sábado, 30 de marzo de 2013






In memoriam Rudolf Steiner 30 de marzo de 1925.

"La idea de que el alma podía sentir las formas de una contemplación puramente interior, sin necesidad de tener la experiencia sensible me dio una satisfacción muy grande. Que Consolación! Por la anterior actitud en la cual estaba sumergido, con tantas preguntas sin respuestas. Una alegría profunda me invadió ante la idea de que podíamos sacar algo de la pura experiencia espiritual. Sé que es por la geometría que he conocido la felicidad por primera vez. 
Yo creo ver, en mi relación con la geometría, el primer germen de una concepción que se desarrolló gradualmente en mí. Más o menos inconscientemente, yo la llevaba ya en mí durante mi infancia, pero no es sino a los veinte años que ella toma una forma precisa y enteramente consciente

“Yo me decía entonces: los objetos y los sucesos que los sentidos perciben se sitúan en el espacio. Pero, igualmente que este espacio está fuera del hombre, existe adentro de él una suerte de espacio psíquico que es el teatro de entidades y de sucesos espirituales. Para mí, los pensamientos no eran simplemente imágenes que el hombre se hace de las cosas, sino que yo veía manifestaciones de un mundo espiritual en el seno de este espacio psíquico La geometría me aparecía entonces como un saber que, según las apariencias, sería producido por el hombre, pero que no obstante tiene una significación muy independiente de él. Siendo niño, yo resentía bien esto, sin llegar a formularlo claramente, que el conocimiento del mundo espiritual se adquiere de la misma manera que la geometría.

La realidad del mundo espiritual era para mí tan cierta como la del mundo sensible. No obstante, tenía necesidad de justificar de una cierta manera esta forma de ver. Yo deseaba poder decirme que la experiencia del mundo espiritual no es menos real que la del mundo sensible. Podemos me decía yo, acceder en geometría a un conocer que el ama sola, por su propia fuerza, puede experimentar. Este sentimiento fue para mí la justificación de mi experiencia del mundo espiritual lo que me permitió hablar de él como del mundo sensible. Y yo hablaba así. Yo tenía en mi dos formas de representaciones, que siendo vagas, jugaban un rol importante en mi alma desde mucho antes de octavo año. Yo distinguía las cosas y las entidades " que vemos" de aquellas "que no vemos".

Yo recuento  estos hechos conforme a la verdad; claro, aquellos que buscan razones para calificar la Antroposofía como una enseñanza fantástica concluirán tal vez que yo tenía ya como niño disposiciones fantásticas, y que por ello no hay porque sorprenderse de ver formarse en mí una tan extraña concepción  del mundo.

Yo tengo consciencia de no haber jamás hecho intervenir mis inclinaciones personales en la descripción de los mundos espirituales, y de estar siempre conforme a la necesidad inherente al sujeto tratado.  Es por esto que yo puedo, con toda la objetividad requerida, reestablecer  la manera torpe infantil con la cual yo justifico por la geometría mi necesidad de hablar de un mundo “que no vemos”.
Yo debe honestamente confesar que yo vivía voluntariamente  en este mundo. Yo  habría resentido el mundo sensible como una oscuridad espiritual alrededor de mí, si no hubiese recibido la luz de ese lado.
Esta justificación del mundo del espíritu del cual yo tenía necesidad, yo la debo  al maestro auxiliar de Neudorfl quien me presta su libro de geometría.
Yo le estoy agradecido de muchas otras cosas aún. Es el quien me aporta el elemento artístico. El tocaba el violín y el piano. Yo iba a verlo lo más seguido posible. El me animaba particularmente en el dibujo. Desde la edad de nueve años el me incita a dibujar al carbón. Bajo su dirección yo copiaba imágenes. Yo hube, entre otros, pasado mucho tiempo en reproducir un retrato del conde Szchenyi.
En la pueblo vecino de Sauerbrunn, más seguido que a Neudorfl, yo tuve la ocasión de escuchar la música tan  emotiva  de los gitanos húngaros.
Todo esto animaba una infancia pasada en el vecindario  de la iglesia y del cementerio. La Estación  de Neudorfl se sitúa a algunos pasos de la iglesia; entre  los dos se encuentra el cementerio.”


A lo largo de este último, se accedía directamente al corazón del pueblo. El estaba compuesto de dos hileras de casas.  Una comenzaba cerca de la escuela, la otra en el presbiterio.  Entre las dos hileras de cas corría un pequeño riachuelo rodeado de magníficos nogales, los cuales permitían los niños de la escuela crear toda una jerarquía. Cuando las nueces comenzaban a madurar, niñas y niños se esforzaban de hacerlas caer tirándoles piedras. Ellos constituían así provisiones para el invierno. En otoño, el principal sujeto de conversación se refería a la importancia de  la recolección  de nueces.  Aquel que había logrado la mejor recolección, gozaba de la más alta consideración; luego se establecía una lista en orden decreciente. Yo era el último, porque en mi calidad de “extranjero en el pueblo”, yo no tenía el derecho de participar en esta clasificación.
Las dos principales filas  de  casas del pueblo pertenecía  los campesinos más ricos. A la altura del presbiterio partía en ángulo recto otra fila de alrededor de veinte cas donde habitaban los “medianamente afortunados”.  Luego tocando a los jardines de la Estación, había un grupo de chozas  “ las pequeñas casas”, donde vivían los más pobres. Ellos constituían neutro vecindario inmediato. El camino que partía del pueblo conducía a los campos y a las viñas pertenecientes a estos campesinos. Es en casa de estos pueblerinos menos favorecido que yo participa cada año en las vendimias; una vez yo tuve hasta la ocasión de asistir a una boda.”


De la Autobiografía de R.Steiner (1861 al 1925)
(La Infancia Volulmen I)

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