domingo, 31 de marzo de 2013












Calendario del alma
PRIMAVERA
Semana A- Del 7 al 13 de Abril

Desde lo más lejano del espacio universal
El sol habla al espíritu del hombre,
Y el gozo surgido de las profundidades  del alma
Se convierte, en el mirar, en Uno con la Luz,
Entonces el Yo creciendo en de Sí mismo,
Los pensamientos se elevan hacia las lejanías el espacio
Uniéndose a la poderosa energía
Reuniendo el Ser Humano a la Vida del Espíritu.


Rudolf Steiner  


Calendar of the Soul

Easter
(First Week)
SPRING
When out of world-wide spaces
The sun speaks to the human mind,
And gladness from the depths of soul
Becomes, in seeing, one with light,
Then rising from the sheath of self,
Thoughts soar to distances of space
And dimly bind
The human being to the spirit's life.
English translation by Ruth and Hans Pusch
________________________________________
Wenn aus den Weltenweiten
Die Sonne spricht zum Menschensinn
Und Freude aus den Seelentiefen
Dem Licht sich eint im Schauen,
Dann ziehen aus der Selbstheit Hülle
Gedanken in die Raumesfernen
Und binden dumpf
Des Menschen Wesen an des Geistes Sein.
The Year Participated translation
by Owen Barfield
________________________________________
When out from far and wide
the sun calls to the mind and sense of man
and joy from in the soul with light grows one
in act of contemplation,
thoughts from their cuticle of self break free
into the vast of space, and groping bind
unto essential Spirit actual man.
(provided with the kind permission of the Rudolf Steiner Press) 
http://www.rsarchive.org/COTS/COTS.php?cots+01

sábado, 30 de marzo de 2013





¡Alma humana!
Tú vives en la calma de la cabeza 
que, desde los fundamentos de la eternidad
te revela los pensamientos cósmicos:
Ejercita la visión del Espíritu!
en la calma del pensar
donde los eternos fines de los dioses
dan 
luz de esencia cósmica 
al propio yo
para su libre voluntad;
y en verdad pensarás
conforme a  los fundamentos espirituales humanos.

Pues reinan los pensamientos cósmicos del Espíritu
implorando luz en el ser de los mundos.
Arcai, Arcángeles, Angeles,
haced que en las profundidades se suplique
lo que en las alturas es concedido,
y si se comprende de verdad
lo que resuena desde los Arcai, Arcángeles y Angeles,
si desde las profundidades se suplica
lo que desde las alturas puede ser concedido,
entonces resonará por el mundo:

Per spiritum sanctum reviviscimus.

Lo oyen los espíritus elementales
en el este, oeste, norte y sur;

¡Quieran los hombres oirlo!


R.Steiner 

Meditación de la Piedra Fundamental





In memoriam Rudolf Steiner 30 de marzo de 1925.

"La idea de que el alma podía sentir las formas de una contemplación puramente interior, sin necesidad de tener la experiencia sensible me dio una satisfacción muy grande. Que Consolación! Por la anterior actitud en la cual estaba sumergido, con tantas preguntas sin respuestas. Una alegría profunda me invadió ante la idea de que podíamos sacar algo de la pura experiencia espiritual. Sé que es por la geometría que he conocido la felicidad por primera vez. 
Yo creo ver, en mi relación con la geometría, el primer germen de una concepción que se desarrolló gradualmente en mí. Más o menos inconscientemente, yo la llevaba ya en mí durante mi infancia, pero no es sino a los veinte años que ella toma una forma precisa y enteramente consciente

“Yo me decía entonces: los objetos y los sucesos que los sentidos perciben se sitúan en el espacio. Pero, igualmente que este espacio está fuera del hombre, existe adentro de él una suerte de espacio psíquico que es el teatro de entidades y de sucesos espirituales. Para mí, los pensamientos no eran simplemente imágenes que el hombre se hace de las cosas, sino que yo veía manifestaciones de un mundo espiritual en el seno de este espacio psíquico La geometría me aparecía entonces como un saber que, según las apariencias, sería producido por el hombre, pero que no obstante tiene una significación muy independiente de él. Siendo niño, yo resentía bien esto, sin llegar a formularlo claramente, que el conocimiento del mundo espiritual se adquiere de la misma manera que la geometría.

La realidad del mundo espiritual era para mí tan cierta como la del mundo sensible. No obstante, tenía necesidad de justificar de una cierta manera esta forma de ver. Yo deseaba poder decirme que la experiencia del mundo espiritual no es menos real que la del mundo sensible. Podemos me decía yo, acceder en geometría a un conocer que el ama sola, por su propia fuerza, puede experimentar. Este sentimiento fue para mí la justificación de mi experiencia del mundo espiritual lo que me permitió hablar de él como del mundo sensible. Y yo hablaba así. Yo tenía en mi dos formas de representaciones, que siendo vagas, jugaban un rol importante en mi alma desde mucho antes de octavo año. Yo distinguía las cosas y las entidades " que vemos" de aquellas "que no vemos".

Yo recuento  estos hechos conforme a la verdad; claro, aquellos que buscan razones para calificar la Antroposofía como una enseñanza fantástica concluirán tal vez que yo tenía ya como niño disposiciones fantásticas, y que por ello no hay porque sorprenderse de ver formarse en mí una tan extraña concepción  del mundo.

Yo tengo consciencia de no haber jamás hecho intervenir mis inclinaciones personales en la descripción de los mundos espirituales, y de estar siempre conforme a la necesidad inherente al sujeto tratado.  Es por esto que yo puedo, con toda la objetividad requerida, reestablecer  la manera torpe infantil con la cual yo justifico por la geometría mi necesidad de hablar de un mundo “que no vemos”.
Yo debe honestamente confesar que yo vivía voluntariamente  en este mundo. Yo  habría resentido el mundo sensible como una oscuridad espiritual alrededor de mí, si no hubiese recibido la luz de ese lado.
Esta justificación del mundo del espíritu del cual yo tenía necesidad, yo la debo  al maestro auxiliar de Neudorfl quien me presta su libro de geometría.
Yo le estoy agradecido de muchas otras cosas aún. Es el quien me aporta el elemento artístico. El tocaba el violín y el piano. Yo iba a verlo lo más seguido posible. El me animaba particularmente en el dibujo. Desde la edad de nueve años el me incita a dibujar al carbón. Bajo su dirección yo copiaba imágenes. Yo hube, entre otros, pasado mucho tiempo en reproducir un retrato del conde Szchenyi.
En la pueblo vecino de Sauerbrunn, más seguido que a Neudorfl, yo tuve la ocasión de escuchar la música tan  emotiva  de los gitanos húngaros.
Todo esto animaba una infancia pasada en el vecindario  de la iglesia y del cementerio. La Estación  de Neudorfl se sitúa a algunos pasos de la iglesia; entre  los dos se encuentra el cementerio.”


A lo largo de este último, se accedía directamente al corazón del pueblo. El estaba compuesto de dos hileras de casas.  Una comenzaba cerca de la escuela, la otra en el presbiterio.  Entre las dos hileras de cas corría un pequeño riachuelo rodeado de magníficos nogales, los cuales permitían los niños de la escuela crear toda una jerarquía. Cuando las nueces comenzaban a madurar, niñas y niños se esforzaban de hacerlas caer tirándoles piedras. Ellos constituían así provisiones para el invierno. En otoño, el principal sujeto de conversación se refería a la importancia de  la recolección  de nueces.  Aquel que había logrado la mejor recolección, gozaba de la más alta consideración; luego se establecía una lista en orden decreciente. Yo era el último, porque en mi calidad de “extranjero en el pueblo”, yo no tenía el derecho de participar en esta clasificación.
Las dos principales filas  de  casas del pueblo pertenecía  los campesinos más ricos. A la altura del presbiterio partía en ángulo recto otra fila de alrededor de veinte cas donde habitaban los “medianamente afortunados”.  Luego tocando a los jardines de la Estación, había un grupo de chozas  “ las pequeñas casas”, donde vivían los más pobres. Ellos constituían neutro vecindario inmediato. El camino que partía del pueblo conducía a los campos y a las viñas pertenecientes a estos campesinos. Es en casa de estos pueblerinos menos favorecido que yo participa cada año en las vendimias; una vez yo tuve hasta la ocasión de asistir a una boda.”


De la Autobiografía de R.Steiner (1861 al 1925)
(La Infancia Volulmen I)

sábado santo !





viernes, 29 de marzo de 2013

viernes santo




SONETO
No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan herido;
Muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera
Que aunque no hubiera cielo yo te amara
Y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
Pues aunque lo que espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera
Juana de la Cruz





jueves, 28 de marzo de 2013


¡Alma humana!
Tú vives en el latir del corazón y del pulmón
que, a través del ritmo de los tiempos,
te conduce al sentir de la propia esencia anímica:
Ejercita La contemplación  espiritual
en el equilibrio del alma,
donde las fluctuantes
acciones del devenir de los mundos
unen
el propio yo
al Yo cósmico;
y de verdad te sentirás
en el actuar anímico humano.

Pues reina en derredor la voluntad de Cristo
donando gracia a las almas en los ritmos de los mundos.
Espíritus Kyriotetes, Dynamis, Exuiae,
haced que desde oriente se encienda 
lo que por occidente cobra forma,
y el fuego de oriente
que recibe de occidente su configuración

Esto dice:
In Cristo morimur.
Lo oyen los espíritus elementales
en el este, oeste, norte, sur.
¡Quieran los hombres oirlo!


Meditación de la Piedra Fundamental
II Parte
R.Steiner


Padrenuestro

PADRE, Tú que has estado, estás y estarás en la 
Profundidad de nuestro Ser,
Glorificamos y alabamos Tú nombre en nosotros.

Qué Tú Reino se acreciente a través de nuestros actos y conductas.

Qué podamos cumplir Tú voluntad, de la manera 
En que Tú, 
Oh! Padre, lo has establecido en nosotros.

Concédenos abundantemente, 
Nutrición Espiritual,
El pan de vida,

En todos los cambiantes momentos de la vida.

Permite que nuestra misericordia por los otros, 
Compense los errores cometidos hacia nuestro ser.

No permitas que el tentador opere en nosotros, 
Más allá de la capacidad de nuestras fuerzas.

Porque en tu Ser, 
Oh! Padre, ninguna tentación puede existir.

Porque el tentador es sólo apariencia y engaño.

Y Tú, 

Oh! Padre nos conduces a través de la luz de tu conocimiento.

Qué Tú Poder y Tu Gloria Obre a través de nosotros.

Por los siglos de los siglos.

RUDOLF STEINER –





Oración recitada en voz alta por R.S. los últimos días sobre tierra, según lo refiere Zeylmans von Emmichoven

martes, 26 de marzo de 2013

Segunda Sinfonía de Beethoven




Se eleva a los mundos espirituales el 26 de marzo de 1827-

"mi ángel, mi todo, mi yo... ¿por qué esa profunda pesadumbre cuando es la necesidad quien habla? ¿puede consistir nuestro amor en otra cosa que en sacrificios, en exigencias de todo y nada? ¿puedes cambiar el hecho de que tú no seas enteramente mía y yo enteramente tuyo? ¡ay dios! contempla la hermosa naturaleza y tranquiliza tu ánimo en presencia de lo inevitable. el amor exige todo y con pleno derecho: a mí para contigo y a ti para conmigo. sólo que olvidas tan fácilmente que yo tengo que vivir para mí y para ti. si estuviéramos completamente unidos ni tú ni yo hubiéramos sentido lo doloroso. mi viaje fué horrible...

"alégrate, sé mi más fiel y único tesoro, mi todo como yo para ti. lo demás que tenga que ocurrir y deba ocurrir con nosotros, los dioses habrán de enviarlo...

"tarde del lunes... tú sufres. ¡ay! donde yo estoy, también allí estás tú conmigo. conmigo y contigo haré yo que pueda vivir a tu lado. ¡¡¡qué vida!!! ¡¡¡así!!! sin ti... perseguido por la bondad de algunas personas, que no quiero recibir porque no la merezco. me duele la humildad del hombre hacia el hombre. y cuando me considero en conexión con el universo, ¿qué soy yo y qué es aquél a quien llaman el más grande? y sin embargo... ahí aparece de nuevo lo divino del hombre. lloro al pensar que problablemente no recibirás mi primera noticia antes del sábado. tanto como tú me amas ¡mucho más te amo yo a ti!... ¡buenas noches! en mi calidad de bañista, debo irme a dormir. ¡ay, dios! ¡tan cerca! ¡tan lejos! ¿no es nuestro amor una verdadera morada del cielo? ¡y tan firme como las murallas del cielo!

"buenos días, siete de julio. todavía en la cama se agolpan mis pensamientos acerca de ti, mi amada inmortal; tan pronto jubilosos como tristes, esperando a ver si el destino quiere oírnos. vivir sólo me es posible, o enteramente contigo, o por completo sin ti. sí, he resuelto vagar a lo lejos hasta que pueda volar a tus brazos y sentirme en un hogar que sea nuestro, pudiendo enviar mi alma al reino de los espíritus envuelta en ti. sí, es necesario. tú estarés de acuerdo conmigo, tanto más conociendo mi fidelidad hacia ti, y que nunca ninguna otra poseerá mi corazón; nunca, nunca...

"¡oh, dios mío! ¿por qué habrá que estar separados, cuando se ama así? mi vida, lo mismo aquí que en viena, está llena de cuitas. tu amor me ha hecho al mismo tiempo el ser más feliz y el más desgraciado. a mis años, necesitaría ya alguna uniformidad, alguna normalidad en mi vida. ¿puede haberla con nuestras relaciones?... ángel, acabo de saber que el correo sale todos los días. y eso me hace pensar que recibirás la carta en seguida.

"está tranquila. tan sólo contemplando con tranquilidad nuestra vida alcanzaremos nuestra meta de vivir juntos. está tranquila, quiéreme. hoy y ayer ¡cuánto anhelo y cuántas lágrimas pensando en ti... en ti... en ti, mi vida... mi todo! adiós... ¡quiéreme siempre! no desconfíes jamás del fiel corazón de tu enamorado ludwig. eternamente tuyo, enternamente mía, eternamente nuestros."

a la Amada Inmortal!







http://youtu.be/bEiYmeeV6sI Segunda Sinfonía.

Elementais da Natureza


ver video hermoso sobre los seres elementales...http://youtu.be/q_C0j2JWcbs




pintura de Beatríz Quintin Ortega
tomado de su muro en FB


lunes, 25 de marzo de 2013

Sonata para piano n.º 14 (Beethoven)

http://youtu.be/TOBQdK0NU4U
Sonata para piano n.º 14 (Beethoven)
La Sonata para piano n.º 14 en do sostenido menor "Quasi una fantasia", Op. 27, n.º 2, popularmente conocida como Claro de luna o Luz de Luna (en alemán Mondscheinsonate), fue escrita por Ludwig van Beethoven en 1801 y publicada en 1802. Se trata de una de las obras más famosas del autor, junto con el primer movimiento de la Quinta Sinfonía y su bagatela para piano Para Elisa.
La pieza fue compuesta en 1801 y publicada por Giovanni Cappi en Viena en marzo de 1802, el mismo día que las dos sonatas anteriores, cuya primera edición apareció bajo el siguiente epígrafe:
«Sonata Quasi una Fantasia per il Clavicembalo o Piano-forte composta e dedicata alla Damigella Contessa Giulietta Guicciardi da Luigi van Beethoven Opera 27 No. 2. In Vienna presso Gio. Cappi Sulla Piazza di St. Michele No. 5.».
En español, «Sonata casi una fantasía para clavecín o piano, compuesta y dedicada a la señorita condesa Giulietta Guicciardi, de Ludwig van Beethoven. Op. 27, n.º 2. Publicado en Viena por Giovanni Cappi, Michaelerplatz N º 5.»
La «damigella» o señorita a quién se refería la dedicatoria anterior era su alumna, la condesa Giulietta Guicciardi de 17 años y de quien se decía que estaba enamorado. Se trataba de la hija del conde Guicciardi, personaje triestino que en primavera de 1800 había sido trasladado a Viena como consejero de la Cancillería de Bohemia. La familia estaba emparentada con los Brunswick, muy amigos de Beethoven y el artista pronto contó a Giulietta entre sus discípulos aristocráticos, no aceptando ninguna remuneración por las lecciones en las que se mostraba muy exigente como profesor. En aquellos días se aproximaba el músico a los treinta años.


Sonata para piano n.º 14 de Beethoven
El apodo Claro de luna se haría popular después de la muerte de Beethoven, surgiendo a raíz de una comparación que el poeta y crítico musical alemán Ludwig Rellstab realizó entre el primer movimiento de la pieza y el claro de luna del Lago de Lucerna.
Aunque no existe testimonio directo sobre las razones específicas por las que Beethoven decidió el título para ambas piezas que conforman el op. 27 como Sonata Quasi una fantasia, puede ser significativo que la disposición de la presente obra no siga el modelo tradicional de un movimiento de sonata del periodo clásico que seguía el patrón: rápido - lento [rápido] - rápido. En cambio, esta composición posee una trayectoria ponderada hasta el final, manteniendo la música rápida contenida hasta el tercer movimiento.
En su análisis, el crítico alemán Paul Bekker afirma que «El movimiento allegro que introduce la sonata confería a la pieza un determinado carácter desde el principio... que los movimientos posteriores podían complementar pero no cambiar. Beethoven se rebeló contra esta cualidad determinante del primer movimiento. Él quería un preludio, una introducción, no una proposición.»
La sonata consta de tres movimientos:
• I. Adagio sostenuto
• II. Allegretto
• III. Presto agitato

wikipedia



http://youtu.be/TOBQdK0NU4U

Primera Sinfonía de Beethoven

http://www.youtube.com/watch?v=uB4nSvq_Qig


Sinfonía Nº 1 in C dur Op. 21

Adagio molto-Allegro con brio
Andante cantabile con moto
Menuetto; Allegro molto e vivace
Adagio-Allegro molto e vivace

Staatskapelle de Berlín

Director: Otmar Suitner

La Sinfonía n.º 1 en do mayor, op. 21, es la primera de las nueve sinfonías de Ludwig van Beethoven. Fue compuesta en Viena entre los años 1799 y 1800 y fue dedicada al barón Van Swieten, melómano y amigo de Wolfgang Amadeus Mozart.
Está escrita para una orquesta formada por cuerdas, dos flautas, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, dos trompas, dos trompetas y percusión.
Se estrenó el 2 de abril de 1800 en el Burgtheater de Viena. A pesar de que tiene una estructura muy clásica, la obra fue criticada por su aspecto innovador: la obertura no comenzaba con la tonalidad principal (do mayor), tenía numerosas modulaciones, el tercer movimiento (falsamente titulado Menuetto) era demasiado rápido, etc. Se le achacaban demasiadas similitudes con la Sinfonía n.º 41 (Júpiter) de Mozart o con otras sinfonías de Haydn.

Análisis

La Primera sinfonía es de alguna manera una introducción a todo lo que escribirá Beethoven más tarde: explora en efecto numerosos horizontes a menudo contrastados. Así, se define sucesivamente como lírica y serena (en los dos últimos movimientos), sombría y apasionada (en la introducción lenta), tensa y dramática (en la Allegro inicial), y con patetismo (en el movimiento lento). Parece por otro lado ser una premonición de los movimientos lentos de las sinfonías Tercera y Séptima. Para el final se inspiró en Haydn, cuya influencia se hace más evidente en las ejecuciones rápidas; de hecho, el movimiento más innovador de esta obra es el tercero, que es un scherzo, vivo y ligero, el cual usaría Beethoven de ahí en adelante en lugar del minueto tradicional.

Sinfonía no. 1, en do mayor, op. 21 parece simple a primera vista, incluso demasiado simple si lo comparamos con su última sinfonía. Notable en este sentido son reflexiones de Robert Schumann por escrito tres años después de la composición de esta sinfonía, los reflejos provocados por la escucha de la Sinfónica No.IX : "lo amo, lo amo de verdad, pero no olvides que llegó libertad poética después de un estudio exhaustivo, años y años, y alabar su poder moral inquieto. No tratan de extraer lo extraordinario, volver a las raíces de la creación, demostrar su genio no a través de su última sinfonía (...), puede hacerlo igual de bien a través de su primera sinfonía . " Aunque esta obra marcó el debut de un compositor en un género que le atraía, no ha aportado nada radicalmente nuevo, si tenemos en cuenta las creaciones que el mundo había admirado hasta entonces. Uno de los comentaristas de que el tiempo de observación: " Si ahora vemos sólo la garra que presagia la aparición del león, es porque el león no pareció más prudente atacar por el momento. "

Parte I - Adagio molto - comienza con una introducción lenta, de gran luminosidad y lirismo, seguido de los dos temas en un movimiento de sonata.

Parte II - Andante cantabile con moto - es sorprendente, ya que también se construye de dos temas en forma de sonatas y su final es una coda.

Parte III - Menuetto, Allegro molto vivace e - aparta del tipo minué de las sinfonías vienesas, revelando un scherzo con una sustancia musical de la máxima simplicidad derivada de elementos temáticos de las partes anteriores.

Parte IV - Allegro molto vivace e - tiene una expresión Haydnian poderoso, pero con importantes elementos temáticos tomados de las partes anteriores, lo que revela una compleja forma de sonata y convertirse en un final de un ciclo sinfónico perfectamente adecuado para ese período.

La sinfonía se presenta en la primera audición en un concierto lanzado para su beneficio, en el Teatro Imperial de Viena el 2 de abril de 1800, y dedicada al barón Gottfried van Swieten, director de la Biblioteca Imperial, amigo íntimo de Haydn y Mozart, y unos pocos meses después se presentó de nuevo en la sala Gewandhaus de Leipzig. Esta sinfonía, visto desde todo punto de vista, es un clásico, fuertemente anclado en las coordenadas de la vida musical vienesa, sobre todo desde las últimas sinfonías de Mozart, así como las de Haydn hirió el público vienés, el establecimiento de un cierto nivel que Beethoven se tendrá en consideración





http://youtu.be/uB4nSvq_Qig

carlos garcía

domingo, 24 de marzo de 2013


It is time to remember what you are not taught in school. Here is what should be taught. Palm Sunday, you were never taught that when Christ clairvoyantly knows to ride a donkey on Palm Sunday and take with Him the New Cosmos he is bringing, the colt, you were never taught that the Donkey is the imprint of Humanity. Humanity have 23 chromosomes per cell and the Ass and Donkey have a blood to body ratio, each animal has a different ratio of blood to body weight, which is the reason for studying this is my body, this is my blood, because the Donkey has 23 parts body weight to 1 part blood. The Donkey by Demonstration carries the 23 sacred number which each human cell to be human must have 23 chromosomes. Each human cell or micro cosmos must split the cell when it doubles to 46 chromosomes. Therefore Christ brings, and tags behind the Old Cosmos he rides upon, the young donkey, the New Cell because again, since we don't comprehend anything, The donkey has a 23 to 1 OR 23/1 ratio of blood to body-weight. And as far as Science and the Christ Event we are still stubborn Jackasses.
Extraído de su página en FB-

Sofia Gubaidulina - Johannes-Passion 1/3

sábado, 23 de marzo de 2013

Le revenu de base : un nouveau droit humain

Llamado a la Consciencia : Michel Joseph




URGENTE LLAMADO DE Michel Joseph (desde París, Francia)
CALL Michel Joseph (from Paris)
Appel à toutes les bonnes volontés 

COMPARTELO!!!

Estoy organizando dos cosas:


1) en junio,

un campamento de verano para jóvenes para reconstruir la fachada de un edificio de 150 m2 en Montaphilant Casa (antes Comandancia de los Caballeros Templarios)


2) 01 de agosto

la Escuela de Verano : sobre "La nueva consciencia del hombre”


- Buscamos financiación para ello.
Llamamiento a todos los hombres de buena voluntad:
corazones, cabezas, manos, medios (financieros, materiales, herramientas, muebles, etc.)


Michel Joseph
J'organise 2 choses :
1) en juin, un chantier de jeunes d'été pour reconstruire le gros œuvre d'un bâtiment de 150 m2 au manoir de Montaphilant (autrefois commanderie des templiers)
2)
en août une université d'été sur la nouvelle conscience de l'homme

- Nous cherchons des financements pour tout cela. Appel à toutes les bonnes volontés : cœurs, têtes, mains, moyens (finances, matériaux, outils, meubles, etc).

CALL Michel Joseph (from Paris)

I am organizing two things:

1) in June,

a summer camp for young people to reconstruct the facade of a building of 150 m2 in Montaphilant House (formerly Commandery of Knights Templar)


2) 1 August

Summer School: on "the new consciousness of man"


- We seek funding for it.
Calling all men of good will:
hearts, heads, hands, means (financial, materials, tools, furniture, etc..)

Je voulais vous rendre attentifs à l'existence de notre manoir de Montaphilant, à 55 mn de paris Est puis 15 km (nous avons un minibus de 8 places qui peut prendre les gens à la gare de Nogent s/Seine. Nous pouvons héberger 35 personnes.
Pour plus de détails, voyez sur notre blog :

http://tournantspirituel.blogspot.com/



pintura  Gamel

CALENDARIO DEL ALMA, A LA ESPERA DE PASCUAS, 21 AL 27 DE MARZO. Steiner




CALENDARIO DEL ALMA

Y QUINCUAGESIMA  PRIMERA SEMANA
DEL 21 AL 27 DE MARZO

EN EL SENO DEL SER HUMANO, LA APARIENCIA SENSIBLE

VIERTE SU RIQUEZA.

EL ESPIRITU DEL UNIVERSO EN LA MIRADA DEL HOMBRE

COMO EN UN ESPEJO SE ENCUENTRA.

ES NECESARIO QUE ESTA MIRADA, VENIDA DEL MISMO ESPÍRITU,

RENUEVE SU FUERZA EN EL ESPIRITU MISMO.

R. STEINER


ATTENTE  DU PRIMTEMPS
Y CINCUANTE ET UNIEME SEMAINE 21 - 27 MARS


AU SEIN DE L´ETRE HUMAIN, L´APPARENCE SENSIBLE

DEVERSA SA RICHESSE.

L´ESPRIT DE L´UNIVERS DANS LE REGARD DE L´HOMME

AINSI U´EN UN MIROIR SE TROUVE.

IL FAUT QUE CE REGARD, DE L´ESPRIT MEME ISSU,

SA FORCE EN L´ESPRIT RENOUVELLE.

R. STEINER.





El Representante de la Humanidad
Escultura en Madera
R.Steiner. Goetheanum

Wagner - 'Parsifal' - Act I Prelude (Georg Solti)

http://www.youtube.com/watch?v=AQOfIENN2tk

viernes, 22 de marzo de 2013

Homenaje a W.GOETHE en CONMEMORACION : LA SERPIENTE VERDE





En su pequeña choza, ante el gran río cuya corriente habíase acaudalado por una fuerte
lluvia y que desbordaba sus riberas, estaba el viejo barquero descansando y durmiendo,
rendido por las labores del día. Le despertaron fuertes voces en medio de la noche;
escuchó que unos viajeros querían ser trasladados.
Al salir delante de la puerta vio dos grandes fuegos fatuos flotando encima del bote
amarrado y le aseguraron que se hallaban en los más grandes apuros y que estaban
deseosos de verse ya en la otra orilla. El anciano no se demoró en hacerse al agua y
navegó con su destreza acostumbrada a través del río mientras los forasteros siseaban
entre sí en un lenguaje desconocido y sumamente ágil, y estallaban, de vez en cuando, en
fuertes carcajadas saltando por momentos en los bordes o en el fondo de la barca.
—¡Se balancea el bote! —exclamó el viejo—. Si estáis tan inquietos puede volcarse.
¡Sentaos, fuegos fatuos!
Estallaron en grandes carcajadas ante esta advertencia, se mofaron del anciano y se
pusieron más inquietos que antes. Este soportó con paciencia sus malas maneras y, en
poco tiempo, arribó a la otra orilla.
—¡Aquí tenéis! ¡Por vuestro esfuerzo! —exclamaron los viajeros y, al sacudirse,
cayeron muchas y resplandecientes piezas de oro dentro de la húmeda barca.
—¡Santo cielo! ¿Qué hacéis? —exclamó el viejo—. Me exponéis al más grande apuro!
Sí una de estas piezas hubiera caído en el agua, el río, que no soporta este metal, se
hubiera levantado en terribles olas devorándonos al bote y a mí, ¡y quién sabe cómo os
hubiera ido! ¡Tomad de nuevo vuestro dinero!
—No podemos tomar nada de lo que nos hemos desprendido —respondieron ellos.
—Entonces, encima me dais el trabajo de tener que recogerlas y llevarlas a enterrar
bajo tierra —dijo el viejo, inclinándose para recoger las piezas de oro dentro de su gorra.
Los fuegos fatuos habían saltado del bote cuando el viejo exclamo:
—¿Y dónde queda mi paga?
—¡Quien no acepta oro tal vez quiera trabajar gratis!
—exclamaron los fuegos fatuos.
—Tenéis que saber que a mí sólo se me puede pagar con frutos de la tierra.
—¿Con frutos de la tierra? Los detestamos y nunca los hemos disfrutado.
—Y sin embargo no os puedo soltar hasta que me hayáis prometido traerme tres coles,
tres alcachofas y tres grandes cebollas.
Los fuegos fatuos hicieron por escurrirse en medio de bromas pero se sintieron atados
al suelo de manera incomprensible; era la sensación más desagradable que jamás habían
sentido. Prometieron satisfacer en poco tiempo la demanda del anciano; éste los despachó
y partió. Ya se encontraba muy lejos cuando a sus espaldas le gritaron:
—¡Viejo! ¡Escuchad, viejo! ¡Hemos olvidado lo más importante!
Ya se había alejado y no los escuchaba. Se dejó llevar río abajo por el lado de esa
misma orilla, donde decidió enterrar el peligroso y bello metal; era una región montañosa
donde el agua nunca podía llegar. Allí, entre altos picachos, encontró un profundo
abismo, donde arrojó el oro, y se volvió a su choza.
En ese precipicio estaba la hermosa serpiente verde, que se despertó a causa del tintineo
de las monedas despeñadas. Apenas vio las doradas obleas, las devoró de inmediato con
gran avidez y buscó con mucho cuidado todas las piezas que se habían esparcido entre la
maleza y las grietas rocosas.
En cuanto las hubo devorado sintió, con el mayor agrado, fundirse el oro en sus
intestinos y expandirse a través de todo su cuerpo; notó, para su mayor alegría, que se
había vuelto transparente y luminosa. Desde mucho tiempo atrás le habían asegurado que
era posible este fenómeno; pero como ella recelaba de que esta luz perdurase mucho
tiempo, la curiosidad y el deseo de asegurarse para el futuro la impulsaron a salir de la
caverna a fin de investigar quién había arrojado en su interior el hermoso oro. No
encontró a nadie. Tanto más agradable sentía de admirarse ella misma y a su graciosa luz
que diseminaba a través del verde fresco mientras se arrastraba entre hierbas y
matorrales. Todas las hojas parecían de esmeralda, todas las flores aureoladas de la
manera más esplendorosa. En vano recorrió la solitaria y yerma tierra; pero tanto más
creció su esperanza cuando llegó a una planicie y vio en lontananza un resplandor
semejante al suyo.
—¡Por fin encuentro a alguien igual a mí! —exclamó, apresurándose a llegar a ese
sitio. No reparó en las fatigas que el arrastrarse a través de pantanos y cañaverales le
causaba, pues a pesar de que prefería vivir en los prados secos de los montes y entre las
altas grietas de las rocas, en las que disfrutaba de las hierbas aromáticas y solía calmar la
sed con tierno rocío y agua fresca de las fuentes, habría hecho todo lo que uno le hubiera
impuesto por el amado oro, así de hechizada estaba por retener el hermoso resplandor.
Extenuada, llegó por fin a un húmedo juncal, donde nuestros dos fuegos fatuos se
entretenían en juegos. Se dirigió rápidamente hacia ambos, los saludó celebrando
encontrar caballeros de su parentela tan agradables. Los fuegos fatuos se aproximaron,
saltaron por encima de ella y se rieron a su modo.
3
—Señora Mume —dijeron ellos—, aunque vos séais de la línea horizontal, eso no
significa nada entre nosotros; se comprende que somos parientes por lo que toca al
resplandor, pues vea nada más —y en eso ambos fuegos se alargaron tanto como su
volumen se lo permitió—: ¡qué bien nos sienta a los caballeros de la línea vertical esta
esbelta longitud! No se enfade con nosotros, amiga mía, ¿qué familia puede vanagloriarse
de esto? Desde que existen fuegos fatuos, ninguno ha estado sentado o acostado.
La serpiente se sentía muy incómoda en presencia de estos parientes; pues por más
esfuerzos que hiciera al querer levantar la cabeza más alto, sentía sin embargo que tenía
que bajarla de nuevo hacia el suelo para poder impulsarse; y cuanto más se había
complacido consigo misma entre la oscura floresta, tanto más parecía disminuir a cada
momento su resplandor en presencia de estos parientes, e incluso temía que al final se
extinguiera del todo.
En medio de tal turbación preguntó rápidamente si los caballeros no le podían dar
noticia de dónde venía el reluciente oro que hacía poco había caído dentro de la cueva;
suponía que hubiese sido una lluvia áurea que manara directamente del cielo. Los fuegos
fatuos se sacudieron de risa y una gran cantidad de monedas de oro saltó en torno suyo.
La serpiente se abalanzó sobre ellas para devorarlas.
—Que os aproveche, señora Mume —dijeron los gentiles caballeros—. Aun podemos
servirla con más.
Se sacudieron varias veces más con gran destreza, de manera que la serpiente no podía
tragar más rápido el preciado alimento. Comenzó a aumentar visiblemente su esplendor
y, en verdad, destellaba incomparablemente hermosa mientras los fuegos fatuos iban
volviéndose magros y pequeños aunque sin perder la más leve pizca de su buen humor.
—Os agradezco eternamente —dijo la serpiente, al haberse recobrado después de su
comida—. ¡Exigid de mí lo que queráis! Os concederé lo que esté a mi alcance.
—¡Muy bien! —exclamaron los fuegos fatuos—. Dinos dónde habita la bella Azucena.
¡Llévanos lo antes posible al palacio y a los jardines de la hermosa Azucena! Morimos de
impaciencia por postrarnos ante ella.
—Ese servicio —replicó la serpiente con un profundo suspiro— no os lo puedo
conceder de inmediato. Por desgracia, la bella Azucena vive más allá del agua.
—¿Más allá del agua? ¡Y nosotros que nos dejamos transportar en esta noche tan
tormentosa! ¡Qué cruel es el río que ahora nos separa! ¿No sería posible llamar otra vez
al viejo?
—Os esforzaríais en vano —dijo la serpiente—. Pues aunque vosotros lo encontrarais
de este lado del agua no os llevaría; puede traer a esta orilla a todo aquel que lo quiera,
pero no le está permitido llevar a nadie hacia allá.
—¡Mal estamos, pues! ¿No hay otro medio para trasponer el agua?
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—Hay algunos otros más, sólo que no en este momento. Y yo misma puedo transportar
a los caballeros pero únicamente al mediodía.
—Esa es una hora en la que no nos gusta viajar.
—Entonces podréis transbordar al anochecer sobre la sombra del gigante.
—¿Cómo puede ser eso?
—El gran gigante, que vive no lejos de aquí, tiene impedido hacer nada con su cuerpo;
sus manos no levantan una sola paja, sus hombros no llevarían ningún leño. Por eso es
más poderoso al levantarse y ponerse el sol, y así, basta sólo con sentarse en la nuca de su
sombra al caer la noche: entonces el gigante se acerca suavemente a la orilla y su sombra
conduce al viajero a través del agua. Pero si queréis llegar a aquel rincón del bosque a la
hora del mediodía, donde la maleza se une con las aguas del río, entonces puedo yo
transportaros y presentaros con la hermosa Azucena; por el contrario, si teméis al calor
del mediodía entonces sólo podréis recurrir al gigante, quien, en aquel acantilado, hacia
el anochecer, seguramente se mostrará muy obsequioso de serviros.
Con leve inclinación, los jóvenes caballeros se alejaron y la serpiente estuvo contenta
de deshacerse de ellos, en parte por deleitarse con su propio resplandor, en parte por
satisfacer su curiosidad que desde hacía mucho tiempo la torturaba.
En medio de los rocosos abismos, en los que a menudo se arrastraba de uno a otro lado,
había hecho un extraño descubrimiento. Pues aunque estaba obligada a moverse por estos
abismos sin luz alguna, podía distinguir a través de su piel los objetos. Estaba
acostumbrada a encontrarse en todas partes únicamente presencias irregulares de la
naturaleza; ora enroscábase entre las aristas de grandes cristales, ora sentíase sobre las
puntas de macizos de plata y sacaba una u otra piedra preciosa a la luz del día. Pero, para
su grande asombro, percibió algunos objetos dentro de la caverna cerrada que hacían ver
la mano activa del hombre. Muros lisos por los cuales ella no era capaz de trepar,
regulares y agudas esquinas, columnas bien talladas y, lo que le pareció más extraño de
todo, figuras humanas por entre las cuales se había enroscado varias veces y que hubo de
definir como de cobre o de mármol extremadamente bien pulimentadas. Deseaba resumir
todas estas experiencias a través de la vista, y aquello que ella solamente suponía, quería
comprobarlo. Se creyó capaz de infundir luz por sí misma a esta maravillosa bóveda
subterránea, y esperaba de una vez poder hacerse del completo conocimiento de esos
extraños objetos. Se apresuró y, sin tardanza, halló en su acostumbrado camino la grieta
por entre la cual ella solía introducirse al sagrado recinto.
Al encontrarse en aquel sitio, se dio vuelta con curiosidad y, pese a que su resplandor
no podía iluminar todos los objetos de la rotonda, los más próximos se le destacaron
suficientemente claros. Con admiración y respeto, miró hacia lo alto de un brillante nicho
en que se hallaba colocada la imagen de un venerable rey del más puro oro. Según la
medida, la imagen era de humanas proporciones pero, según la figura, correspondía a la
de una persona más bien pequeña. Su bien formado cuerpo se hallaba cubierto con un
sencillo manto y una corona de encinas circundaba su cabello.
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Apenas la serpiente hubo visto la imagen venerable cuando el rey empezó a hablar y
preguntó:
—¿De dónde vienes?
—De los abismos en los que reposa el oro —respondió la serpiente.
—¿Qué es más precioso que el oro? —preguntó el rey.
—La luz —contestó la serpiente.
—¿Qué es más reconfortante que la luz? —preguntó aquél.
—La conversación —respondió ésta.
Durante estas palabras había mirado de reojo y visto en el nicho inmediato otra imagen
preciosa. Representaba, sentado, a un rey de plata cuya figura era alta y más bien esbelta;
su cuerpo estaba revestido por una adornada vestimenta: corona, cinturón y cetro
guarnecidos con piedras preciosas. Su rostro poseía la donosura del orgullo y parecía
querer hablar cuando en el muro marmóreo se dibujó una oscura veta que de pronto se
aclaró y difundió una agradable luz por todo el templo. Bajo esta luz, la serpiente
distinguió al tercer rey, que, hecho de cobre, estaba sentado con su imponente cuerpo,
apoyado en su basto, ornado con una corona de laurel, con el aspecto más de una roca
que de un hombre. La serpiente quiso darse vuelta para encontrar al cuarto rey, que
estaba a mayor distancia, pero mientras tanto el muro se abrió y la veta iluminada
centelleó como un rayo y desapareció.
Se presentó un hombre de mediana estatura que atrajo la atención de la serpiente. Iba
vestido como un labriego y llevaba en su mano una pequeña lámpara ante cuyas llamas
silenciosas uno miraba con gusto; iluminaba de manera singular, sin sombra alguna, todo
el cimborio.
—¿Por qué vienes si ya tenemos luz?
—Vuestra majestad: sabéis que no me es permitido alumbrar lo oscuro.
—¿Llega a su fin mi reinado? —preguntó el rey de plata.
—Tarde o nunca —replicó el viejo.
Con voz enérgica, el rey de cobre comenzó a preguntar:
—¿Cuándo me levantaré?
—Pronto —replicó el viejo.
—¿Con quién debo aliarme?
—Con tus hermanos mayores —dijo el viejo.
—¿Qué será del más joven? —preguntó el rey.
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—Se sentará —dijo el viejo.
—No estoy cansado —exclamó el cuarto rey con una voz ronca y tartamudeante.
Mientras aquéllos hablaban, la serpiente se había movido silenciosamente en el interior
del templo, había contemplado todo y en ese momento observaba de cerca al cuarto rey.
Este estaba erecto, apoyado en una columna, y su considerable corpulencia era más bien
pesada que hermosa. Mas el metal en que estaba fundido no podía distinguirse
fácilmente. Bien considerado, era una mezcla de los tres metales de que estaban hechos
sus hermanos. Pero estas materias parecían no haberse fusionado bien; vetas de oro y
plata corrían irregularmente a través de una masa de cobre, dando a la imagen un aspecto
desagradable.
Mientras tanto, el rey de oro se dirigió al hombre:
—¿Cuántos secretos sabes?
—Tres —replicó el viejo.
—¿Cuál es el más importante? —preguntó el rey de plata.
—El que es revelado —replicó el viejo.
—¿Nos lo quieres también hacer saber? —preguntó el rey de cobre.
—En cuanto sepa el cuarto —dijo el viejo.
—¡Qué me importa! —murmuró para sí mismo el rey mixto.
—Yo sé el cuarto —dijo la serpiente, que se acercó al anciano y le siseó algo al oído.
—¡Ya es tiempo! —exclamó el anciano con poderosa voz.
El templo resonó, retemblaron las estatuas de metal y, en ese momento, el anciano se
perdió hacia el poniente y la sierpe hacia el oriente, cada uno recorriendo los abismos
rocosos con gran prisa.
Todos los pasillos que el viejo atravesó, en un instante se volvían de oro pues su
lámpara tenía la maravillosa propiedad de convertir en oro todas las piedras, toda la
madera en plata, los animales muertos en gemas, así como de aniquilar todos los metales.
Para lograr este efecto, dicha lámpara tenía que iluminar ella sola; si había otra luz a su
lado sólo producía un bello y claro resplandor, y todo lo vivo se recreaba a cada
momento gracias a ella.
El viejo entró a su choza, que estaba construida al pie de la montaña, y halló a su mujer
en la más profunda aflicción. Estaba sentada junto al fuego y lloraba sin poder
consolarse.
—¡Qué desdichada soy! —exclamó—. No te hubiera dejado salir este día.
—¿Qué pasa, pues?
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—Apenas te fuiste —dijo la anciana entre sollozos— dos impetuosos viajeros llegaron
a la puerta; desprevenida, los dejé entrar, parecían ser dos atentas y honradas personas.
Estaban vestidos con ligeras llamas, podían haberse confundido con unos fuegos fatuos.
Apenas estuvieron en casa, comenzaron a adularme con palabras tan desvergonzadas y se
volvieron tan impertinentes que hasta me avergüenzo de pensar en ello.
—Bueno —replicó el hombre, sonriendo—, es probable que los señores habrán
bromeado; pues, mirando tu edad, seguramente todo habrá quedado en una elemental
cortesía.
—¡Cuál edad! —exclamó la mujer—. ¿Debo siempre oír hablar de mi edad? ¿Qué edad
tengo yo? ¡Elemental cortesía! Pues yo sé lo que sé. Y sólo voltea a ver cómo están las
paredes, sólo mira las viejas piedras que no he visto desde hace cien años; lamieron todo
el oro, no hubieras dado crédito a su habilidad, y en todo momento aseguraban que sabía
mucho mejor que el oro corriente. En cuanto limpiaron todas las paredes, parecieron estar
de muchos ánimos y, ciertamente, en poco tiempo se pusieron mucho más grandes,
anchos y relucientes. Entonces empezaron otra vez con su petulancia, me acariciaron, me
llamaron su reina, se sacudieron y una gran cantidad de monedas de oro saltó alrededor
suyo. Todavía puedes ver cómo relucen algunas debajo del banco. ¡Pero qué desgracia!
Nuestro perrito comió algunas de ellas y aquí lo tienes muerto al pobre, debajo de la
chimenea. ¡Pobrecillo mi animal! No puedo consolarme. Lo vi después de que se habían
ido, pues de lo contrario no les hubiera prometido pagar su deuda con el barquero.
—¿Qué es lo que debes?
—Tres coles, tres alcachofas y tres cebollas. Les prometí llevar las cosas al río, al
amanecer.
—Puedes hacerles el favor —dijo el anciano—, pues en algún momento ellos nos
servirán a nosotros.
—Si nos van a servir no lo sé, pero yo les hice la promesa.
Mientras tanto, el fuego de la chimenea se había apagado, el anciano cubrió con mucha
ceniza las brasas, apartó las relucientes piezas de oro y, al momento, su lamparita
iluminaba otra vez con el más hermoso esplendor, los muros de la casa se cubrieron de
oro y el perrito se transformó en el ónix más bello que podía uno imaginar. La variación
entre el color marrón y negro de la piedra preciosa hacía de ella una obra de arte rarísima.
—Toma tu cesto —dijo el viejo— y coloca dentro el ónix; toma después las tres coles,
las tres alcachofas y las tres cebollas, ponlas alrededor y llévalo todo al río. Hacia el
mediodía hazte transportar por la serpiente, visita a la hermosa Azucena y ¡llévale el
ónix! Ella lo revivirá con su tacto al igual que por lo mismo mata todo lo vivo. En él
tendrá un fiel compañero. Dile que no esté triste, que su salvación está cerca, que la
desgracia más grande puede considerarla como la más grande fortuna, pues ya es el
tiempo.
8
La vieja preparó su cesto y se puso en camino al amanecer. El sol naciente brillaba con
claridad desde el otro lado del río, cuyas aguas resplandecían a lo lejos; la mujer caminó
con paso lento ya que el cesto le oprimía la cabeza y, sin embargo, no era el ónix lo que
la fatigaba. Lo muerto que sobre sí llevaba no lo sentía, pues le permitía levantar su cesto
hacia lo alto y flotar sobre su cabeza. Pero cargar una fresca legumbre o un pequeño
animal vivo le era sumamente pesado. Hubo de caminar malhumorada un trecho, cuando,
asustada de pronto, se paró en seco pues estuvo a punto de pisar la sombra del gigante,
que se extendía a través del llano hacia donde ella se encontraba. Y sólo hasta ese
momento hubo de ver al descomunal gigante, que se había bañado en el río, salido del
agua, sin que ella supiera cómo apartarse. En cuanto él la advirtió, comenzó entre bromas
a saludarla y las manos de su sombra alcanzaron el cesto. Con desenvoltura y agilidad
tomaron una col, una alcachofa y una cebolla y las llevaron a su boca, después de lo cual
el gigante caminó río arriba dejando libre el camino a la mujer.
Pensó si no sería mejor regresar y sustituir con las de su jardín las piezas que faltaban,
y mientras tanto continuó su camino en medio de estas dudas de manera que pronto llegó
al borde del río. Estuvo largo tiempo en espera del barquero, a quien finalmente vio en
compañía de un extraño viajero. Un hombre joven, noble y hermoso al que no se cansaba
de ver descendió de la barca.
—¿Qué traéis? —clamó el anciano.
—Son las legumbres que los fuegos fatuos os deben —replicó la mujer, mostrándole su
mercancía. Cuando el viejo observó dos de cada uno de los géneros se puso de mal
humor y aseveró que no podía aceptarlos. La mujer le rogó encarecidamente que las
aceptara, le contó que en ese momento no le era posible volver a casa y que la carga le
sería muy pesada en el camino que tenía por delante. El barquero insistió en su desdeñosa
respuesta asegurándole que ni siquiera dependía de él.
—Lo que me corresponde a mí tengo que reunirlo durante nueve horas y no puedo
aceptar nada mientras no hayáis tributado al río la tercera parte.
Después de mucho discutir, respondió por fin el viejo:
—Hay todavía un medio. Si os ofrecéis como garante ante el río y os confesáis como
deudora, entonces acepto las seis piezas. Pero existe algún peligro.
—¿Pero si cumplo con mi palabra no corro ningún peligro?
—No, el más mínimo. Meted vuestra mano en el río —continuó el viejo— y prometed
que queréis pagar la deuda antes de que transcurran veinticuatro horas.
La anciana lo hizo así. ¡Pero cómo se asustó al sacar su mano del agua, negra como
carbón! Increpó vehementemente al anciano asegurando que sus manos habían sido
siempre lo más hermoso en ella y que, a pesar del trabajo duro, ella había sabido
mantener estos nobles miembros blancos y gráciles. Miró su mano con enorme disgusto y
exclamó, con desesperación:
9
—¡Esto es aun peor! Yo veo que además se encoge, está mucho más pequeña que la
otra.
—Ahora sólo lo parece —dijo el viejo—. Pero si vos no cumplís vuestra palabra, puede
volverse realidad. La mano encogerá poco a poco y finalmente desaparecerá del todo sin
que os véais impedida de su uso. Podréis realizar cualquier cosa con ella, sólo que nadie
la podrá ver.
—Preferiría verme impedida de su utilidad con tal de que no desapareciese —dijo la
vieja—. Por ahora esto no significa nada. Mantendré mi palabra para verme librada de
esta negra piel y de mi preocupación.
Tomó el cesto con premura y lo sostuvo encima de su coronilla dejándolo flotar
libremente en el aire y, a la carrera, siguió detrás del joven, quien caminaba pensativo y
sin prisa. Su apuesta figura y su extraña vestimenta habían impresionado profundamente
a la anciana.
Su pecho estaba cubierto con una reluciente coraza bajo la cual todas las partes de su
hermoso cuerpo se movían. De sus hombros colgaba un manto purpúreo, en su cabeza
descubierta ondeaba un cabello castaño de hermosos rizos; su rostro encantador estaba
expuesto a los rayos del sol al igual que sus bien proporcionados pies. Con desnuda
planta caminó relajadamente sobre la quemante arena y un profundo dolor parecía
insensibilizarlo ante toda impresión externa. La anciana intentó atraerlo locuazmente a su
conversación, pero él tan sólo le respondió con escasas palabras, de manera que
finalmente, no obstante sus bellos ojos, ella se dio por vencida de dirigirle siempre la
palabra y se despidió de él diciendo:
—Vais demasiado lento, mi señor. No puedo entretenerme antes de cruzar el río con la
ayuda de la serpiente verde para llevarle a la hermosa Azucena el exquisito regalo que mi
marido le envía.
Con estas palabras se alejó presurosamente, y con la misma prisa el joven se animó a
seguirla.
—¡Vais con la hermosa Azucena! —exclamó él—. Entonces llevamos el mismo
camino. ¿Qué regalo es el que lleváis con vos?
—Señor mío —contestó la señora, algo cambiada—, no es justo que después de que
vos rechazárais mis preguntas tan secamente, interroguéis ahora con tanta vivacidad por
mis secretos. Si de otro modo queréis aceptar un intercambio y contarme vuestras
aventuras, entonces no ocultaré cuál es mi situación ni qué clase de regalo es el mío.
Pronto se entendieron; la mujer le confió su situación así como la historia del perro y le
dejó ver el hermoso regalo.
Al instante, extrajo del cesto la obra de arte natural y tomó al dogo, que parecía estar
durmiendo dulcemente entre sus brazos.
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—¡Qué feliz animal! —exclamó—. Pronto serás tocado por sus manos, serás revivido
por ella mientras que los vivos huyen de ella para no sufrir un triste destino. ¡Pero ¿por
qué digo "triste"? ¿No es mucho más triste y angustioso ser paralizado ante su presencia
que morir al contacto de su mano? ¡Mírame! —dijo a la anciana—. ¡Cuán miserable es la
condición que a mi edad tengo que soportar! Esta coraza que llevé con honor durante la
guerra, este manto purpúreo que intenté merecer a través de un sabio gobierno me los
otorgó el destino, aquélla como una carga inútil y el otro como un adorno insignificante.
Corona, cetro y espada están perdidos. Por lo demás, estoy tan desnudo y menesteroso
como cualquier hijo de la tierra, pues tan infelices se ven sus hermosos ojos azules que a
todos los seres vivos les quita sus fuerzas y todos aquellos a quienes su mano no mata se
sienten trasladados a un estado de errabundas sombras vivas.
Así continuó lamentándose y de ninguna manera satisfacía la curiosidad de la anciana,
que no solamente quería saber acerca de su estado interior, sino también de su
circunstancia externa. No supo ni el nombre de su padre ni el de su reino. Acarició al
petrificado dogo, al que los rayos del sol y el pecho tibio del joven habían dado color
como si estuviera vivo. El joven no dejó de preguntar por el hombre de la lámpara, por
los efectos de la luz sagrada y, en su triste situación, de esto parecía prometerse mucho
para el porvenir.
Mientras avanzaban conversando vieron brillar bajo el resplandor del sol, a lo lejos y
de la forma más maravillosa, el majestuoso arco del puente, que se tendía de una orilla a
otra. Ambos quedaron admirados pues jamás habían visto esa construcción bajo un
aspecto tan hermoso.
—¡Cómo! —exclamó el príncipe—. ¿No era ya suficientemente hermoso ante nuestros
ojos, como el jaspe y el prasio, cuando estaba recién construido? ¿No tiene uno el temor
de pisarlo pues parece estar fundido en la variedad más animada de esmeralda, crisopasio
y crisolito?
Ambos ignoraban el cambio que había adquirido gracias a la serpiente, pues era ésta la
que cada mediodía se elevaba sobre el río en esa audaz forma de puente. Los viajeros
posaron su planta con respeto y, en silencio, caminaron a través de ella.
Apenas hubieron llegado al otro lado, el puente empezó a balancearse y a moverse, en
breve tocó la superficie del agua y la serpiente verde acompañó en su extraña figura a los
viajeros que ya iban por tierra. Ninguno de los dos había apenas dado las gracias por
pisar su torso cuando notaron que, además de ellos tres, tenía que haber otras personas
entre el grupo, las cuales, sin embargo, no podían ver con sus propios ojos. A su lado
oyeron un siseo al que la serpiente respondió igualmente con otro siseo; aguzaron el oído
y por fin pudieron entender lo siguiente:
—Investigaremos primero de incógnito en el jardín de la bella Azucena —dijeron
distintas voces— y os rogamos que al anochecer, cuando estemos presentables, nos
llevéis ante la perfecta beldad. Nos encontraréis en el borde del gran lago.
—Así lo haremos —respondió la serpiente y un siseante sonido se perdió en el aire.
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Nuestros tres viajeros se consultaron entonces en qué orden querían presentarse ante la
beldad; pues aunque podía estar rodeada de varias personas. éstas sólo podían presentarse
ante ella por separado y retirarse ya que, de otro modo, se verían sometidas a intensos
dolores.
La mujer, con el perro transformado dentro del cesto, se acercó primeramente al jardín
y buscó a su protectora, quien era fácil de encontrar pues en esos momentos cantaba
acompañándose con una lira. Los suaves tonos se manifestaron primero como anillos
sobre la superficie del lago silencioso, después como un ligero vientecillo que puso en
movimiento abrojos y matorrales. En una verdosa glorieta, a la sombra de un bello
conjunto de variados árboles, a la primera vista hechizó, como de costumbre, los ojos, el
oído y el corazón de la mujer, que se acercó encantada jurándose a ella misma que la
beldad se había hecho más hermosa todavía durante su ausencia. Ya desde lejos la buena
mujer, saludándola y elogiándola, exclamó ante la más amable de todas las doncellas:
—¡Qué dicha veros! ¡Qué celestial diafanidad esparce vuestra presencia en torno
vuestro! ¡Qué grácil se ve vuestra lira apoyada en vuestro regazo! ¡Cuán delicadamente
la ciñen vuestros brazos, qué añoranza parece tener por vuestro pecho y qué tiernamente
se escucha bajo el tacto de vuestros finos dedos! ¡Tres veces dichoso el mancebo al que
prometisteis tomar su lugar!
Se hubo acercado al pronunciar estas palabras; la hermosa Azucena abrió los ojos, dejó
caer sus manos y replicó:
—¡No me entristezcas con importunos elogios! Eso sólo me hace sentir más honda mi
desdicha. Mira, aquí a mis pies está el pobre canario muerto. Acostumbraba posarse
sobre mi lira y, gracias a mi esmero en su educación, evitaba tocarme. Hoy, después de
haberme reconfortado del sueño, al comenzar una serena canción matinal y al escucharle
a mi pequeño cantarín, más alegre que nunca, sus armoniosos trinos, un azor se lanzó por
encima de mi cabeza. Mi pobre animalillo, asustado, se refugió dentro de mi pecho y en
ese instante sentí los últimos estertores de la vida que lo abandonaba. Cierto que tocado
por mi mirada, el criminal caminó desfalleciente al borde del agua, pero ¡de qué pudo
servirme su castigo! Mi adorado está muerto y su tumba solamente hará crecer más los
tristes abrojos de mi jardín.
—¡Animaos, hermosa Azucena! —exclamó la mujer, secándose una lágrima que el
relato de la infeliz doncella le había provocado—. ¡Esforzaos! Mi edad puede mostraros
que debéis moderar vuestra tristeza y considerar la desdicha más grande como un indicio
de la más grande fortuna, pues ya ha de ser el tiempo. Y en verdad —continuó la
anciana— muy revuelto anda el mundo. ¡Ved tan sólo mi mano, qué negra se ha puesto!
¡En verdad que está mucho más pequeña y debo darme prisa antes de que desaparezca
completamente! ¿Por qué debería mostrarme tan complaciente ante esos fuegos fatuos?
¿Por qué debía yo encontrarme con el gigante y por qué debía de meter mi mano en el
río? ¿No me podéis dar una col, una alcachofa y una cebolla? De ese modo, se los llevaré
al río y mi mano se pondrá blanca como antes, de manera que la podré poner casi al lado
de la vuestra.
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—Coles y cebollas podríais aún encontrarlas en cualquier sitio, pero en vano buscaréis
alcachofas. Todas las plantas de mi jardín no tienen ni pétalos ni frutos pero cada ramita
que quiebro y planto en la tumba de un ser querido reverdece de inmediato y rápidamente
crece. Por desgracia, he visto crecer todos estos grupos de matorrales y florestas. Las
umbelas de estos pinos, los obeliscos de estos cipreses, los colosos de encinos y hayas,
todos, fueron ramas diminutas plantadas por mi mano como tristes monumentos en un
suelo normalmente infértil.
La vieja había prestado poca atención a este discurso mientras sólo observaba su mano,
la cual, en presencia de la hermosa Azucena, se volvía más y más negra y parecía
disminuir a cada minuto. Quería tomar su cesto y estaba a punto de irse cuando sintió que
había olvidado lo mejor. En seguida extrajo al dogo convertido y lo colocó sobre el
prado, no lejos de la hermosa mujer.
—Mi marido —dijo la vieja— os manda este presente. Sabéis que podéis revivir esta
piedra preciosa apenas la toquéis. Este bueno y fiel animalillo os dará con seguridad
mucha alegría, y la tristeza de que yo lo haya perdido puede aligerarse con la idea de que
vos lo poseéis.
La hermosa Azucena miró con placer al manso animal y, según podía apreciarse, con
admiración.
—Coinciden muchos signos que me inspiran gran esperanza —dijo ella—. Pero ¡ay!,
¿no es acaso una locura propia de nuestra naturaleza que cuando coinciden muchas
desgracias nos imaginemos que lo mejor está cerca?
¿Cómo han de ayudarme tantos buenos signos?
¿El ave muerta, la negra mano de mi amiga?
¿El dogo convertido en joya tiene así su fiel imagen?
¿Acaso no me lo ha enviado la lámpara?
Alejada del dulce gozo humano,
Estoy por cierto hermanada a la desdicha.
¡Ay! ¿Por qué no está el templo junto al río?
¿Por qué el puente no está todavía construido?
Con cierta impaciencia había escuchado la mujer estos versos que la hermosa Azucena
había acompañado con los agradables sonidos de su lira y que a cualquier otro hubiera
encantado. Apenas quiso retirarse cuando de nuevo le fue impedido por la llegada de la
serpiente verde. Ésta había escuchado los últimos versos de la canción, por lo que al
momento, llena de confianza, le infundió coraje.
—¡La profecía del puente se ha cumplido! —exclamó—. Preguntad tan sólo a esta
buena mujer qué hermoso se muestra el arco en este momento. Lo que normalmente era
jaspe opaco, lo que sólo era prasio a través del cual la luz atravesaba cuando mucho sus
bordes, se ha vuelto ahora una transparente joya. Ningún berilo es tan claro y ninguna
esmeralda tiene tan hermoso color.
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—En tal caso os deseo suerte —dijo Azucena—, mas perdonadme si no creo cumplida
aún la profecía. Sobre el elevado arco de vuestro puente sólo pueden pasar peatones, y se
nos ha prometido que pasarán caballos y carros y viajeros de todas clases, yendo y
viniendo al mismo tiempo sobre el puente. ¿No se os ha profetizado acerca de los grandes
pilares que se levantarán desde el río mismo?
La vieja había clavado en todo momento su mirada sobre la mano; en ese instante
interrumpió la conversación y se despidió ceremoniosamente.
—Aguarda un momento más —dijo la hermosa Azucena— y lleva a mi pobre canario.
Ruega a la lámpara que lo convierta en un hermoso topacio. Yo lo quiero revivir con mis
manos y él, junto con vuestro buen Mops, serán mi mejor esparcimiento; pero ¡apresúrate
lo más que puedas!, pues con la puesta del sol una insoportable descomposición atacará
al pobre animal y desgarrará para siempre el conjunto de su hermosa figura.
La anciana colocó el diminuto cadáver entre tiernas hojas dentro del cesto y se retiró a
toda prisa.
—Sea lo que fuere —dijo la serpiente, continuando la conversación interrumpida—, el
templo está construido.
—Pero aún no está en el río —replicó la hermosa mujer.
—Aún reposa en las profundidades de la tierra —dijo la serpiente—. Yo he visto a los
reyes y he hablado con ellos.
Pero ¿cuándo se levantarán? —preguntó Azucena.
La serpiente replicó:
—Escuché las grandes palabras resonar dentro del templo: "El tiempo ha llegado".
Una agradable alegría se extendió por el rostro de la beldad:
—Pues hoy escuché —dijo ella— las venturosas palabras por segunda ocasión.
¿Cuándo llegará el día que las escuche por tercera vez?
Se levantó y, de inmediato, detrás de un matorral, surgió una encantadora muchacha
que recibió de sus manos la lira. A ésta la siguió otra que plegó el catrecillo tallado en
marfil, en el cual había estado sentada Azucena, y bajo su brazo tomó el plateado
almohadón. Una tercera, que llevaba una gran sombrilla bordada con perlas, se presentó
en espera de que Azucena llegara a necesitarla en caso de hacer su paseo. Eran estas tres
muchachas de una expresión incomparablemente bella y encantadora y, sin embargo, tan
sólo resaltaba la belleza de Azucena de modo que cada una terminó por reconocer que no
podían compararse con ella. Mientras tanto, la hermosa Azucena había observado con
placer al magnifico perro. Se inclinó hacia él, lo tocó y, en ese instante, se levantó de un
salto. Se volvió vivazmente, corrió de un lado a otro y por último se arrojó sobre su
bienhechora saludándola de la manera más amable. Ella lo tomó en sus brazos y lo
estrechó contra su pecho.
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—¡Qué frío estás! Y aunque sólo anida en ti la mitad de la vida, eres bienvenido. Te
quiero amar tiernamente, jugar contigo, mimarte y estrecharte con todas mis fuerzas
cerca de mi corazón.
En ese momento lo soltó, lo alejó de sí, volvió a llamarlo, jugó con él y corretearon
inocente y vivazmente sobre el prado, de tal manera que había que ver su alegría con
nuevo encanto y participar de ella, al igual que un momento después su tristeza había
afluido a todos los corazones.
Esa alegría, esos graciosos juegos fueron interrumpidos por la llegada del joven triste.
Se aproximó de la manera como ya lo hemos visto; sólo que el calor del día parecía
haberlo fatigado todavía más, y ante la presencia de su amada empalidecía más a cada
instante. Llevaba el azor en su mano, posado tranquilamente, como una paloma, dejando
caer sus alas.
—No es amable —exclamó Azucena, dirigiéndose a él—que traigas ante mi vista el
odioso animal, el monstruo que ha matado a mi pequeño cantarín.
—¡No riñas a la infeliz ave! —replicó el joven—. Acúsate más bien a ti misma y al
destino, y concédeme que permanezca en compañía de mi hermano de miserias.
Mientras tanto, el perro no cesaba de importunar a la beldad, a lo cual ella le
correspondía con las muestras más cariñosas. Palmeó sus manos a fin de apartarlo;
después al punto se dirigió para atraerlo de nuevo. Intentaba cogerlo cuando él huía y
ahuyentarlo cuando intentaba acercarse a ella. El joven observaba en silencio y con
creciente disgusto. Pero finalmente, como ella tomara en sus brazos al feo animalillo, que
a él le parecía del todo horrible, lo apretara contra su blanco regazo y besara su negro
hocico con sus celestiales labios, se le agotó por completo la paciencia y exclamó, lleno
de desesperación:
—¿Es que debo yo, tal vez para siempre y por un triste destino, vivir privado de tu
presencia, de ti, por cuya causa he perdido todo, incluso a mí mismo, ver ante mis ojos
que una criatura tan antinatural te provoque alegría, que gane tu afecto y pueda disfrutar
de tu abrazo? ¿Debo ir vagando por más tiempo de un lado a otro y completar el triste
círculo cruzando el río de una a otra de sus orillas? No. Aún palpita una chispa del
antiguo heroísmo en mi pecho. ¡Que en este momento se levante crepitante por última
vez! Si piedras pueden reposar en tu seno, entonces que me convierta en piedra; si tu
tacto mata, entonces quiero morir en tus manos.
Dijo estas palabras con ademanes vehementes; el azor voló de su mano, pero él se
arrojó hacia la hermosa muchacha cuando ella alzó sus manos para detenerlo y, con
horror, sintió ella la adorada carga en su seno. Con un grito retrocedió y el encantador
mancebo se desplomó desde la altura de sus brazos.
¡La desgracia había ya sucedido! La dulce Azucena estaba de pie, inmóvil, mirando
absorta el cadáver inánime. El corazón parecía paralizársele dentro del pecho y sus ojos
estaban sin lágrimas. En vano el doguillo intentaba atraerla con movimientos amistosos;
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para ella todo el mundo había muerto con él. En su muda desesperación no buscó ayuda
pues ya no esperaba ninguna.
Por el contrario, la serpiente se movió con la mayor presteza; parecía tener en mente
una forma de salvarlo y, en efecto, sus extraños movimientos servían al menos para
impedir de momento las inminentes terribles consecuencias de la desgracia. Con su
flexible cuerpo describió un amplio circulo en torno al cadáver, tomó la punta de su cola
con los colmillos y se mantuvo inmóvil.
Poco después apareció una de las más hermosas doncellas de Azucena que traía
consigo el catrecillo de marfil e instó a la beldad, con gestos amables, a que se sentara;
poco después llegó la segunda de ellas, que llevaba un velo rojo que colocó sobre la
cabeza de su señora, ornamentándola más que cubriéndola; la tercera le dio la lira y,
apenas había ella tomado el precioso instrumento y arrancado algunos tonos a las
cuerdas, cuando la primera regresó con un redondo y claro espejo, se sentó ante la
beldad, captó sus miradas y le presentó la imagen más agradable que podía hallarse en la
naturaleza. El dolor acrecentaba su hermosura, el velo, sus encantos, la lira, su gracia; y
cuanto más deseaba uno ver cambiar su triste situación, tanto más deseaba uno mantener
su imagen tal y como aparecía en esos momentos.
Con una muda mirada hacia el espejo, tan pronto como arrancaba sonidos melodiosos,
su dolor parecía aumentar y las cuerdas respondían vehementemente a su lamento. Varias
veces hizo el intento de cantar, pero la voz se le quebraba; pronto su dolor se disolvió en
lágrimas, las doncellas la tomaron del brazo en su ayuda, la lira cayó de su falda. Apenas
tomó la solícita sierva el instrumento, lo puso a su lado.
—¿Quién nos trae al hombre de la lámpara antes de que el sol desaparezca? —siseó
suave pero comprensiblemente la serpiente.
Las muchachas se miraron entre sí y las lágrimas de Azucena fueron en aumento. En
ese instante, la mujer del cesto regresó, desalentada.
—¡Estoy perdida e inválida! —exclamó ella—. ¡Mirad cómo mi mano casi ha
desaparecido! Ni el barquero ni el gigante me quieren transportar porque aún soy deudora
del agua; en vano he ofrecido cien coles y cien cebollas: no quieren más que tres piezas y
ninguna alcachofa puede encontrarse en esta región.
—Olvidad vuestra pena —dijo la serpiente— y tratad, de ayudar aquí. Tal vez al
mismo tiempo se os pueda ayudar. Apresuraos todo lo que podáis para encontrar a los
fuegos fatuos; aún queda suficiente luz para verlos pero tal vez podáis escuchar sus risas
y su alboroto. Si ellos se apresuran, el gigante os llevará todavía al otro lado del río y
entonces podréis encontrar al hombre de la lámpara y enviarlo aquí.
La mujer corrió tan aprisa como pudo y la serpiente parecía esperar el regreso de ambos
con la misma impaciencia que Azucena. El rayo del sol poniente doraba por desgracia ya
tan sólo la punta más alta de los árboles y de la maleza, y largas sombras se extendían
sobre el lago y los prados; la serpiente se movía con impaciencia y Azucena se deshacía
en lágrimas.
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En ese trance, la serpiente miraba en torno suyo pues temía a cada momento que el sol
se ocultase, que la podredumbre penetrase en el círculo mágico y atacara
inconteniblemente al apuesto mancebo. Por fin, vio en lo alto del cielo al azor con su
purpúreo plumaje y cuyo pecho reflejaba los últimos rayos del sol. Se estremeció de
alegría ante la buena señal; y no se equivocaba pues poco después vio al hombre de la
lámpara deslizarse por encima del lago como si patinara.
La serpiente no cambió de posición pero Azucena se puso de pie y le gritó:
—¿Qué buen espíritu te envía en este momento en que te deseamos y necesitamos
tanto?
—El espíritu de mi lámpara me impulsa —replicó el viejo—, y el azor me condujo
hasta aquí. Mi lámpara chisporrotea cuando alguien me necesita y yo solamente busco la
señal en el cielo; cualquier ave o meteoro me señala la dirección o el sentido hacia donde
debo dirigirme. ¡Estad tranquila, bella doncella! Yo no sé si puedo ayudar, uno solo no
ayuda sino el que se une en la hora precisa con muchos. Dejadnos diferir y esperad.
Mantén tu circulo cerrado —continuó, dirigiéndose a la serpiente y sentándose al lado
suyo, sobre un montículo de tierra y alumbrando el cuerpo muerto.
—¡Traed también al buen canario y colocadlo dentro del círculo!
Las muchachas tomaron del cesto el pequeño cadáver que la vieja había dejado allí y
obedecieron a la voz del hombre.
Mientras tanto, el sol se había ocultado y, a medida que la oscuridad aumentaba, no
sólo la serpiente y la lámpara del hombre comenzaron a resplandecer, cada quien a su
modo, sino que también el velo de Azucena despedía una tenue luz que coloreaba sus
pálidas mejillas y su vestido blanco como una tierna aurora de una gracia infinita. Uno al
otro se miraron intercambiando miradas en una muda contemplación; preocupación y
tristeza estaban apaciguadas por una firme esperanza.
Por ello, no parecía menos gratificante mirar a la vieja en compañía de los vivaces
fuegos, quienes entre tanto debían haber gastado mucho pues se habían puesto
extremadamente magros, a pesar de lo cual se comportaban de lo más comedidos frente a
la princesa y las demás doncellas. Con entero aplomo y locuaz expresividad dijeron cosas
bastante vulgares; se mostraron sobre todo muy receptivos, especialmente ante el encanto
que el reluciente velo expandía sobre Azucena y sus acompañantes. Las mujeres bajaron
modestamente sus miradas y el elogio de su belleza en verdad las embellecía. Todo el
mundo estaba contento, tranquilo, excepto la anciana. Pese a que su marido afirmaba que
su mano no podía disminuir más mientras estuviese expuesta a la luz de la lámpara, ella
aseguró más de una vez que, de continuar así, ese noble miembro desaparecería del todo
antes de la medianoche.
El viejo de la lámpara había escuchado atentamente la conversación de los fuegos
fatuos y estaba contento de que Azucena se hubiera distraído y alegrado con esa
conversación. Y, en efecto, llegó la medianoche, no se sabía cómo. El viejo miró las
estrellas y entonces comenzó a decir:
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—Estamos reunidos en la feliz hora, desempeñe cada quien su trabajo, cada uno
cumpla con su obligación y una felicidad colectiva disolverá los pesares de cada quien al
igual que la desgracia de todos consume las alegrías de cada uno.
Después de dichas estas palabras, surgió un maravilloso barullo pues todos los
presentes hablaron por sí mismos y expresaron en voz alta lo que tenían que hacer; sólo
las tres doncellas permanecían en silencio, vencidas por el sueño; una al lado de la lira, la
otra a la vera del parasol y la tercera junto al catrecillo, y no se les podía tomar a mal
pues era ya tarde. Los flamígeros jóvenes, después de breves galanterías que también
habían dedicado a las siervas, habían acabado por referirse a Azucena como la más
hermosa.
El anciano dijo al azor:
—Toma el espejo y con los primeros rayos del sol alumbra a las durmientes y
despiértalas desde la altura con el reflejo de la luz.
La serpiente comenzó a agitarse, deshizo el círculo y se movió en grandes ondulaciones
hacia el río. Los fuegos fatuos le siguieron con la mayor ceremonia de modo que podía
uno considerarlos como las llamas más serias. La anciana y su marido tomaron el cesto,
cuya tenue luz no se había advertido hasta ese momento, lo estiraron por ambos lados
hasta hacerlo más y más grande y resplandeciente; en seguida introdujeron el cadáver del
mancebo y colocaron el canario en su pecho. El cesto se elevó en el aire y flotó sobre la
cabeza de la vieja, quien siguió el camino de los fuegos fatuos. La bella Azucena tomó al
perrillo entre sus brazos y siguió a la anciana; el hombre de la lámpara cerraba el séquito
mientras la región estaba iluminada de la más extraña manera por estas diversas luces.
No sin escasa admiración, el grupo, al llegar al río, vio elevarse un arco precioso sobre
el mismo, encima del cual la serpiente bienhechora les preparó un camino esplendoroso.
Si durante el día uno había admirado las transparentes gemas de las que se apreciaba
estar construido el puente, entonces durante la noche se admiraba uno de su
resplandeciente hermosura. En la parte superior el claro círculo se destacaba del oscuro
cielo, mientras que en la parte inferior refulgían vivos destellos hacia el centro mostrando
la cambiante solidez de la construcción. La comitiva atravesó con lentitud y el barquero,
que miraba a lo lejos desde su choza, contemplaba con admiración el círculo
resplandeciente y las extrañas luces que por encima del mismo se agitaban.
Apenas llegaron a la otra orilla cuando el arco comenzó a balancearse de un modo
singular al aproximarse el agua ondulante. Poco después la serpiente se arrastraba por
tierra, el cesto se asentó en el suelo y la serpiente volvió a cerrar su circulo; el anciano se
inclinó ante ella y dijo:
—¿Qué has decidido?
—Sacrificarme antes de que me sacrifiquen —replicó la serpiente—. Prométeme que
no vas a dejar en tierra una sola piedra.
El anciano se lo prometió y dijo después a la bella Azucena:
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—¡Posa tu mano izquierda sobre la serpiente y la derecha sobre tu amado!
Azucena se arrodilló y tocó de ese modo a la serpiente y al cadáver. En ese instante,
éste pareció retornar a la vida; se agitó dentro del cesto e incluso se incorporó para
sentarse. Azucena lo quiso abrazar pero el viejo la retuvo; así, ayudó al mancebo a
levantarse sosteniéndolo cuando salía del cesto y del círculo.
El joven estaba de pie, el canario revoloteaba en su hombro; había de nuevo vida en
ambos pero el espíritu aún no había retornado. El apuesto mancebo tenía los ojos abiertos
pero no veía, al menos parecía mirar todo sin interés alguno y, apenas se hubo moderado
un tanto la admiración ante este fenómeno, se hizo notar la extraña manera en que se
había transformado la serpiente. Su esbelto y hermoso cuerpo se había descompuesto en
miles y miles de refulgentes piedras preciosas; la vieja, que al descuido quiso tomar su
cesto, había tropezado con ellas y no se vio más la figura de la serpiente; tan sólo un
hermoso círculo de resplandecientes gemas quedó sobre la hierba.
El anciano dio indicios de meterlas en el cesto, a lo cual su esposa tuvo que ayudarle.
Ambos llevaron luego el cesto hacia la orilla, en un sitio elevado, y él arrojó toda la carga
al río no sin el disgusto de su mujer y de las demás doncellas, a quienes les hubiera
gustado elegir algunas para sí. Las gemas, como resplandecientes y fulgurantes estrellas,
nadaron entre el oleaje y no podía distinguirse si se perdían a lo lejos o se sumergían.
—Señores míos —dijo el anciano encarecidamente a los fuegos fatuos—, en adelante
voy a enseñaros el camino abriendo el paso; mas esperamos vuestra preciosa ayuda para
franquearnos la puerta del sagrado recinto, por la cual tenemos que entrar esta vez y que
nadie más que vosotros puede abrir.
Los fuegos fatuos se inclinaron cortésmente y se quedaron detrás. El anciano avanzó
con la lámpara al interior de la caverna, que se abrió delante suyo. El joven, casi
mecánicamente, le siguió; silenciosa e insegura, Azucena se mantuvo a cierta distancia
detrás suyo, la vieja no quería quedarse atrás y alargó su mano para que la luz de la
lámpara de su marido pudiera alumbrarla sin sombra alguna. Cerraron entonces los
fuegos fatuos el séquito inclinando una hacia otra las puntas de sus llamas como si
conversaran.
No habían andado mucho tiempo cuando el cortejo se halló delante de un gran portal de
bronce cuyas hojas estaban cerradas con una cerradura de oro. Al momento, el anciano
llamó a los fuegos fatuos quienes no vacilaron en consumir con sus llamas más punzantes
la cerradura.
El bronce crujió cuando el portón saltó de pronto y aparecieron en el interior del recinto
sagrado las dignas imágenes de los reyes, iluminadas por las luces que atravesaban desde
el exterior. Todos y cada uno se inclinaron ante los venerables monarcas y especialmente
los fuegos fatuos no escasearon en retorcidas genuflexiones.
Después de una pausa, el rey de oro preguntó:
—¿De donde venís?
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—Del mundo —contestó el viejo.
—¿A dónde vais? —preguntó el rey de plata.
—Al mundo —dijo el viejo.
—¿Qué queréis de nosotros? —preguntó el rey de bronce.
—Os queremos acompañar —dijo el viejo.
El rey mixto estaba a punto de comenzar a hablar cuando el rey de oro dijo a los fuegos
fatuos, quienes se le habían acercado demasiado:
—¡Alejaos de mí; mi oro no es para vuestro paladar! en esto se dirigieron al de plata y
se estrecharon a él; su traje relucía hermoso bajo los destellos dorados.
—Vosotros sois bienvenidos —dijo él—, pero yo no os puedo alimentar: ¡llenaos
afuera y traedme vuestra luz! —se alejaron y caminaron en silencio pasando por donde
estaba el rey de cobre, que parecía no haberlos notado, y se dirigieron hacia el rey mixto.
—¿Quién dominará el mundo? —exclamó éste con voz tartamudeante.
—quien está en sus pies —contestó el viejo.
—¡Ese soy yo! —dijo el rey mixto.
—Eso se manifestará —dijo el viejo—, pues el tiempo ha llegado.
La hermosa Azucena se echó al cuello del anciano y lo besó muy cordialmente.
—Santo padre —dijo ella—, mil veces te agradezco pues por tercera vez escucho estas
palabras enteramente proféticas.
Apenas hubo exclamado lo anterior cuando se apoyó más fuertemente en el viejo pues
el piso comenzó a vacilar bajo sus pies; la vieja y el joven se tomaron también el uno al
otro; sólo los ágiles fuegos fatuos no se daban cuenta de nada.
Se podía sentir claramente que todo el templo se movia como un navío que se alejara
suavemente fuera del puerto después de levar anclas; las profundidades de la tierra
parecían abrirse ante él al momento en que cruzaba. No chocó contra nada, ninguna roca
se interpuso en su camino.
Durante unos instantes pareció caer una lluvia fina; el anciano sostuvo a la hermosa
Azucena más fuertemente y le dijo:
—Estamos debajo del río y pronto habremos llegado a nuestro destino.
No mucho después creyeron estar en calma pero se equivocaban: el templo se elevaba.
Entonces surgió un ruido extraño por encima de sus cabezas. Tablas y vigas, en
relación amorfa, comenzaron a oprimir hacia adentro ruidosamente y en dirección a la




Los fuegos fatuos, que hasta entonces se habían ocupado de él, se hicieron a un lado.
Parecían volver a estar, no obstante su palidez a la luz matinal, bien alimentados y de
buenas llamas; habían lamido diestramente con sus agudas lenguas las doradas vetas de
la colosal imagen. Los irregulares y vacíos espacios que se habían creado, permanecieron abiertos durante algún tiempo y la figura se mantuvo en su posición anterior. Pero cuando, finalmente, las vetas más tiernas fueron también consumidas la imagen se derrumbó y, por desgracia, precisamente en aquellas partes que se mantienen enteras
cuando el hombre se sienta. En cambio, las articulaciones, que debían haberse doblado,
se mantenían firmes. Quien no fuera capaz de reírse tenía que apartar su mirada; la
combinación entre forma y masa resultaba repugnante a la vista.
El hombre de la lámpara condujo entonces al apuesto joven, aunque con la mirada aún
fija durante el descenso del altar, clavada directamente en el rey de bronce. A los pies del
poderoso príncipe se hallaba, dentro de su funda, una espada sobre el piso. El mancebo se
la ciñó.
—¡La espada en la izquierda, la derecha libre! —exclamó el poderoso rey.
Entonces caminaron en dirección del rey de plata, quien inclinó su cetro hacia el joven.
Este lo tomó con la izquierda; con agradable voz, le dijo el rey:
—¡Pastoread las ovejas!
Cuando llegaron ante el rey de oro, éste le colocó al joven la corona de encinas con
gesto paternal, con el que le daba la bendición, y dijo:
—¡Reconoced lo más elevado!
El viejo había observado en todos sus detalles al joven durante esta celebración.
Después de ceñirse la espada elevó su pecho, sus brazos se movieron y sus pies pisaron
con más firmeza; tomando el cetro con la mano, la fuerza parecía suavizarse y volverse
más poderosa en virtud de un encanto indescriptible; pero cuando la corona de encinas
engalanó sus rizos, los rasgos de su rostro se avivaron, sus ojos brillaron con una
indescriptible espiritualidad y la primera palabra en su boca fue:
"¡Azucena!"
—¡Querida Azucena! —exclamó él al correr a su lado subiendo las escaleras de plata,
pues ella había observado sus pasos desde el pináculo del altar—. ¡Querida Azucena!
¿Qué mejor cosa puede desear un hombre dotado de todo que la inocencia y el callado
afecto que tu pecho me ofrece...? ¡Oh, mi amigo! —continuó, dirigiéndose hacia el viejo
y mirando a las tres imagenes sagradas—. Magnifico y seguro es el reino de nuestros
padres pero has olvidado la cuarta fuerza que domina al mundo desde sus orígenes del
modo más general y seguro: el poder del Amor.
Con estas palabras se echó al cuello de la hermosa joven; había tirado el velo y sus
mejillas se coloreaban del más hermoso e imperecedero rubor.
Entonces el anciano dijo, sonriente:
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—El amor no gobierna pero nos templa, que es mejor.
En medio de esta solemnidad, felicidad y encanto no se habían percatado de que el día
había nacido plenamente y, de golpe, les impresionaron aquellos objetos totalmente
inesperados por entre el portón abierto. Ante una gran plaza rodeada de columnas se
hallaba el vestíbulo, en cuyos confines se apreciaba un largo y hermoso puente que
cruzaba el río sobre innumerables arcos; estaban amplia y hermosamente instalados en
ambos lados para sus viajeros, con pasillos arqueados en los cuales ya se hallaban
congregados muchos miles de ellos, que cruzaban afanosamente de un lado a otro. El
gran camino central se animaba con el paso de rebaños, mulas, jinetes y carros que, en
ambos lados, fluctuaban en corrientes sin estorbarse. Todos parecían admirarse ante la
comodidad y el lujo, y el nuevo rey y su esposa estaban encantados con el movimiento y
la vida de este gran pueblo, al igual que su mutuo amor los hacía felices.
—¡Honrad la memoria de la serpiente! —dijo el hombre de la lámpara—. Le debéis la
vida, tu pueblo le debe el puente por el cual las dos orillas se unen y se vivifican como
pueblos. Aquellas resplandecientes gemas que están en el agua, los restos de su cuerpo
sacrificado, son los pilares de este hermoso puente. Sobre ellos ella misma se edificó y
sola se mantendrá.
Quisieron reclamarle la aclaración de este maravilloso secreto cuando cuatro hermosas
jóvenes entraron en el portón del templo. Por la lira, la sombrilla y el catrecillo podían
reconocerse en seguida a las acompañantes de Azucena, pero la cuarta, más bella que las
otras tres, era una desconocida que andaba corriendo con ellas a través del templo,
bromeando como entre hermanas y subiendo las escaleras de plata.
—¿En el futuro me vas a creer más, querida esposa? —dijo el hombre de la lámpara a
esta hermosa mujer—. ¡Que tú y toda criatura que se baña esta mañana en el río se llene
de dicha y prosperidad!
La rejuvenecida y embellecida anciana, de cuyas formas no quedaba ni rastro, abrazó
con revividos y juveniles brazos al hombre de la lámpara, que recibía complaciente sus
caricias.
—Si te parezco demasiado viejo —dijo él, sonriendo— entonces puedes escoger a otro
esposo. Desde hoy, ningún matrimonio es válido si no se contrae de nuevo.
—Es que no sabes —replicó ella— que tú también te has vuelto más joven.
—Me alegra si a tus ojos parezco un gallardo mancebo. Yo acepto de nuevo tu mano y
viviré con gusto junto a ti durante el siguiente milenio.
La reina le dio la bienvenida a su nueva amiga y descendió con ella y sus demás
compañeras de juegos mientras el rey, en medio de los dos hombres, miraba hacia el
puente y contemplaba con atención el vívido gentío de su pueblo.
Pero no duró mucho su satisfacción; advirtió un objeto que durante un momento le
provocó disgusto. El gigante, que parecía aún no haberse reincorporado de su siesta
matinal, se tambaleaba a través del puente y causaba allí mismo gran desorden. Como
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siempre, se había levantado somnoliento pensando en bañarse en la conocida bahía del
río. En vez de ésta, se encontró con tierra firme y caminó a tientas sobre el ancho
empedrado del puente. Si bien entró entre personas y animales de la más torpe manera,
era sin embargo ciertamente admirada su presencia por todos sin resentirse nadie de ella.
Pero, cuando el sol le pegó en los ojos y él levantó las manos para restregárselos, la
sombra de sus inmensos puños pasó tan enérgica y torpemente detrás de él que personas
y animales se derrumbaron en grandes masas, sufriendo daños y corriendo peligro de ser
arrojados al río.
El rey, al ver este desaguisado, dirigió su mano instintivamente hacia su espada pero se
contuvo y miró con tranquilidad primero su cetro, después la lámpara y por último el
remo de sus acompañantes.
—Adivino tus pensamientos —dijo el hombre de la lámpara—, pero nosotros y
nuestras fuerzas somos impotentes contra este débil. ¡Estáte tranquilo! Está causando
daño por última vez y, por fortuna, se ha apartado de nosotros.
Mientras tanto, el gigante se había acercado más, había bajado sus manos admirado por
lo que veían sus asombrados ojos; no hizo más daño y, boquiabierto, entró en el
vestíbulo.
Caminaba hacia la puerta del templo cuando fue atrapado en medio del vestíbulo.
Estaba erecto como un colosal e inmenso obelisco de piedra de un bermejo esplendor y
su sombra mostraba las horas hechas en marquetería en forma de un círculo trazado en
torno suyo sobre el piso, no con números sino en nobles y simbólicas imágenes.
No fue poca la alegría del rey al ver la utilidad de la sombra del gigante ni poca la
sorpresa de la reina al subir con sus doncellas desde el altar, ornamentado con exagerado
lujo, cuando vio hacia el puente.
Mientras tanto, el pueblo se había apretujado, detrás del gigante, siguiéndolo; y como
éste se mantuviese quieto, lo rodearon admirando su transformación. La multitud partió
de aquí hacia el templo, que hasta entonces parecieron advertir, y se multiplicaron junto a
la puerta.
El azor volaba en ese momento en lo alto de la cúpula; con el espejo, captó la luz del
sol y la reflejó sobre el grupo, que estaba de pie en lo alto del altar. El rey, la reina y sus
acompañantes parecían iluminados por un celeste resplandor dentro de la bóveda
crepuscular del templo y el pueblo se arrodilló inclinando la cabeza. Cuando se hubo
recuperado y reincorporado la muchedumbre, el rey descendió con los suyos dentro del
altar para caminar, a través de pasadizos secretos, hacia su palacio. Y el pueblo se
dispersó dentro del templo para satisfacer su curiosidad. Contemplaba, con arrobo y
respeto, a los tres reyes erguidos, pero estaba tanto más ávido de saber qué bulto se
ocultaba bajo el tapiz, dentro del cuarto nicho; pues quien haya sido, una modestia
benévola había extendido un precioso manto sobre el rey caído y que ningún ojo pudo
traspasar con la mirada ni mano alguna tiene permitido quitar.
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El pueblo no hubiera. encontrado fin a su admiración y contemplación y la masa que
continuaba entrando se hubiera aplastado dentro del templo si su atención no hubiera sido
atraída de nuevo hacia la gran plaza.
Inesperadamente, cayeron del aire monedas de oro, resonando sobre las baldosas de
mármol; los; más cercanos se lanzaron a fin de apoderarse de ellas; aisladamente se
repitió ese milagro, es decir, aquí y alli. Se comprende que los fuegos fatuos se daban
otra vez gusto y malgastaban de manera alegre el oro de los miembros del rey caído.
Ávidamente, el pueblo corrió durante algún tiempo de un lado a otro, se desgarró e
incluso se desmoralizó debido a que cesaron de caer más monedas. Por último, poco a
poco fue dispersándose, siguió su camino y, hasta hoy en dia, el puente pulula de viajeros
y el templo es el más visitado de toda la tierra.

Cuento de la Serpiente Verde y el Bello Lirio de W.Goethe