domingo, 23 de octubre de 2011

JUICIO CORRECTO (ACCION CORRECTA)

Jucio Correcto (Acción Correcta)

Formado independientemente de la Simpatía o de la Antipatía.

Aún los asuntos más pequeños e insignificantes deben ser tomados con interés y dedicación, en los “detalles” aunque pequeños son determinantes
para la acción, por lo que es bueno reflexionar el sentido de las mismas antes de realizarlas y una vez que se tenga la certeza de su conveniencia para el
bien de todos, aferrarse a éllas.

 
http://www.rsarchive.org/DoW/RSS/20111023.html

MABEL COLLINS, CONTINUACION (II)

Estas reglas han sido escritas para todos los discípulos:
Antes que los ojos puedan ver, deben ser incapaces de llorar.
...
Antes que el oído pueda oír, tiene que haber perdido la sensibilidad.

Antes de que la voz pueda hablar en presencia de los Maestros, debe haber perdido la
Posibilidad de herir.

Antes de que el alma pueda erguirse en presencia de los Maestros es
Necesario que los pies se hayan lavado en sangre del corazón.

1) 1) Mata la ambición. [1]
2) 2) Mata el deseo de vivir.
3) 3) Mata el deseo del bienestar.
4) 4) Trabaja como trabajan los que son ambiciosos. Respeta la vida como lo hacen los
que la desean. Sé feliz como lo son los que viven por la felicidad. Busca en tu corazón
la raíz del mal y arráncala. Esta raíz vive en el corazón del discípulo fervoroso lo mismo
que en el hombre de deseos. Solamente el fuerte puede destruirla. El débil tiene que
esperar su crecimiento, su fructificación y su muerte. Es ésta una planta que vive y se
desarrolla a través de las edades. Florece cuando el hombre ha acumulado en sí
mismo existencias innumerables. El que quiera entrar en la senda del poder, debe
arrancarla de su corazón. Y entonces del corazón brotará sangre, y la vida toda del
hombre parecerá desvanecerse por completo. Hay que sufrir esta prueba; puede
presentarse desde el primer peldaño de la peligrosa escala que al sendero de vida
conduce: puede no venir hasta lo último. Pero acuérdate, ¡oh, discípulo!, que tienes
que pasar por esta prueba, y refuerza las energías de tu alma para tal empresa. No
vivas en lo presente ni en lo futuro, sino en lo eterno. Allí no puede florecer esta hierba
gigantesca: esta mancha de la existencia la borra la atmósfera misma del pensamiento
eterno.
[1] La ambición es el defecto primero, el gran tentador del hombre que se eleva por encima de
sus semejantes. Es la forma más sencilla de buscar la recompensa. Ella es la que
continuamente desvía a los hombres de sus posibilidades superiores. Sin embargo, es un
instructor necesario. Sus resultados tórnanse polvo y ceniza en la boca; como la muerte y el
retraimiento, demuestran últimamente al hombre que trabajar para sí es trabajar para una
decepción inevitable. Pero aún cuando esta primera regla parezca tan fácil y sencilla, no la
consideres a la ligera, porque estos vicios del hombre ordinario sufren una transformación sutil,
y reaparecen bajo otro aspecto en el corazón del discípulo. Es fácil decir “no seré ambicioso”,
pero no lo es tanto el decir: “cuando el Maestro lea en mi corazón, lo encontrará limpio de toda
mancha”. El artista puro que trabaja, por amor a su obra, está algunas veces más firmemente
colocado en el verdadero camino, que el ocultis ta que se imagina haber apartado de sí el
interés propio, pero que, en realidad, sólo ha ensanchado los límites de la experiencia y del
deseo, y transferido su interés a cosas relacionadas con su mayor expansión de vida. El mismo
principio se aplica a las otras dos reglas que siguen, en apariencia tan sencillas. Fija tu
atención en ellas, y no te dejes engañar fácilmente por tu propio corazón; pues ahora, en los
umbrales, un error puede remediarse. Pero si lo llevas contigo crecerá y dará sus frutos, o bien
tendrás que sufrir amargamente al destruirlo.

[2] No imagines que puedes separarte del hombre

5) 5) Mata todo sentimiento de separabilidad. [2]
6) 6) Mata el deseo de sensación.
7) 7) Mata la sed de crecimiento.
8) 8) Sin embargo, mantente solo y aislado, porque nada de cuanto tiene cuerpo, nada
de cuanto tiene conciencia de la separación, nada de cuanto está fuera de lo eterno
Puede acudir en tu auxilio. Estudia la sensación y obsérvala, porque únicamente así
Puedes empezar la ciencia del propio conocimiento, y colocar el pie en el primer
Peldaño de la escala.
Crece como la flor, inconscientemente, pero ardiendo en ansias por entreabrir su cáliz
a la brisa. Así es como debes avanzar abriendo tu alma a lo eterno. Pero debe ser lo
Eterno lo que debe desarrollar tu fuerza, y no el deseo de crecimiento. Porque en el
primer caso floreces con la lozanía de la pureza y en el otro te endureces con la
Avasalladora pasión de la importancia personal.

[2] No imagines que puedes separarte del hombre malvado o del insensato. Ellos eres tú
mismo, aunque en grado menor que tu amigo o Maestro. Pero si dejas arraigar en ti la idea de
separación de cualquier cosa o persona mala, al obrar así, creas Karma que te ligará a aquella
cosa o persona, hasta que tu alma reconozca que no puede estar aislada. Recuerda que el
pecado y el oprobio del mundo son tu pecado y tu oprobio, porque tú formas parte del mismo:
tu Karma está entretejido de un modo intrincado con el gran Karma. Y antes de que hayas
logrado el conocimiento es preciso que hayas pasado por todos los lugares así inmundos como
puros.
Por lo tanto, ten presente que el vestido manchado, cuyo contacto te repugna, puede haber
sido el tuyo ayer, o quizá lo será mañana. Y si horrorizado apartas los ojos de él una vez
echado sobre tus hombros, más a ti se adherirá. El hombre que se cree justo se prepara un
lecho de cieno. Abstente, no para permanecer limpio, sino porque el abstenerse es un deber.

Obra dictada por el Maestro Hilarión a Mabel Collins (1885)

Gustavo Dudamel: Dvorak, Symphony no. 9, 4. Allegro con fuoco

viernes, 21 de octubre de 2011

VERDAD, BELLEZA Y BONDAD_RUDOLF STEINER

Una de los motivos primordiales de nuestra presencia en la Tierra, es aquel de la Experiencia, nos encontramos ante una Tierra renovada, con nuevas experiencias que realizar, no somos simples observadores de lo que acontece en ella.  Todo los que nos rodea es una resonancia cósmica de nosotros mismos. Nuestros pensamientos, sentimientos y acciones han dejado huella en nosotros mismos y han colaborado en la construcción de la Tierra que ahora pisamos tiene nuestras Huellas…La Vida de la Tierra, también es nuestra propia Vida y la de Todos, somos co- partícipes  de lo que encontramos aquí y ahora!
…”la Verdad, la Belleza y la Bondad
se relacionan con el ser humano, cual realidades concretas. En el ser humano que tenemos delante, podemos ver, en
primer lugar, su cuerpo físico, hoy día único objeto de observación exterior. El cómo sus distintos órganos, la forma y
funciones del cuerpo han sido configurados en periodos de existencia anteriores al de la Tierra, son temas totalmente
ignorados. En estos periodos pre-terrenales la existencia del hombre se desarrollaba en un mundo puramente espiritual,
donde, en comunión con Seres Superiores, se ocupaba en la construcción del prototipo espiritual, la forma espiritual de su
cuerpo físico. El cuerpo físico, aquí en la tierra, es la copia posterior del germen espiritual que ha sido elaborado, en cierto
sentido, por el hombre mismo en su existencia pre-terrenal.
En la vida en la tierra el ser humano es consciente de su cuerpo físico, aunque desconoce lo que ello implica. Hablamos
sobre la Verdad, casi sin darnos cuenta de que el sentimiento de la verdad está conectado con nuestra conciencia del
cuerpo físico. Cuando el hombre se confronta con un simple hecho, puede, o bien formarse una idea que armoniza
estrictamente con su veracidad, o, por inexactitud, pereza u aversión a la verdad se envuelve en una idea que no
coincide con el hecho. Cuando lo que piensa es verídico está en armonía con el sentimiento que tiene de su cuerpo
físico, mejor dicho, con su sentimiento de conexión entre su corporalidad y su existencia pre-terrenal. Si no es por pereza
o falsedad que se forma una idea no acorde al hecho, es como si cortara el hilo que le une a su existencia anterior a la
vida en la tierra. La falsedad es como si cortara esta unión. Una delicada trama espiritual es tejida en la existencia preterrenal,
y ello se concentra en su copia posterior en el cuerpo físico. Múltiples hilos son los que conectan este cuerpo
físico con la existencia previa a la tierra, y están separados a causa de la falsedad. La pura conciencia intelectual, que
es una cualidad característica en las etapas tempranas del Alma Espiritual, no se da cuenta que se produce esta
separación. Y es por esto por lo que el hombre está sujeto a tantas ilusiones en lo que respecta a su existencia cósmica.
Durante la mayor parte del día el hombre cuida la salud de su cuerpo, desde un punto de vista puramente físico. Pero
cuando, a través de la falsedad rompe los lazos que le unen a su pre-existencia terrenal, esto afecta directamente a su
cuerpo físico, y especialmente en la constitución de su sistema nervioso. El sentimiento que tiene de su cuerpo físico le da
su “sentido espiritual de ser” en el universo. Y este sentido espiritual de ser depende sobre todo del cuidado de las
uniones del cuerpo físico con su existencia pre-terrenal. Si éstas se rompen el hombre ha de crear un sustituto para este
saludable sentido de ser, y lo hace inconscientemente. Es conducido entonces, inconscientemente, a atribuirse a si
mismo un sentido de ser “fuera de lo corriente”. Pero igual aquí ha caído en una incertidumbre interior que hace que se
sienta igualmente en su cuerpo físico. Pero este sentido puramente espiritual de ser, cuya existencia encontramos cada
vez con mayor intensidad, según retrocedemos más lejos en la historia, ¿está tan fuertemente presente en el hombre
de hoy?. Es muy frecuente el caso en el que un hombre le gustaría ser una persona notable, no en virtud de su vida
espiritual, sino en función de su profesión o título. Le gusta tener un título como el de “secretario“ o “notario”, y entonces
imagina que es importante cuando convencionalmente así se le describe. Sin embargo lo esencial es si él será capaz
de ejercitar y llevar a cabo su existencia interior, aparte de todo lo exterior. ¿Qué es lo que puede fortalecer en el
hombre este sentido de ser?. En la existencia en la Tierra vivimos en un mundo que no es sino una copia de la
verdadera realidad, y por supuesto, sólo comprendemos correctamente este mundo físico cuando nos damos cuenta de
que es una copia de la realidad. Esto corresponde, sin embargo, a sentir la realidad en nuestro interior: hemos de
darnos cuenta de nuestra conexión con el mundo espiritual. Y esto sólo es posible si el lazo que nos une con nuestra
existencia previa a la terrestre permanece intacto. Esta unión es fortalecida por el amor a la Verdad y la Integridad. Nada
establece tan firmemente en el hombre el verdadero y original sentido de la existencia como el sentimiento de la verdad
y la falsedad. Sentirse absolutamente en la obligación, en primer lugar, de “probar todas las cosas”, debido a la restricción
de todas las palabras, ayuda a consolidar el sentido de la existencia, lo cual es importante para el ser. Darse cuenta de
la existencia del espíritu dentro del cuerpo físico, con el cual, por supuesto, está conectado el sentido de ser, es, en
efecto, una afinidad íntima entre el cuerpo físico y este ideal de la Verdad. Adquirimos el cuerpo etérico (el cuerpo de
fuerzas formativas) poco tiempo antes del descenso desde la existencia pre-terrestre a la existencia terrestre.
Obtuvimos las fuerzas del mundo etérico juntas, como eran, para construir nuestro propio cuerpo etérico. En épocas
anteriores de la evolución el hombre tenía un mejor conocimiento del cuerpo etérico del que tiene hoy. En verdad, en
lugar de sentir la realidad del cuerpo etérico, hoy día se mofa de la simple idea de su existencia. El sentido de la realidad
del cuerpo etérico es fortalecido por la experiencia de la Belleza. Cuando la verdad y la falsedad entran en el terreno de
la experiencia real, estamos, en cierto sentido, viviendo correctamente en el cuerpo físico. Un elevado desarrollo del
sentido de la belleza nos da una correcta relación con el cuerpo etérico de fuerzas formativas. Mientras que la Verdad
está relacionada con el cuerpo físico, la Belleza lo está con el cuerpo etérico. Esto aparecerá claramente si
pensamos en el significado de la belleza, tal como se manifiesta en el arte. Si tenemos delante de nosotros un ser
humano de carne y sangre, sabemos que es uno entre muchos. Uno sólo no tiene significado sin todos los que viven a su
alrededor. En verdad son delgadas las raíces que unen al hombre a la existencia física, sin los demás que le rodean. Si
intentamos, a través de la escultura, la pintura, o el drama, en realidad a través de cualquier arte, hacer el retrato de un
ser humano, nos esforzamos por crear una figura que sea suficiente y completa en si misma, una que contenga todo el mundo, de la misma forma que el hombre contiene en si mismo el cuerpo etérico, porque él reúne juntas las fuerzas
etéricas de todo el universo, para moldear su cuerpo etérico dentro de la existencia en la tierra. Un intenso sentimiento
por la belleza, tal como se concebía entonces, existía en épocas más tempranas. Nada que se le parezca en la
civilización moderna. El hombre no era un hombre verdadero sin este sentido de la belleza. En verdad, para poseer un
sentido de la belleza se requiere un conocimiento de la realidad del cuerpo etérico. El no tener sentido de la belleza
supone el ignorar, o renegar del cuerpo etérico. En el hombre moderno todo es inconsciente. Cuando los griegos se
acercaban a su templo, o miraban dentro la estatua del dios, experimentaban un radiante calor interno, una especie de
íntima salida del sol. Así era como todas estas fuerzas corrían en su ser y en el interior de sus diferentes órganos. Mirando
fijamente a la estatua del dios todo su corazón, gritaba: “ ¡Nunca siento la estructura periférica de mis manos y dedos tan
vivamente como cuando estoy delante de la estatua!, ¡nunca tengo esa sensación interior del arco de mi frente como en
el templo!”. Interiormente irradiado de calor, inspirado por el dios, así se sentía el griego en presencia de la belleza. Y no
era nada más que una experiencia en el cuerpo etérico. En presencia de la fealdad los griegos se sentían de una forma
completamente distinta a la del hombre moderno, que como mucho expresa sus abstractos sentimientos respecto a la
fealdad con una mueca en sus facciones. La fealdad ocasionaba una sensación de frialdad en todo el cuerpo del griego,
que sentía incluso en todos los poros de su piel. En tiempos antiguos los hombres sentían vividamente la realidad del
cuerpo etérico, una parte de la naturaleza humana que en el curso de la evolución, en verdad, se ha perdido. Todas
estas cosas de las cuales he estado hablando, que eran experiencias reales en tiempos pasados, permanecen en la
inconsciencia del hombre de hoy, que con su racionalidad intelectual y su amor por la abstracción tiende a ver todo desde
la cabeza, el órgano al que pertenecen estas cualidades. El entusiasmo por la verdad y lo verdadero pueden suscitar en
el hombre, de todos modos en la profundidad inconsciente de su alma, un sentimiento de su existencia pre-terrestre. En
una época de la civilización en la que este sentimiento está ausente puede significar un sentido irreal de la verdad y lo
verdadero. Pero cuando este sentido está altamente desarrollado une al hombre fuertemente con su pasado preterrenal,
y su mayor experiencia inmediata de su presente en la tierra puede causar una cierta melancolía que surge en
su interior. Esta melancolía sólo puede encontrar consuelo si el sentido de la belleza está despierto en su alma. La
belleza nos da alegría, una vez más, aún en presencia de la melancolía, que siempre ha de estar acompañada por un
gran entusiasmo por la verdad. De una forma delicada, sutil, el entusiasmo nos dice: La Verdad, por desgracia, sólo está
realmente presente en la existencia pre-terrenal. Aquí en el mundo terrestre sólo tenemos su eco. Habiendo dejado la vida
pre-terrenal, ya no permanecemos más dentro de la sustancia esencial de la verdad. Sólo el entusiasmo por la verdad
puede ayudarnos a mantener intacta nuestra relación con la existencia previa a la de la tierra. Un genuino sentimiento por
la belleza forja un lazo que nos une en esta vida en la tierra, una vez más, con la existencia anterior a ella. No
deberíamos nunca devaluar lo que significa la belleza en la educación y en la cultura. Una civilización que está llena de
feas máquinas, de chimeneas y humos, que prescinde de la belleza, es un mundo que no se esfuerza en la unión del
hombre con su existencia pre-terrenal; y de veras que le hace romper en llanto. No es simplemente una analogía, sino
que verdaderamente podemos decir: una ciudad puramente industrial es el sitio adecuado para soportar los seres
demoníacos a los que les gustaría que el hombre olvidara su existencia pre-terrestre en el reino del espíritu. Incluso
deleitándose con la belleza ha de pagarse el coste de darse cuenta de que lo bello, en su esencia, no tiene su apoyo
en la realidad de la tierra. Por más perfectamente que representemos la figura humana, es decir, en la escultura o en la
pintura, en mayor medida tendremos que admitir que no corresponde con la realidad exterior del mundo. No es sino el
consuelo que nos brinda la apariencia de la belleza, y por esta razón sólo dura hasta el momento en el que pasamos a
través de la puerta de la muerte. El mundo del espíritu, en el que vivimos en nuestra existencia anterior a la terrestre,
siempre está presente. No tenemos más que extender nuestros brazos, como si dijéramos, a este mundo del espíritu
previo al terrestre. Aunque siempre está ahí, su unión con lo profundo de la vida inconsciente sólo puede ser forjada
cuando el hombre rebosa de entusiasmo por la verdad y lo verdadero. Y cuando su corazón se emociona en su amor por
lo bello; todo esto forma un vínculo con nuestra existencia anterior. Si el hombre quiere ser verdadero en un grado
elevado, lo cual significa en un sentido espiritual, no ha de olvidar que él ha vivido en una existencia espiritual antes de
la de la tierra. El emocionarse ante la belleza significa que en el alma del hombre se crea la imagen, al menos, de una
nueva unión con la espiritualidad del mundo pre-terrestre. ¿Cómo puede el hombre desarrollar actualmente la capacidad
que le conduzca directamente al mundo que previamente dejó cuando descendió a su existencia en la tierra?. La
respuesta está en el llenarse de Bondad, la bondad que aflora en los hombres que no es por su propio interés,
conscientes sólo de lo que está viviendo dentro de su propio ser. Esa bondad puede conducir al alma a introducirse en
las cualidades, naturaleza y experiencias de otros seres. Abarca innumerables fuerzas anímicas, fuerzas que son de tal
naturaleza que en la actualidad infunden dentro del ser humano elementos, y sólo con ellos puede ser totalmente
impregnado de su existencia anterior a la terrestre. A través de su sentido de la Belleza se une, mediante una imagen,
con el espíritu que dejó a causa de su descenso. Si él es verdaderamente bondadoso une su vida en la tierra con la
anterior a ella. Un hombre bueno es aquel que puede llevar su propia alma al interior del alma de otro. De esto depende
toda verdadera moralidad, y sin ella no se puede sostener el verdadero orden social entre la humanidad.Cuando
esta
verdadera moralidad se convierte en trascendentales impulsos morales de la voluntad, entonces pasa a actos morales
reales y empieza a ser un acelerado impulso en el alma, ya que un hombre puede sentir verdadera compasión por las
preocupaciones reflejadas en el rostro de otro y su propio cuerpo astral siente dolor a la vista del sufrimiento de los
demás. Exactamente como el sentido de la Verdad manifiesta en el hombre la correcta relación con el cuerpo físico, y el
calor entusiasta por la Belleza se expresa en el cuerpo etérico, la Bondad vive en el cuerpo astral. Y el cuerpo astral no
puede ser saludable, o mantenido en su verdadera posición en el mundo, si el hombre no es capaz de verter en él las
fuerzas procedentes de la Bondad. La Verdad, pues, se relaciona con el cuerpo físico. La Belleza con el etérico, y la
Bondad con el cuerpo astral. Aquí tenemos la realidad concreta de las tres abstracciones de Verdad, Belleza y Bondad.
En resumen, nos podemos referir al ser del hombre actual como todo lo que instintivamente se expresa en estos tres ideales. Estos ideales nos muestran como el hombre puede ser capaz de llenar toda su naturaleza humana, cuando,
para empezar, vive en su cuerpo físico pleno de un sentido real de la verdad, en lugar de opiniones convencionales. Una
“humanidad” completa sólo la permite una existencia valiosa, cuando el hombre puede avivar su cuerpo etérico en la vida
a través de su sentimiento por la belleza. En verdad, aquel que es incapaz de reaccionar a la vista de la belleza, al
mismo nivel que lo hacían los griegos, no posee un sentido verdadero de la belleza. Uno puede simplemente mirar
fijamente a algo bello, o puede experimentarlo. El caso es que hoy día la mayoría de la gente sólo mira, y eso no
necesariamente aporta alguna energía al cuerpo etérico. Fijarse en la belleza no es experimentarla. Sin embargo, en el
momento que la experimentamos el cuerpo etérico se vivifica. Un hombre puede hacer el bien por conveniencia, o
porque puede ser castigado si lo que hace es un serio error, o de otra forma, porque otras personas le respetarán
menos si no hace lo correcto. Puede, sin embargo, hacer el bien por puro amor a la bondad. Hablé de esto hace años
en mi libro “La filosofía de la Libertad, o de la actividad espiritual”. Una experiencia así del Bien siempre lleva a un
reconocimiento de la realidad del cuerpo astral. Realmente sólo este reconocimiento es el que enseña al hombre todo
sobre la esencia del Bien. Sólo puede ser un conocimiento abstracto o un parloteo inconsistente sobre la bondad, si un
amoroso entusiasmo por su esencia no conduce a una experiencia actual del cuerpo astral. Ahora démonos cuenta de
que el bien no es, como lo es la experiencia de la belleza, simplemente sentir una unión con la existencia previa a la
terrestre, que termina cuando el hombre cruza la puerta de la muerte. El experimentar el bien es, en verdad, lo único
que une a uno mismo con el mundo, eso de lo cual puedo decir que siempre está presente. Tenemos que incidir acerca
de esto. Sin embargo el hombre es separado de ese mundo en la existencia material. La experiencia del Bien le
conduce directamente al mundo al que entra tras la muerte. Las fuerzas que perduran más allá del umbral de la
muerte, están presentes en las acciones del hombre aquí en la tierra, si vive una vida de bondad. El sentido de la
verdad es una herencia de su existencia pre-terrenal. El sentido de la belleza creará una imagen, al menos, de su
conexión espiritual con su existencia anterior a la terrenal. Y existe el impulso en nuestro interior, no para cortar nuestra
conexión con el espíritu, sino más bien para mantener los lazos intactos que desarrollamos por el poder interno de la
bondad. Ser verdadero es estar correctamente unido con nuestro pasado espiritual. El sentir lo bello significa que en el
mundo físico no renegamos de nuestra conexión con el espíritu. El ser bondadoso es construir una semilla viviente para el
mundo espiritual en el futuro. Pasado, presente y futuro; estos tres conceptos, tal como juegan su papel en la vida
humana, alcanzan un mayor significado cuando comprendemos la realidad concreta de los otros tres conceptos de
Verdad, Belleza y Bondad. El hombre que es falso niega su pasado espiritual; el mentiroso rompe los lazos con su
pasado espiritual. El que es indiferente por lo bello se está construyendo una morada en la tierra en donde el sol del
espíritu nunca brilla, donde deambula abatido por la sombra. El hombre que oculta el bien renuncia a su futuro espiritual;
y todavía le gustaría que se le otorgara este futuro mediante alguna solución exterior. Fuera de lo profundamente instintivo,
en verdad, la Verdad, la Bondad y la Belleza fueron el sostén de los más grandes ideales del esfuerzo humano.
Aunque se hayan desvanecido en palabras indefinidas, sólo nuestra época actual puede otorgar algo de realidad
concreta sobre ellas.”

Rudolf Steiner
Extracto : Conferencia :  Verdad, Belleza y Bondad

viernes, 7 de octubre de 2011

I´YOUR ANGEL CELINE DION

EL HOMBRE DIURNO Y EL HOMBRE NOCTURNO_RUDOLF STEINER

 EL HOMBRE DIURNO Y EL HOMBRE NOCTURNO
Conferencia pronunciada en Dornach, el 3 de febrero de 1923  
Mis queridos amigos:
Quisiera empezar contándoles un pequeño episodio de la inquietud intelectual del siglo XIX, a fin de que nos sirva de orientación sobre los grandes cambios que han tenido lugar en la vida anímica del hombre occidental. Reiteradamente, he destacado que el hombre moderno suele creer que la humanidad, desde siempre, ha pensado, sentido y reaccionado, igual a la manera de hoy y que, si es que sintió de manera distinta a la actual, eso correspondió a estados evolutivos infantiles, pues no ha sido hasta el presente que el hombre ha avanzado a lo que pudiéramos llamar genuina virilidad del pensamiento. Para un auténtico conocí-miento del hombre y de su condición humana, hemos de remontarnos al ¡nodo de pen¬sar de tiempos más antiguos, y así contrarrestaremos el triunfalismo y la altanería con que se valora lo que, hoy día, alienta en las almas humanas. Y si luego observamos que, en el curso de pocas décadas, han completamente cambiado los pensamientos e ideas de la intelectualidad occidental, podemos formarnos un concepto del radical cambio de la vida anímica humana a través de intervalos centenarios o milenarios, cambio que ya comentamos en nuestra charla de ayer.
Uno de los más renombrados hegelianos del siglo XIX, es Karl Rosenkranz quien ocupó por largo tiempo la cátedra de Filosofía en la Universidad de Konigsberg. Sin duda, Rosenkranz era hegeliano; pero su hegelianismo estaba matizado, por una parte, por su escrupuloso estudio de la obra de Kant   Rosenkranz contemplaba a Hegel desde la óptica del kantismo-; y, por la otra, por su estudio de la teología protestante. Todo ello: la teología protestante, el kantismo y el hegelianismo, concurría en esa personalidad de mediados del siglo XIX. 
En el último tercio del siglo XIX, el hegelianismo virtualmente se habla desvanecido del horizonte de la humanidad culta centroeuropea, y así, nos es difícil imaginar cuan profundamente esa .intelectualidad se hallaba arraigada en el hegelianismo, en los años cuarentas. De ahí que hoy, sea también difícil lograr una visión concreta de la estructura interna de un alma como la de Karl Rosenkranz. 
Aun así y todo, Rosenkranz fue un pensador, allá por los años 40s, cuyo pensamiento se movía dentro de los cánones que la intelectualidad propia de su época postulaba para todo hombre que hubiera descartado el obsoleto pensar antiguo, que se hubiera sometido a la Iluminación moderna, y que no fuera supersticioso en el sentido de lo que, en aquellos años, se calificaba de superstición Podemos imaginar, pues, que Rosenkranz cumplía con ese código, y que se hallaba a la altura de la cultura contemporánea. 
Pero algo sucedió en 1843: Karl Rosenkranz, al andar de paseo, se encontró con un hombre de apellido Bonn, y fue tan interesante el diálogo que entablaron que, a la postre, fue reconstruido por escrito. Bonn, oriundo de Turingia, no era, como Rosenkranz, persona plenamente identificada con su época; y asi podemos conjeturar que él, a su vez, había considerado a Rosenkranz como corroído por las ideas más recientes, como individuo que, si bien carente de prejuicios, ya no entendía la buena sabiduría de antaño, todavía viva en Bonn.
Bonn se había formado en la Universidad de Erlangen, donde había sido discípulo del filósofo Schubert, de inconfundible sabor pietista, si bien poseedor todavía de una sabiduría más antigua, que concedía mucha importancia a la posibilidad de explorar la entidad humana a través de peculiares estados oníricos de conciencia. Schubert mantenía en elevada estima la tradicional sabiduría antigua, y estaba convencido de que quien no pudiera, por medio de una vida intima meditativa, revivir algo de aquella preciosa sabiduría de antaño, tampoco podía, en rigor, saber nada acerca del hombre, por medio de la sediciente sabiduría nueva. Desde este punto de vista, las obras de Schubert son sumamente interesantes. Le gustaba ahondar en las distintas manifestaciones de la vida onírica, incluso en los estados psíquicos anormales. Hoy diríamos quizá ahondar en los estados psíquicos, no del médium fraudulento, sino de la clarividencia atávica todavía persistente desde tiempos pasados; o sea, en los estados psíquicos anormales, no plenamente dilucidados por la conciencia vigílica. Así fue como Schubert pretendía obtener información relativa al ser humano. 
Ahora bien, 3onn empezó siendo discípulo de ese Schubert. Pero después, llegó a Suiza, y estableció contacto con una espiritualidad de la que la mayoría de los suizos no tienen idea de que hubiera existido alguna vez en este país: Bonn absorbió en Suiza las enseñanzas de Gichtel. No sé si los suizos todavía tienen conocimiento de que el gichtelianismo era bastante difundido, no sólo en el resto de Europa - en Holanda por ejemplo - sino también en la propia Suiza. 
Las enseñanzas de Gichtel corresponden a lo que, a través del siglo XVIII y hasta bien entrado el XIX, había persistido de la enseñanza de Jacob Bohme. En la forma en que Gichtel la exponía, el mensaje de Bohme alcanzó gran difusión, incluso aquí, en Suiza, donde Bonn conoció el gichtelianismo. 
Entre Rosenkranz y Bonn se trabó un diálogo. Rosenkranz era hombre muy leído. Y si bien, a consecuencia de su kantismo, su hegelianismo y su teologismo protestante, no le era posible comulgar, en actividad interna, con las ideas de Jacob Bohme ni con su atenuación en Gichtel, por lo menos sí entendía la terminología, y le interesaba cómo las exponía un hombre tan extraño cómo ese gichteliano. 
Parece que, para iniciar el diálogo, discurrían sobre un tema que ni para los kantianos ni para los hegelianos del siglo XIX, ofrecía facetas particularmente ininteligibles. En el curso de ese diálogo, Rosenkranz observaba que era muy fastidioso el que, al pretender reflexionar en hondura sobre algún problema, a uno le perturbara toda clase de distracciones externas. 
Me parece que, en esas palabras de Rosenkranz, quedó anticipado algo que, más adelante, cobraría inusitada realidad, o sea, el nerviosismo propio de nuestra época. Recordemos que, entre las mültiples asociaciones que florecieron en Centroeuropa en los años anteriores a la Guerra, hubo una, con sede matriz en Hannover, que se dedicaba al combate del ruido. Se pugnaba por la legislación silenciadora, que hiciera posible, por ejemplo que, de noche, uno pudiera estar sentado en tranquilo pensamiento, sin que le estorbara el bullicio de una taberna vecina. Se publicaron folletines y revistas que promovían esa "Asociación contra el ruido". La intención de establecerla, es, desde luego, engendro de nuestra época nerviosa. La observación de Karl Rosenkranz, de que los menudos incidentes del medio ambiente influyen negativamente en quien pretenda reflexionar o, como colmo, pretenda escribir un libro, esa observación, digo, ya era presagio del nerviosismo por venir. Parece que Bonn se mostró comprensivo a la lamentación de un hombre que deseaba reflexionar sin estorbos, pues le dijo a Rosenkranz: "Sí, puedo recomendarle algo que es muy efectivo; le recomiendo la contrariedad". 
Rosenkranz se sintió perplejo. Hacer ejercicios de contrariedad, aprender a desarrollarla dentro de sí mismo, ¿era esto lo que Bonn le recomendaba? Y dijo Rosenkranz: la contrariedad consiste precisamente en todo eso que le distrae a uno. Y le respondió Bonn: No me refiero a eso. Y luego Bonn le explicó a Rosenkranz a qué se refería con la palabra contrariedad: hay que procurarse tanta estabilidad interna que la Turba de los demos incidentes ambientes ya no afecte la propia Constelación, a fin de que la Tintura pura pueda desarrollarse en el propio Astrum. 
Bonn había aprendido todo esto aquí, en Suiza, de los gichtelianos : procurar que la propia Constelación no quedara interferida por la Turba de los demás procesos del medio ambiente, a fin de que la Tintura pura pudiera desarrollarse en el propio Astrum. Como ya dije, Rosenkranz entendió esos términos. Creo que, hoy día, ya no los entiende ni el hombre de mayor condición académica.
¿Qué es, pues, lo que Bonn, heredero de Gichtel, realmente quiso significar? Como hemos visto, Bonn se movía dentro de las ideas legadas por Jacob Bóhme; recientemente, tuve oportunidad de trazar su semblanza con algunos rasgos* y dije que él recogía la inalterada sabiduría popular que la tradición había conservado. De esa sabiduría popular, él asimilaba mucho que hoy nadie aceptaría; mucho de ella perduró entonces, incluso entre gente dada a la reflexión, en expresiones tales como las que acabo de citar de boca del propio Bonn. Esas expresiones permitían imaginar algo que tenía cierta vitalidad interna; reminiscencias de lo que la humanidad de antaño había captado por medio de la clarividencia antigua, esa clarividencia que consistía en poderes que brotaban de la corporeidad humana. Al decir esto, no afirmo que la antigua clarividencia arraigara en la parte físico-material del cuerpo, pues no olvidemos que todo lo corpóreo hállase saturado de espíritu. Pero, propiamente, el antiguo vidente extraía, de las fuerzas de su corporeidad, aquello que él, en sus imaginaciones oníricas, había situado ante su alma. Lo que palpitaba en la sangre, lo que forcejeaba en la respiración, e incluso lo que se agitaba en las sustancias transformadas por el metabolismo, todo esto se levantaba, cual vaho espiritual, hacia la parte espiritual, y suministraba a la antigua clarividencia, las grandiosas imágenes cósmicas, tales como a menudo las describí. Insisto: la antigua clarividencia era extraída de una base corpórea. 
Lo que entonces, pues, se revelaba al vidente, al vivir como sumergido en una atmósfera de luz violeta, confundido, cual nube violeta, con esa luz violeta, de modo que uno se sintiera completamente centrado dentro de sí mismo: he ahí lo que se llamaba la Tintura. El individuo sentía esa Tintura como algo suyo propio, propiedad unida a su organismo: la sentía como su propio Astrum. Esa esencia interna extraída del cuerpo, era la que Bonn, el gichteliano, designaba como la Tintura pura del propio Astrum.
Pero ya había llegado la etapa - en realidad, desde mucho antes -en que los hombres ya no podían extraer todo ello de su propia corporeidad; hacía ya tiempo, que la antigua clarividencia ya no era adecuada al hombre. De ahí que individuos como Bóhme o Gichtel sentían lo difícil que era revivir esas antiguas ideas: el hombre había perdido la facultad de vivir en ellas; se desvanecían en el momento de surgir; el hombre se sentía inseguro ante ellas, y por eso trataba de retener esas fugaces imágenes internas que todavía afloraban al ser evocadas por el íntimo sonido de las antiguas palabras. Y así como, dentro de sí mismo, él sentía la pura Tintura de su Astrum, del mismo modo, al acercársele alguna impresión externa, sentía que ella desalojaba instantáneamente esas imágenes. Eso otro, que espiritualmente se agitaba en las cosas y procesos del medio ambiente, solía llamarse Turba. El meditador de antaño no quería que esa Turba le perturbara su propia Constelación, esto es, la condición anímica a la que él se veía transportado al ahondar intensamente el íntimo sonido de las antiguas palabras, a fin de que, conservando esa vida íntima tradicional, pudiera evitar que se le escapara la autenticidad del hombre. De ahí que el meditante se empeñaba en no admitir impresión alguna desde afuera, sino en vivir dentro de su propia mismidad; él se hacía inafectable, para que nada externo pudiera penetrarle. 
Esa Inafectibilidad, "esa vida interna dentro de sí mismo, es a lo que Bonn aludió con la palabra contrariedad, y que él recomendó a Rosenkranz, tal como acabo de describirlo. Esto nos permite un profundo atisbo de la vida psíquica en un tiempo relativamente remoto, la que dentro de los círculos del gichtelianismo perduraba todavía a mediados del siglo XIX, si bien en forma crepuscular y agonizante. Ese postrer estremecimiento correspondía a lo que, otrora, había sido íntima comunión con el mundo divino-espiritual, en visiones clarividentes oníricas que le permitían al hombre sentirse como ente celestial,  en lugar de ser terreno. 
Condición previa para aquella antigua condición anímica era que el hombre todavía no había desarrollado el pensar puro,característico de los tiempos modernos. Este pensar puro, del que mi "Filosofía de la Libertad11 ha tratado por primera vez en plenitud de conciencia, es algo que, hoy día, escapa todavía a la sensibilidad del hombre moderno: ese pensar puro ha ido plasmándose, inicialmente, en relación con las ciencias naturales.
Detengámonos en un área de las ciencias naturales que nos muestra, con trazos particularmente característicos, lo que aquí nos interesa: la Astronomía. Copérnico la convirtió en pura mecánica celeste, en un a modo de descripción de la maquinaria cósmica. Antes de el, subsistían todavía las antiguas ideas, de que, en los astros, hallábanse" incorporadas ciertas entidades espirituales. En la Escolástica medieval todavía existían las Inteligencias espirituales habitando los astros. La concepción de que todo el mundo externo es puramente material, vacío de pensamientos, y de que es el hombre quien tan sólo forma los pensamientos acerca de ese mundo, es de advenimiento relativamente reciente. Antaño, el hombre se formaba imágenes, imágenes que se le combinaban con su visión de una estrella o de una constelación: veía en ellas, algo viviente, algo que tenía propia urdimbre. Así, el hombre se sentía unido con el mundo entorno, no .a través del pensar puro, sino a través de una viva sustancialidad anímica. Pero precisamente al contacto con ese mundo entorno, fue cómo el hombre empezó a desarrollar el pensar puro. 
Ya dije en ocasión anterior que también los hombres de antaño tenían pensamientos, pero los recibieron junto con su clarividencia, es decir, de su mundo entorno recibían las imágenes clarividentes, y de ellas extraían sus pensamientos. Los hombres de antaño no abstraían los puros pensamientos directamente de las cosas externas; la peculiaridad de los tiempos modernos es que el hombre va aprendiendo a abarcar el mundo por medio del simple pensar; y así, abarcando el mundo, es cómo el hombre empieza a desarrollar su puro pensar. 
Con todo esto, se vincula todavía algo distinto. Los hombres a los que alude Bonn al hablar con Rosenkranz, no tenían    del sueño la experiencia tal como la tiene el hombre moderno centrado en el pensar. El moderno pensante experimenta el sueño como estado de inconsciencia, interrumpida, si acaso, por los sueños, que, con toda razón, no le significan gran cosa. En efecto, dada la condición anímica del hombre moderno, los sueños carecen de mayor valor; por lo regular, son reminiscencias de la vida externa o íntima, y su contenido no es particularmente relevante.  Insisto, pues, en que lo que caracteriza el sueño, es la inconsciencia. No siempre fue así; el propio Jacob Bóhme todavía conocía bien la modalidad del sueño durante el cual la conciencia quedaba saturada de auténticas intuiciones del contexto cósmico.
Un. hombre como Jacob Bohme, y luego también Gichtel quien, con gran diligencia, se familiarizó todavía con esa condición anímica, decían: al captar la mirada, o con cualquier otro sentido, las cosas -del mundo sensorio, y luego someter a escrutinio mental lo que los sentidos han aprehendido, ni duda cabe de que podemos venir en conocimiento de muchas donosuras, pero sin que ellas nos revelen los verdaderos secretos del mundo; sólo nos patentizan su estampa externa. 
Insisto: Jacob Bolime y Gichtel conocían esos estados de la conciencia en que ni dormían, ni meramente soñaban, sino en los que su conciencia se hallaba henchida de intuiciones de los verdaderos secretos del mundo, ocultos tras el mundo sensible.  Para esos dos pensadores, esas intuiciones valían más que los resultados de sus afanes perceptivos e intelectuales; el mero pensar no les importaba mayormente. Pero existía también para ellos la contra imagen, o sea, la conciencia de que el hombre puede tener percepciones extracorpóreas. En los estados de conciencia que no corresponden ni a dormir, ni a soñar, intuían, a la vez, que el hombre se había, en gran parte, desprendido de su cuerpo, pero que se había llevado consigo la fuerza de la sangre, así como de la respiración, Y, como sea que el hombre hállase internamente unido con el mundo, aunque su cuerpo despierto le ofusque esa unión, intuían asimismo que el hombre, al independizarse parcialmente de su cuerpo despierto, puede conseguir el conocimiento de los secretos del mundo, por medio de las facultades más delicadas que la antigua clarividencia había extraído del cuerpo, conforme he explicado antes. 
Al entrar en semejantes condiciones peculiares de sueño, el hombre llegaba a tener conciencia de lo que, propiamente, es el sueño.  Individuos como Jacob Bohme o Gichtel, se decían: al estar dormido, me encuentro con los miembros más sutiles de mi cuerpo, en la naturaleza más sutil; y me sumerjo en ella.
Ellos  se sentían allí  insertos, y, al   despertar,  sabían: mi   entidad humana  más sutil  con la  que,  durante el   sueño,  incluso durante el   sueno sin sueños,  entré en contacto con una  naturaleza,  también más  sutil,  late en mí incluso durante la vigilia. Con mi  cuerpo, corporizo lo que siento y lo que pienso  (recordemos que,  antaño,  eso no era todavía el   puro  pensar)..    Al  configurar,  pues, imágenes por medio del  pensamiento,  alienta en ellas mi  calidad humana más  sutil. 
Para  esos dos pensadores,  tenía auténtico significado decir: aquello que yo soy durante el  sueño, persiste en mí también durante la vigilia; sentían como si  cierta sangre anímica  propia del  sueño,  continuará  proyectándose y palpitando en los  estados de vigilia.    Decíanse: al  estar despierto,  continúo durmiendo,  es decir,  lo que acaece dentro de mí durante el  sueño,  continúa acaeciendo durante la vigilia. 
Esa sensación es muy distinta de la que tiene hoy el  hombre moderno, centrado en el mero pensar intelectual.    Ese hombre moderno despierta en la mañana y traza una nítida línea  divisoria entre lo que él  fue durante el  sueño, y lo que es ahora durante la vigilia;  nada arrastra de aquél  a ésta. Lo que él fue durante el   sueño, quedó  suspendido al   empezar la vida vigílica. La  humanidad moderna,  por haber trascendido esas condiciones de conciencia todavía  prevalecientes en el gichteliano Bonn, ha realizado algo que,  como germen, había existido desde el primer tercio del siglo XV: el  tránsito al pensar meramente intelectual  durante la vida diurna, ese pensar que hoy domina a todos los hombres: ya no piensan en imágenes; las consideran mitología;  piensan en pensamientos y duermen en la Nada. 
Esta afirmación: "los hombres modernos duermen en la  Nada", es de profundo significado.     Para Jacob Bohme habría carecido de sentido declarar:"duermo en la Nada". En cambio,  para  el  hombre moderno, esa declaración "duermo en la Nada", sí tiene sentido. No es que sea yo nada al dormir; retengo, durante el  sueño, mi yo y mi  cuerpo astral;  no es,  pues, que sea yo  nada, pero me separo de todo el mundo que percibo con mis  sentidos, y que concibo con mi inteligencia  despierta. Asimismo, durante el   sueño moderno, me separo del  mundo que por ejemplo, Jacob Bohme, en particulares estados de conciencia anormales, percibía con las más sutiles fuerzas del cuerpo físico y etéreo, y que él llevaba todavía consigo, hacia el sueño. 
Así pues, durante ese sueño, el hombre moderno se retira, no sólo de su mundo sensible, sino también del mundo propio del vidente de antaño. Y del mundo en que, desligado de los otros dos, el hombre se halla inserto desde el dormir .hasta el despertar, de ése efectivamente no puede percibir nada, pues es un mundo del futuro; es el mundo en el que la Tierra se transformará cuando llegue a los estados que, en mi "Ciencia Oculta", describí como estado jupiteriano, venusino y vulcánico. Efectivamente, pues, el hombre moderno, adiestrado como está para el pensar intelectualista, vive, durante el sueño, en la Nada; no es que él sea nada - insisto en ello; pero vive en la Nada, porque carece todavía de la facultad de vivenciar el mundo del futuro en que él vive durante el sueño: ese mundo es Nada para él. Precisamente la circunstancia de que el hombre moderno pueda dormir en la Nada, es la que le garantiza su libertad, porque, desde el dormir hasta el despertar, se introduce vitalmente en la liberación de todo lo que es mundo, esto es, en la Nada. Precisamente durante el sueño, es cuando él alcanza su independencia. Es muy importante captar plenamente que la peculiar manera de dormir del hombre moderno, le otorga la garantía de su libertad. 
El vidente de antaño que tenía todavía percepciones del mundo antiguo -insisto: no del mundo nuevo, sino del antiguo- no podía alcanzar la plena libertad, porque se supeditaba a esas percepciones. Descansar en la Nada durante el sueño, es lo que libera al hombre moderno. 
Así, el hombre moderno queda situado entre dos aspectos opuestos: durante la vigilia, vive en el pensamiento, pensamiento nada más, sin contenido pictórico en sentido antiguo, esas imágenes que él tiene por mitología. En cambio, durante el sueño, vive en el anonadamiento: se libera del mundo y conquista la conciencia de su libertad. Las imágenes mentales no pueden coercerle, porque son simples imágenes, y, así como las imágenes reflejas no pueden coercer, ni causar efecto alguno, tampoco las imágenes mentales que el hombre se forme de las cosas pueden obligarle a nada. De ahí que, si el hombre concibe sus impulsos morales en puro pensamiento, ha de cumplirlos como individualidad libre, no pueden motivarle a ello ninguna emoción, ninguna pasión, ninguna interna función orgánica. Sin embargo, le es posible objetivar mentalmente esas imágenes, porque durante el sueño, hallándose liberado de todas las leyes naturales que regían su corporeidad, se convierte en alma pura, y ella es la que puede objetivar lo irreal del pensamiento, a contraste del hombre de antaño que continuaba supeditado al mundo incluso durante el sueño y, de ahí, que no hubiera podido objetivar impulsos irreales. 
Detengámonos en esa situación dual del hombre moderno: puede tener pensamientos abstractos, de concepción puramente intelectualista, y puede tener un sueño, vivido en anonadamiento. En ese estado, es él quien constituye la realidad, en tanto que su entorno le confronta con la inanidad. Esto nos lleva a lo medular: inherente a la naturaleza del hombre moderno, es el que, a consecuencia de todo lo experimentado, ha quedado debilitada su voluntad. Aunque no le guste admitirlo, la realidad es que el hombre moderno carece de voluntad, y para demostrarlo, podríamos aportar pruebas históricas; basta contemplar los portentosos movimientos espirituales que se difundieron en tiempos anteriores: ¡con qué arranque de voluntad actuaron en el mundo, digamos, los fundadores de las religiones! Esa interna impulsividad volitiva es algo que ha perdido la humanidad moderna; de ahí que el hombre del presente deje que el mundo externo le indoctrine sus pensamientos: él contempla la Naturaleza, y formula esos pensamientos puramente intelectualistas de conformidad con los procesos y seres materiales, como si su propia intimidad no fuera sino simple espejo que todo lo refleja. Más todavía: el hombre hállase ya tan debilitado, que le sobrecoge el pánico, cuando alguien piensa por cuenta propia, es decir, cuando no simplemente deduce su pensamiento, de lo que la Naturaleza externa le ofrece. Así pues, el pensar abstracto se ha desarrollado en el hombre moderno, sin su participación activa. 
Y no lo digo en plan de crítica; pues si el hombre, de una vez, hubiera avanzado hacia la producción activa del puro pensar, él habría introducido en ese pensar, toda suerte de fantásticos remanentes de la herencia antigua. Sin duda, fue un buen recurso educativo para la  humanidad moderna, el  que, bajo la influencia de los destacados filisteos como Francis Bacon Verulam, la gente se dejara persuadir a desarrollar sus conceptos e ideas tan sólo al contacto con el mundo externo, es decir, a aceptar este mundo como fuente exclusiva de su patrimonio mental. Y así, los hombres fueron acostumbrándose a no generar, ellos mismos, sus propios conceptos, ideas y pensamientos, aceptándolo todo como dadiva del  mundo externo. Hay quienes lo reciben directamente, o sea, aquellos que observan la Naturaleza o que estudian los documentos históricos, y consiguen de primera mano sus ideas acerca de la Naturaleza o de la Historia, ideas que luego viven en ellos;  otros lo reciben tan sólo de segunda mano, es decir, a través de la enseñanza, o sea, de la escuela. Hoy día, desde la más tierna infancia, la escuela indigesta a los niños con los conceptos que han sido derivados del  mundo externo, sin su  participación activa. 
Al  respecto,  es buena imagen comparar al hombre de nuestra  época con el costal, con la   salvedad de que su abertura  está  en el   costado. Por esa abertura, el hombre admite todo  lo que le brinda la Naturaleza  externa, para  reflejarlo en su  interior. He ahí  la génesis de  "sus ideas". En rigor, su alma está henchida de conceptos en torno a la Naturaleza,  almacenados como en un costal. Si  ese hombre tratara de averiguar el  origen de sus conceptos, ya se daría cuenta de ello. Sin duda, hay quienes sí poseen sus conocimientos  por alguna auténtica observación de la  Naturaleza  en una u otra área;  pero la mayoría   admitió sus conceptos en la escuela; les fueron inculcados. 
A través de  los  siglos, desde el  XV,  el  hombre ha  sido educado dentro de esa  pasividad.     Y hoy día,  se considera como un a modo de delito,  el que alguien se halle internamente activo y teja,  él  mismo,  sus propios pensamientos. No cabe duda de que el   hombre no puede producir, a su antojo, los  pensamientos relativos a la Naturaleza;  pues, de hacerlo,  la  falsearía  con toda  clase de fantasías.
Esto no excluye, sin embargo, que poseamos, en nuestro interior, el origen del pensar: sin duda, podemos producir nuestros propios pensamientos, más todavía, saturar de concreción interna los ya poseídos y que, en rigor, existen en nosotros como mera abstracción. ¿Cuándo lo abstracto se convierte en concreto? Cuando movilizamos la suficiente voluntad para superar la pasividad de nuestro proceso mental diurno, introduciendo en el proceso aquel otro hombre que, durante el sueño, cobró su autonomía. Pero esto sólo es posible al nivel del puro pensamiento. 
He ahí la idea fundamental implícita en mi "Filosofía de la Libertad". En ella, llamé la atención sobre el hecho de que el pensar puro tal como el hombre moderno lo ha adquirido, es apropiado para que él pueda efectivamente introducirle su propia entidad yóica, es decir, aquella entidad que, en nuestros tiempos modernos, queda liberada durante el sueño. Al escribir mi "Filosofía de la Libertad" hace unos 30 años, todavía no podía expresar esto explícitamente, aunque así es, en realidad. Así pues, al concebir sus pensamientos en vital identificación activa, el hombre alcanza, en el pensar puro, la conciencia de su propia entidad yoóica. 
Con esto, se vincula otro cariz. Pongamos el caso de que, en alguna parte, se diserte sobre Antroposofía, al estilo de las ciencias naturales modernas: quienes escuchan, empiezan por captar la Antroposofía, con la actitud a la que está acostumbrado el hombre moderno, es decir, con el pensar pasivo. Ni duda cabe de que, con sana inteligencia humana, los pensamientos antroposóficos pueden entenderse perfectamente, sin necesidad de recurrir a la fe; no obstante, el individuo se mantiene en ellos en estado de pasividad, a semejanza de cómo se vive pasivamente en las ideas relativas a la Naturaleza externa. Y luego se afirma: esas ideas, las recibí de la investigación antroposófica; pero no puedo, avalarlas personalmente, pues yo, solamente los recibí transmitidos de la ciencia espiritual.  ¡Cuántas veces no oímos que alguien subraya que: "a propósito de tal o cual afirmación de las ciencias naturales, la ciencia espiritual afirma tal o cual otra cosa..."!  ¿Qué es lo que denuncia la afirmación "lo oí de parte de la ciencia espiritual?" Quien tal afirme, anuncia que él persiste en el pensamiento pasivo, y que también la ciencia espiritual ha sido recibida en pensamiento pasivo. Porque a partir del momento en que el hombre se decida a generar dentro de sí mismo, los pensamientos que la investigación antroposófica le suministra, se hace capaz de abogar por su verdad, con el aval de su integra personalidad, puesto que, generando él mismo los pensamientos, es como experimenta el primer escalón de su verdad. 
En otras palabras: el hombre moderno, por lo general, todavía no ha alcanzado la fuerza volitiva que le permita verter en los pensamientos de vigilia, la realidad que, durante el sueño, vivencia como realidad independiente. Quien   pretenda convertirse en antropósofo recibiendo las ideas antroposóficas puras, y luego, en vez de entregarse pasivamente a ellas, trate de saturarlas, por medio de un esfuerzo volitivo, de aquello que él es durante el sueño sin sueños, habrá escalado el primer escalón de lo que, hoy día, merece ser llamado clarividencia; vivirá entonces en las ideas antroposóficas en estado clarividente. Léase cualquier libro antroposófico con la recia voluntad de no simplemente proyectar en él la propia vida diurna, es decir, de no simplemente: "un fragmento anteayer - ahí queda; otro fragmento ayer - ahí queda; otro fragmento hoy - ahí queda, etc." Con esta actitud, la gente de hoy participa en la lectura tan sólo con una parte de su ser, o sea, con su vida diurna. Así, de esta manera, se puede leer una obra de Gustav Freytag, o de Dickens, o incluso de Emerson, mas no un libro antroposófico. Al leer un libro antroposófico, uno tiene que comprometerse con todo su ser, es decir, incluso con su parte nocturna. Y como sea que, durante el sueño, estamos inconscientes, es decir, no pensamos, si bien persiste la voluntad, ¡es precisamente con ella con la que hemos de comprometernos! Si ustedes poseen el poder yolitivo de desentrañar lo que se halla implícito en las palabras de un auténtico libro antroposófico, ese poder les convierte en clarividentes, por lo menos a nivel mental. Y, amigos míos, ese poder volitivo es el que todavía ha de prender en los que representen a nuestra Antroposófía. Si ese poder penetra, cual relámpago ignífero, en los exponentes de la Antroposofía, ella quedará representada ante el mundo, con efectiva autenticidad. Nada mágico se necesita para esto, simplemente recia voluntad, esa voluntad que no se contenta con proyectar en el libro tan sólo la parte diurna. Hoy día, ya hemos llegado a que los lectores ni siquiera echan mano de la totalidad de su conciencia diurna; para la lectura del periódico, basta con agilizar unos pocos minutos del día, para apropiarse de lo que ocurra.  En cambio, si nos sumergimos con todo nuestro ser en un libro procedente de la Antroposofía, el libro cobra vida en nosotros. 
He ahí a lo que debieran prestar atención peculiar quienes han de ser los directivos de la Sociedad Antroposófica. Muchísimo daño se causa a nuestra Sociedad, el que se declare: la Antroposofía está siendo proclamada por personas que no pueden avalarla. Hemos de empeñarnos en buscar su complemento a la captación intelectualista puramente pasiva de las verdades antroposóficas, o sea, en integrar nuestra cabal identificación humana con ellas. Porque entonces, el mensaje antroposófico dejará de presentarse de esa manera tan lánguida que simplemente declara: "de parte de la Ciencia Espiritual se nos afirma etc…" sino que las verdades antroposóficas podrán proclamarse como experiencia personal, empezando por las áreas que nos son más cercanas, como pueden serlo el área de la medicina, fisiología, biología, o la de las ciencias naturales externas, o de la convivencia social. Si bien, en esa primera etapa de la clarividencia, no se obtiene inmediato acceso a las regiones de las Jerarquías superiores, sí es posible que el espíritu que alienta en nuestro entorno inmediato, sea legítimo objeto del humano afán cognoscitivo del presente. Más que nada, y en sentido más abarcante, es cuestión de voluntad el que en nuestra Sociedad Antroposófica se destaquen personalidades que puedan dar testimonio, válido y vivo, de la intrínseca verdad de la Antroposofía, porque ellas mismas la hayan vivenciado como auténtico manantial de la verdad. 
Rudolf Steiner
Dornach, 3 de febrero de 1
Versión Revista Biosophia