"Cómo
se debe tomar la muerte?
La muerte
trabaja para recrear la vida. Es un reordenamiento. La que llamamos muerte es
en realidad una mudanza. Uno deja el cuerpo que le fue tan útil para caminar en
esta etapa terrena y vuela con su espíritu, que es lo que pasa con el sueño
cada noche. Estamos para siempre, por eso tenemos que empezar a llevarnos bien
con la vida porque la muerte es una recreadora de la vida.
Hay una
comunidad indígena en Guatemala, (cuyos miembros son) descendientes directos de
los Mayas, que cuando se retiran de una reunión en la noche no dicen "voy
a dormir", sino que dicen "voy a ensayar la muerte". Tal vez la
vida es lo que va de la mañana a la noche. Vivimos 365 vidas por año."
"¿Por
qué el hombre sigue corriendo?
Porque
está distraído, porque le tiene miedo a la vida. Busca compromisos, va de tarea
en tarea, no porque sea un gran trabajador sino porque huye de él mismo.
La
historia ha sido una sucesión de errores constantes, separándonos cada vez más,
no solamente en países, hay gente que se mata hasta en un partido de fútbol en
lugar de armonizarnos.
Yo creo
que es temor a la vida porque la vida es un acto de valentía. Si uno escucha su
corazón antes de que intervenga la cabeza, es decir, si hace las cosas
fundamentalmente por amor, después la cabeza -con la razón- lo va a acompañar
en ese viaje, la gente viviría tan bien como ha vivido uno.
Si (el
hombre) hiciera una sola cosa bien e intensamente, con todo el amor, en la
sociedad no habría ni siquiera problemas de pobreza.
Cómo hace
el hombre para poder escuchar su corazón?
Si Dios
me pusiera de presidente del mundo por cinco minutos, lo único que pediría es
"deténganse, por favor, y piensen". Cuando uno se detiene y piensa,
los problemas se van solucionando por sí solos.
Lo que
llamamos problemas son lecciones. Si lo tomo como un problema me agobia la
furia o el miedo. Si lo tomo como una lección, es una provocación a mi voluntad
y voy a salir.
Yo tuve
la suerte de contar con un gran maestro. Krishnamurti jamás me permitía que yo
hiciera una cita. En esa época, hacía una cosa que es muy típica entre los
argentinos -nosotros somos extremadamente analistas, a veces exagerada y
confusamente analistas- cuando le decía "Pascal decía tal cosa" o
"Schopenhauer dice tal otra", me decía: "No, no, no, por favor,
tómate un tiempo para decirme qué piensas vos porque yo quiero conocerte más
para quererte más. ¿Qué piensas vos?" Y a la media hora me decía:
"Siempre me preguntas lo que ya sabías". El hombre nace sabiendo
todo, lo que pasa es que después lo olvida con la mala información. Dios no
deja a nadie cuando nace, le da todos los elementos que son necesarios para
vivir. Después nos distraemos con superficialidades, desde el boxeo, el fútbol,
la guerra, la patria, los nacionalismos que han sido tan malsanos para el
mundo.
Si uno ha
podido cambiar una vida que empezó siendo desastrosa para llegar a ser libre y
feliz, dueño de uno mismo, todo el mundo puede hacer eso, porque el que está
hablando no es un virtuoso ni un ser excepcional, es un hombre más que se animó
a (perseguir) su sueño y que trabajó para ser dueño de su vida, que es la única
propiedad saludable, lo demás está de paso.
"Cómo
fue su infancia?
Mi padre
se fue un día antes de que yo naciera. En la noche en la que mi padre se fue,
echaron a mi madre de la casa de mi abuelo paterno.
Mi padre
le dijo: "Sara ya no es mi mujer" y la echaron de la casa cruelmente.
Mi madre salió a la calle con seis hijos. Yo nací a media cuadra de donde vivía
mi madre, en la banqueta, en la vereda.
Mi madre
caminó nueve años buscando un lugar dónde pudiera estar tranquila. Estaba
bastante enojada con la sociedad humana. Cruzamos todo el desierto de la
Patagonia, que son poco más de 3.000 kilómetros. En esos nueve años, vi morir a
cuatro hermanos de hambre y de frío.
Fue un
viaje rarísimo. Sólo había una persona que nos podía ayudar. En esa época nadie
le daba trabajo a una mujer sola y menos con hijos. Había pueblos en los que
cuando nos veían venir, cruzaban de vereda.
Escuché
sobre la posibilidad de que alguien nos consiguiera trabajo. Cuando tenía nueve
años, llegué hasta Buenos Aires, tras tres, cuatro meses de viaje. Me le
acerqué a la señora Eva Perón y le pedí un trabajo.
"Espero
que, por favor, esto no suene de ninguna manera a un anuncio político,
simplemente estoy contando la realidad y hablando de una señora a la que le
debo muchísimo, cuando le pedí trabajo, ella me dijo: "Por fin alguien que
pide trabajo y no limosna. Siempre hay trabajo, mi amor".
Desde ahí
fui responsable de mi mismo. Volví a buscar a mi madre y a los dos hermanos que
me quedaban. Nos vinimos más al norte, donde en una escuela nos daban un
salario a cambio de limpiarla, cuidarla y vivir en ella. Eran 160 pesos que en esos
momentos nos salvaban la vida.
Me fui a
trabajar solo hasta los catorce años. Me metí en pleito tras pleito. De pronto
me encierran porque andaba haciendo lío por todos lados y en el lugar donde me
encerraron había un jesuita que me enseñó a leer y a escribir. Me enamora de
los libros que me enamoraron del mundo.
A los 17
años, un vagabundo me dice que soy príncipe, cosa que yo no sabía. Señalando el
cielo me dijo "¿Cómo llamas al hijo del rey del Universo? Príncipe",
Como esa señora que estaba cruzando la vereda, me dice, "es una
princesa". De la alegría de la gran noticia, sentí que estaba naciendo por
fin.
Ya que
estaba naciendo y que tenía 17 años, escribí mi primera canción, que fue una
canción de cuna que me escribí a mi mismo. Es una canción que se canta en 17,
18 idiomas.
Cuando
descubrí el don que Dios me había dado, cuando descubrimos la tarea para la que
nos trajo, ¡mi Dios!, es una inmensa felicidad porque estamos ejecutando nada
más ni nada menos que una tarea que va en formación de nuestras vida y que está
definida por el rey del Universo.
¿Cómo no
voy a ser alguien que está en paz? La felicidad no es un derecho, es un deber.
Si no eres feliz, estás amargando a todo el mundo. Un solo hombre desdichado,
que no tuvo ni talento ni valor para vivir, mandó matar seis millones de
hermanos judíos. Un desdichado es muy peligroso.
¿Cómo le
gustaría ser recordado?
Como un
hombre agradecido, el agradecido siempre es agraciado. Como el desagradecido
jamás termina gozando absolutamente nada porque siempre cree que se merece más.
Si uno acepta lo que viene y lo goza, y vive aquí y ahora mismo con lo que hay,
¡mi Dios, estamos salvados! Hasta desparecería de nuestro vocabulario la
palabra pobreza y la palabra soledad cobraría otra dimensión. La soledad no es
un castigo. Gracias a ella, nos conocemos, sin ella no sabríamos quienes
somos."
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