz como lo son los que viven por la felicidad. Busca en tu corazón
la raíz del mal y arráncala. Esta raíz vive en el corazón del discípulo fervoroso lo mismo
que en el hombre de deseos. Solamente el fuerte puede destruirla. El débil tiene que
esperar su crecimiento, su fructificación y su muerte. Es ésta una planta que vive y se
desarrolla a través de las edades. Florece cuando el hombre ha acumulado en sí
mismo existencias innumerables. El que quiera entrar en la senda del poder, debe
arrancarla de su corazón. Y entonces del corazón brotará sangre, y la vida toda del
hombre parecerá desvanecerse por completo. Hay que sufrir esta prueba; puede
presentarse desde el primer peldaño de la peligrosa escala que al sendero de vida
conduce: puede no venir hasta lo último. Pero acuérdate, ¡oh, discípulo!, que tienes
que pasar por esta prueba, y refuerza las energías de tu alma para tal empresa. No
vivas en lo presente ni en lo futuro, sino en lo eterno. Allí no puede florecer esta hierba
gigantesca: esta mancha de la existencia la borra la atmósfera misma del pensamiento
eterno.
[1] La ambición es el defecto primero, el gran tentador del hombre que se eleva por encima de
sus semejantes. Es la forma más sencilla de buscar la recompensa. Ella es la que
continuamente desvía a los hombres de sus posibilidades superiores. Sin embargo, es un
instructor necesario. Sus resultados tórnanse polvo y ceniza en la boca; como la muerte y el
retraimiento, demuestran últimamente al hombre que trabajar para sí es trabajar para una
decepción inevitable. Pero aún cuando esta primera regla parezca tan fácil y sencilla, no la
consideres a la ligera, porque estos vicios del hombre ordinario sufren una transformación sutil,
y reaparecen bajo otro aspecto en el corazón del discípulo. Es fácil decir “no seré ambicioso”,
pero no lo es tanto el decir: “cuando el Maestro lea en mi corazón, lo encontrará limpio de toda
mancha”. El artista puro que trabaja, por amor a su obra, está algunas veces más firmemente
colocado en el verdadero camino, que el ocultis ta que se imagina haber apartado de sí el
interés propio, pero que, en realidad, sólo ha ensanchado los límites de la experiencia y del
deseo, y transferido su interés a cosas relacionadas con su mayor expansión de vida. El mismo
principio se aplica a las otras dos reglas que siguen, en apariencia tan sencillas. Fija tu
atención en ellas, y no te dejes engañar fácilmente por tu propio corazón; pues ahora, en los
umbrales, un error puede remediarse. Pero si lo llevas contigo crecerá y dará sus frutos, o bien
tendrás que sufrir amargamente al destruirlo.
[2] No imagines que puedes separarte del hombre
5) 5) Mata todo sentimiento de separabilidad. [2]
6) 6) Mata el deseo de sensación.
7) 7) Mata la sed de crecimiento.
8) 8) Sin embargo, mantente solo y aislado, porque nada de cuanto tiene cuerpo, nada
de cuanto tiene conciencia de la separación, nada de cuanto está fuera de lo eterno
Puede acudir en tu auxilio. Estudia la sensación y obsérvala, porque únicamente así
Puedes empezar la ciencia del propio conocimiento, y colocar el pie en el primer
Peldaño de la escala.
Crece como la flor, inconscientemente, pero ardiendo en ansias por entreabrir su cáliz
a la brisa. Así es como debes avanzar abriendo tu alma a lo eterno. Pero debe ser lo
Eterno lo que debe desarrollar tu fuerza, y no el deseo de crecimiento. Porque en el
primer caso floreces con la lozanía de la pureza y en el otro te endureces con la
Avasalladora pasión de la importancia personal.
[2] No imagines que puedes separarte del hombre malvado o del insensato. Ellos eres tú
mismo, aunque en grado menor que tu amigo o Maestro. Pero si dejas arraigar en ti la idea de
separación de cualquier cosa o persona mala, al obrar así, creas Karma que te ligará a aquella
cosa o persona, hasta que tu alma reconozca que no puede estar aislada. Recuerda que el
pecado y el oprobio del mundo son tu pecado y tu oprobio, porque tú formas parte del mismo:
tu Karma está entretejido de un modo intrincado con el gran Karma. Y antes de que hayas
logrado el conocimiento es preciso que hayas pasado por todos los lugares así inmundos como
puros.
Por lo tanto, ten presente que el vestido manchado, cuyo contacto te repugna, puede haber
sido el tuyo ayer, o quizá lo será mañana. Y si horrorizado apartas los ojos de él una vez
echado sobre tus hombros, más a ti se adherirá. El hombre que se cree justo se prepara un
lecho de cieno. Abstente, no para permanecer limpio, sino porque el abstenerse es un deber.
Obra dictada por el Maestro Hilarión a Mabel Collins (1885)
Antes que los ojos puedan ver, deben ser incapaces de llorar.
...
Antes que el oído pueda oír, tiene que haber perdido la sensibilidad.
Antes de que la voz pueda hablar en presencia de los Maestros, debe haber perdido la
Posibilidad de herir.
Antes de que el alma pueda erguirse en presencia de los Maestros es
Necesario que los pies se hayan lavado en sangre del corazón.
1) 1) Mata la ambición. [1]
2) 2) Mata el deseo de vivir.
3) 3) Mata el deseo del bienestar.
4) 4) Trabaja como trabajan los que son ambiciosos. Respeta la vida como lo hacen los
que la desean. Sé feliz como lo son los que viven por la felicidad. Busca en tu corazón
la raíz del mal y arráncala. Esta raíz vive en el corazón del discípulo fervoroso lo mismo
que en el hombre de deseos. Solamente el fuerte puede destruirla. El débil tiene que
esperar su crecimiento, su fructificación y su muerte. Es ésta una planta que vive y se
desarrolla a través de las edades. Florece cuando el hombre ha acumulado en sí
mismo existencias innumerables. El que quiera entrar en la senda del poder, debe
arrancarla de su corazón. Y entonces del corazón brotará sangre, y la vida toda del
hombre parecerá desvanecerse por completo. Hay que sufrir esta prueba; puede
presentarse desde el primer peldaño de la peligrosa escala que al sendero de vida
conduce: puede no venir hasta lo último. Pero acuérdate, ¡oh, discípulo!, que tienes
que pasar por esta prueba, y refuerza las energías de tu alma para tal empresa. No
vivas en lo presente ni en lo futuro, sino en lo eterno. Allí no puede florecer esta hierba
gigantesca: esta mancha de la existencia la borra la atmósfera misma del pensamiento
eterno.
[1] La ambición es el defecto primero, el gran tentador del hombre que se eleva por encima de
sus semejantes. Es la forma más sencilla de buscar la recompensa. Ella es la que
continuamente desvía a los hombres de sus posibilidades superiores. Sin embargo, es un
instructor necesario. Sus resultados tórnanse polvo y ceniza en la boca; como la muerte y el
retraimiento, demuestran últimamente al hombre que trabajar para sí es trabajar para una
decepción inevitable. Pero aún cuando esta primera regla parezca tan fácil y sencilla, no la
consideres a la ligera, porque estos vicios del hombre ordinario sufren una transformación sutil,
y reaparecen bajo otro aspecto en el corazón del discípulo. Es fácil decir “no seré ambicioso”,
pero no lo es tanto el decir: “cuando el Maestro lea en mi corazón, lo encontrará limpio de toda
mancha”. El artista puro que trabaja, por amor a su obra, está algunas veces más firmemente
colocado en el verdadero camino, que el ocultis ta que se imagina haber apartado de sí el
interés propio, pero que, en realidad, sólo ha ensanchado los límites de la experiencia y del
deseo, y transferido su interés a cosas relacionadas con su mayor expansión de vida. El mismo
principio se aplica a las otras dos reglas que siguen, en apariencia tan sencillas. Fija tu
atención en ellas, y no te dejes engañar fácilmente por tu propio corazón; pues ahora, en los
umbrales, un error puede remediarse. Pero si lo llevas contigo crecerá y dará sus frutos, o bien
tendrás que sufrir amargamente al destruirlo.
[2] No imagines que puedes separarte del hombre
5) 5) Mata todo sentimiento de separabilidad. [2]
6) 6) Mata el deseo de sensación.
7) 7) Mata la sed de crecimiento.
8) 8) Sin embargo, mantente solo y aislado, porque nada de cuanto tiene cuerpo, nada
de cuanto tiene conciencia de la separación, nada de cuanto está fuera de lo eterno
Puede acudir en tu auxilio. Estudia la sensación y obsérvala, porque únicamente así
Puedes empezar la ciencia del propio conocimiento, y colocar el pie en el primer
Peldaño de la escala.
Crece como la flor, inconscientemente, pero ardiendo en ansias por entreabrir su cáliz
a la brisa. Así es como debes avanzar abriendo tu alma a lo eterno. Pero debe ser lo
Eterno lo que debe desarrollar tu fuerza, y no el deseo de crecimiento. Porque en el
primer caso floreces con la lozanía de la pureza y en el otro te endureces con la
Avasalladora pasión de la importancia personal.
[2] No imagines que puedes separarte del hombre malvado o del insensato. Ellos eres tú
mismo, aunque en grado menor que tu amigo o Maestro. Pero si dejas arraigar en ti la idea de
separación de cualquier cosa o persona mala, al obrar así, creas Karma que te ligará a aquella
cosa o persona, hasta que tu alma reconozca que no puede estar aislada. Recuerda que el
pecado y el oprobio del mundo son tu pecado y tu oprobio, porque tú formas parte del mismo:
tu Karma está entretejido de un modo intrincado con el gran Karma. Y antes de que hayas
logrado el conocimiento es preciso que hayas pasado por todos los lugares así inmundos como
puros.
Por lo tanto, ten presente que el vestido manchado, cuyo contacto te repugna, puede haber
sido el tuyo ayer, o quizá lo será mañana. Y si horrorizado apartas los ojos de él una vez
echado sobre tus hombros, más a ti se adherirá. El hombre que se cree justo se prepara un
lecho de cieno. Abstente, no para permanecer limpio, sino porque el abstenerse es un deber.
Obra dictada por el Maestro Hilarión a Mabel Collins (1885)
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