domingo, 31 de marzo de 2013
Calendario del alma
PRIMAVERA
Semana A- Del 7 al 13 de Abril
Desde lo más lejano del espacio universal
El sol habla al espíritu del hombre,
Y el gozo surgido de las profundidades del alma
Se convierte, en el mirar, en Uno con la Luz,
Entonces el Yo creciendo en de Sí mismo,
Los pensamientos se elevan hacia las lejanías el
espacio
Uniéndose a la poderosa energía
Reuniendo el Ser Humano a la Vida del Espíritu.
Rudolf Steiner
Calendar of the Soul
Easter
(First Week)
SPRING
When out of world-wide spaces
The sun speaks to the human mind,
And gladness from the depths of soul
Becomes, in seeing, one with light,
Then rising from the sheath of self,
Thoughts soar to distances of space
And dimly bind
The human being to the spirit's life.
English translation by Ruth and Hans Pusch
________________________________________
Wenn aus den Weltenweiten
Die Sonne spricht zum Menschensinn
Und Freude aus den Seelentiefen
Dem Licht sich eint im Schauen,
Dann ziehen aus der Selbstheit Hülle
Gedanken in die Raumesfernen
Und binden dumpf
Des Menschen Wesen an des Geistes Sein.
The Year Participated translation
by Owen Barfield
________________________________________
When out from far and wide
the sun calls to the mind and sense of man
and joy from in the soul with light grows one
in act of contemplation,
thoughts from their cuticle of self break free
into the vast of space, and groping bind
unto essential Spirit actual man.
(provided with the kind permission of the Rudolf Steiner Press)
http://www.rsarchive.org/COTS/COTS.php?cots+01
sábado, 30 de marzo de 2013
Tú vives en la calma de la cabeza
que, desde los fundamentos de la eternidad
te revela los pensamientos cósmicos:
Ejercita la visión del Espíritu!
en la calma del pensar
donde los eternos fines de los dioses
dan
luz de esencia cósmica
al propio yo
para su libre voluntad;
y en verdad pensarás
conforme a los fundamentos espirituales humanos.
Pues reinan los pensamientos cósmicos del Espíritu
implorando luz en el ser de los mundos.
Arcai, Arcángeles, Angeles,
haced que en las profundidades se suplique
lo que en las alturas es concedido,
y si se comprende de verdad
lo que resuena desde los Arcai, Arcángeles y Angeles,
si desde las profundidades se suplica
lo que desde las alturas puede ser concedido,
entonces resonará por el mundo:
Per spiritum sanctum reviviscimus.
Lo oyen los espíritus elementales
en el este, oeste, norte y sur;
¡Quieran los hombres oirlo!
R.Steiner
Meditación de la Piedra Fundamental
In memoriam Rudolf Steiner 30 de marzo de 1925.
"La idea de que el alma podía sentir las formas de una contemplación puramente interior, sin necesidad de tener la experiencia sensible me dio una satisfacción muy grande. Que Consolación! Por la anterior actitud en la cual estaba sumergido, con tantas preguntas sin respuestas. Una alegría profunda me invadió ante la idea de que podíamos sacar algo de la pura experiencia espiritual. Sé que es por la geometría que he conocido la felicidad por primera vez.
Yo creo ver, en mi relación con la geometría, el primer germen de una concepción que se desarrolló gradualmente en mí. Más o menos inconscientemente, yo la llevaba ya en mí durante mi infancia, pero no es sino a los veinte años que ella toma una forma precisa y enteramente consciente
“Yo me decía entonces: los objetos y los sucesos que los sentidos perciben se sitúan en el espacio. Pero, igualmente que este espacio está fuera del hombre, existe adentro de él una suerte de espacio psíquico que es el teatro de entidades y de sucesos espirituales. Para mí, los pensamientos no eran simplemente imágenes que el hombre se hace de las cosas, sino que yo veía manifestaciones de un mundo espiritual en el seno de este espacio psíquico La geometría me aparecía entonces como un saber que, según las apariencias, sería producido por el hombre, pero que no obstante tiene una significación muy independiente de él. Siendo niño, yo resentía bien esto, sin llegar a formularlo claramente, que el conocimiento del mundo espiritual se adquiere de la misma manera que la geometría.
La realidad del mundo espiritual era para mí tan cierta como la del mundo sensible. No obstante, tenía necesidad de justificar de una cierta manera esta forma de ver. Yo deseaba poder decirme que la experiencia del mundo espiritual no es menos real que la del mundo sensible. Podemos me decía yo, acceder en geometría a un conocer que el ama sola, por su propia fuerza, puede experimentar. Este sentimiento fue para mí la justificación de mi experiencia del mundo espiritual lo que me permitió hablar de él como del mundo sensible. Y yo hablaba así. Yo tenía en mi dos formas de representaciones, que siendo vagas, jugaban un rol importante en mi alma desde mucho antes de octavo año. Yo distinguía las cosas y las entidades " que vemos" de aquellas "que no vemos".
De la Autobiografía de R.Steiner (1861 al 1925)
(La Infancia Volulmen I)
“Yo me decía entonces: los objetos y los sucesos que los sentidos perciben se sitúan en el espacio. Pero, igualmente que este espacio está fuera del hombre, existe adentro de él una suerte de espacio psíquico que es el teatro de entidades y de sucesos espirituales. Para mí, los pensamientos no eran simplemente imágenes que el hombre se hace de las cosas, sino que yo veía manifestaciones de un mundo espiritual en el seno de este espacio psíquico La geometría me aparecía entonces como un saber que, según las apariencias, sería producido por el hombre, pero que no obstante tiene una significación muy independiente de él. Siendo niño, yo resentía bien esto, sin llegar a formularlo claramente, que el conocimiento del mundo espiritual se adquiere de la misma manera que la geometría.
La realidad del mundo espiritual era para mí tan cierta como la del mundo sensible. No obstante, tenía necesidad de justificar de una cierta manera esta forma de ver. Yo deseaba poder decirme que la experiencia del mundo espiritual no es menos real que la del mundo sensible. Podemos me decía yo, acceder en geometría a un conocer que el ama sola, por su propia fuerza, puede experimentar. Este sentimiento fue para mí la justificación de mi experiencia del mundo espiritual lo que me permitió hablar de él como del mundo sensible. Y yo hablaba así. Yo tenía en mi dos formas de representaciones, que siendo vagas, jugaban un rol importante en mi alma desde mucho antes de octavo año. Yo distinguía las cosas y las entidades " que vemos" de aquellas "que no vemos".
Yo recuento
estos hechos conforme a la verdad; claro, aquellos que buscan razones
para calificar la Antroposofía como una enseñanza fantástica concluirán tal vez
que yo tenía ya como niño disposiciones fantásticas, y que por ello no hay
porque sorprenderse de ver formarse en mí una tan extraña concepción del mundo.
Yo tengo consciencia de no haber jamás hecho
intervenir mis inclinaciones personales en la descripción de los mundos
espirituales, y de estar siempre conforme a la necesidad inherente al sujeto
tratado. Es por esto que yo puedo, con
toda la objetividad requerida, reestablecer la manera torpe infantil con la cual yo justifico
por la geometría mi necesidad de hablar de un mundo “que no vemos”.
Yo debe honestamente confesar que yo vivía voluntariamente en este mundo. Yo habría resentido el mundo sensible como una
oscuridad espiritual alrededor de mí, si no hubiese recibido la luz de ese
lado.
Esta justificación del mundo del espíritu del cual
yo tenía necesidad, yo la debo al
maestro auxiliar de Neudorfl quien me presta su libro de geometría.
Yo le estoy agradecido de muchas otras cosas aún.
Es el quien me aporta el elemento artístico. El tocaba el violín y el piano. Yo
iba a verlo lo más seguido posible. El me animaba particularmente en el dibujo.
Desde la edad de nueve años el me incita a dibujar al carbón. Bajo su dirección
yo copiaba imágenes. Yo hube, entre otros, pasado mucho tiempo en reproducir un
retrato del conde Szchenyi.
En la pueblo vecino de Sauerbrunn, más seguido que
a Neudorfl, yo tuve la ocasión de escuchar la música tan emotiva de los gitanos húngaros.
Todo esto animaba una infancia pasada en el vecindario
de la iglesia y del cementerio. La
Estación de Neudorfl se sitúa a algunos
pasos de la iglesia; entre los dos se
encuentra el cementerio.”
A lo largo de este último, se accedía directamente
al corazón del pueblo. El estaba compuesto de dos hileras de casas. Una comenzaba cerca de la escuela, la otra en
el presbiterio. Entre las dos hileras de
cas corría un pequeño riachuelo rodeado de magníficos nogales, los cuales permitían
los niños de la escuela crear toda una jerarquía. Cuando las nueces comenzaban
a madurar, niñas y niños se esforzaban de hacerlas caer tirándoles piedras.
Ellos constituían así provisiones para el invierno. En otoño, el principal
sujeto de conversación se refería a la importancia de la recolección de nueces.
Aquel que había logrado la mejor recolección, gozaba de la más alta
consideración; luego se establecía una lista en orden decreciente. Yo era el
último, porque en mi calidad de “extranjero en el pueblo”, yo no tenía el
derecho de participar en esta clasificación.
Las dos principales filas de
casas del pueblo pertenecía los
campesinos más ricos. A la altura del presbiterio partía en ángulo recto otra
fila de alrededor de veinte cas donde habitaban los “medianamente afortunados”. Luego tocando a los jardines de la Estación,
había un grupo de chozas “ las pequeñas
casas”, donde vivían los más pobres. Ellos constituían neutro vecindario
inmediato. El camino que partía del pueblo conducía a los campos y a las viñas
pertenecientes a estos campesinos. Es en casa de estos pueblerinos menos
favorecido que yo participa cada año en las vendimias; una vez yo tuve hasta la
ocasión de asistir a una boda.”
De la Autobiografía de R.Steiner (1861 al 1925)
(La Infancia Volulmen I)
viernes, 29 de marzo de 2013
viernes santo
SONETO
No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan herido;
Muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera
Que aunque no hubiera cielo yo te amara
Y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
Pues aunque lo que espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera
Juana de la Cruz
jueves, 28 de marzo de 2013
¡Alma humana!
Tú vives en el latir del corazón y del pulmón
que, a través del ritmo de los tiempos,
te conduce al sentir de la propia esencia anímica:
Ejercita La contemplación espiritual
en el equilibrio del alma,
donde las fluctuantes
acciones del devenir de los mundos
unen
el propio yo
al Yo cósmico;
y de verdad te sentirás
en el actuar anímico humano.
Pues reina en derredor la voluntad de Cristo
donando gracia a las almas en los ritmos de los mundos.
Espíritus Kyriotetes, Dynamis, Exuiae,
haced que desde oriente se encienda
lo que por occidente cobra forma,
y el fuego de oriente
que recibe de occidente su configuración
Tú vives en el latir del corazón y del pulmón
que, a través del ritmo de los tiempos,
te conduce al sentir de la propia esencia anímica:
Ejercita La contemplación espiritual
en el equilibrio del alma,
donde las fluctuantes
acciones del devenir de los mundos
unen
el propio yo
al Yo cósmico;
y de verdad te sentirás
en el actuar anímico humano.
Pues reina en derredor la voluntad de Cristo
donando gracia a las almas en los ritmos de los mundos.
Espíritus Kyriotetes, Dynamis, Exuiae,
haced que desde oriente se encienda
lo que por occidente cobra forma,
y el fuego de oriente
que recibe de occidente su configuración
Esto dice:
In Cristo morimur.
Lo oyen los
espíritus elementales
en el este, oeste, norte, sur.
¡Quieran los hombres oirlo!
en el este, oeste, norte, sur.
¡Quieran los hombres oirlo!
Meditación de la
Piedra Fundamental
II Parte
R.Steiner
Padrenuestro
PADRE, Tú que has estado, estás y estarás en la
Profundidad de nuestro Ser,
Glorificamos y alabamos Tú nombre en nosotros.
Qué Tú Reino se acreciente a través de nuestros actos y conductas.
Qué podamos cumplir Tú voluntad, de la manera
En que Tú,
Oh! Padre, lo has establecido en nosotros.
Concédenos abundantemente,
Nutrición Espiritual,
El pan de vida,
En todos los cambiantes momentos de la vida.
Permite que nuestra misericordia por los otros,
Compense los errores cometidos hacia nuestro ser.
No permitas que el tentador opere en nosotros,
Más allá de la capacidad de nuestras fuerzas.
Porque en tu Ser,
Oh! Padre, ninguna tentación puede existir.
Porque el tentador es sólo apariencia y engaño.
Y Tú,
Oh! Padre nos conduces a través de la luz de tu conocimiento.
Qué Tú Poder y Tu Gloria Obre a través de nosotros.
Por los siglos de los siglos.
RUDOLF STEINER –
PADRE, Tú que has estado, estás y estarás en la
Profundidad de nuestro Ser,
Glorificamos y alabamos Tú nombre en nosotros.
Qué Tú Reino se acreciente a través de nuestros actos y conductas.
Qué podamos cumplir Tú voluntad, de la manera
En que Tú,
Oh! Padre, lo has establecido en nosotros.
Concédenos abundantemente,
Nutrición Espiritual,
El pan de vida,
En todos los cambiantes momentos de la vida.
Permite que nuestra misericordia por los otros,
Compense los errores cometidos hacia nuestro ser.
No permitas que el tentador opere en nosotros,
Más allá de la capacidad de nuestras fuerzas.
Porque en tu Ser,
Oh! Padre, ninguna tentación puede existir.
Porque el tentador es sólo apariencia y engaño.
Y Tú,
Oh! Padre nos conduces a través de la luz de tu conocimiento.
Qué Tú Poder y Tu Gloria Obre a través de nosotros.
Por los siglos de los siglos.
RUDOLF STEINER –
Oración recitada en voz alta por R.S. los últimos días sobre tierra, según lo refiere Zeylmans von Emmichoven
miércoles, 27 de marzo de 2013
martes, 26 de marzo de 2013
Segunda Sinfonía de Beethoven
Se eleva a los mundos espirituales el 26 de marzo de 1827-
"mi ángel, mi todo, mi yo... ¿por qué esa profunda pesadumbre cuando es la necesidad quien habla? ¿puede consistir nuestro amor en otra cosa que en sacrificios, en exigencias de todo y nada? ¿puedes cambiar el hecho de que tú no seas enteramente mía y yo enteramente tuyo? ¡ay dios! contempla la hermosa naturaleza y tranquiliza tu ánimo en presencia de lo inevitable. el amor exige todo y con pleno derecho: a mí para contigo y a ti para conmigo. sólo que olvidas tan fácilmente que yo tengo que vivir para mí y para ti. si estuviéramos completamente unidos ni tú ni yo hubiéramos sentido lo doloroso. mi viaje fué horrible...
"alégrate, sé mi más fiel y único tesoro, mi todo como yo para ti. lo demás que tenga que ocurrir y deba ocurrir con nosotros, los dioses habrán de enviarlo...
"tarde del lunes... tú sufres. ¡ay! donde yo estoy, también allí estás tú conmigo. conmigo y contigo haré yo que pueda vivir a tu lado. ¡¡¡qué vida!!! ¡¡¡así!!! sin ti... perseguido por la bondad de algunas personas, que no quiero recibir porque no la merezco. me duele la humildad del hombre hacia el hombre. y cuando me considero en conexión con el universo, ¿qué soy yo y qué es aquél a quien llaman el más grande? y sin embargo... ahí aparece de nuevo lo divino del hombre. lloro al pensar que problablemente no recibirás mi primera noticia antes del sábado. tanto como tú me amas ¡mucho más te amo yo a ti!... ¡buenas noches! en mi calidad de bañista, debo irme a dormir. ¡ay, dios! ¡tan cerca! ¡tan lejos! ¿no es nuestro amor una verdadera morada del cielo? ¡y tan firme como las murallas del cielo!
"buenos días, siete de julio. todavía en la cama se agolpan mis pensamientos acerca de ti, mi amada inmortal; tan pronto jubilosos como tristes, esperando a ver si el destino quiere oírnos. vivir sólo me es posible, o enteramente contigo, o por completo sin ti. sí, he resuelto vagar a lo lejos hasta que pueda volar a tus brazos y sentirme en un hogar que sea nuestro, pudiendo enviar mi alma al reino de los espíritus envuelta en ti. sí, es necesario. tú estarés de acuerdo conmigo, tanto más conociendo mi fidelidad hacia ti, y que nunca ninguna otra poseerá mi corazón; nunca, nunca...
"¡oh, dios mío! ¿por qué habrá que estar separados, cuando se ama así? mi vida, lo mismo aquí que en viena, está llena de cuitas. tu amor me ha hecho al mismo tiempo el ser más feliz y el más desgraciado. a mis años, necesitaría ya alguna uniformidad, alguna normalidad en mi vida. ¿puede haberla con nuestras relaciones?... ángel, acabo de saber que el correo sale todos los días. y eso me hace pensar que recibirás la carta en seguida.
"está tranquila. tan sólo contemplando con tranquilidad nuestra vida alcanzaremos nuestra meta de vivir juntos. está tranquila, quiéreme. hoy y ayer ¡cuánto anhelo y cuántas lágrimas pensando en ti... en ti... en ti, mi vida... mi todo! adiós... ¡quiéreme siempre! no desconfíes jamás del fiel corazón de tu enamorado ludwig. eternamente tuyo, enternamente mía, eternamente nuestros."
a la Amada Inmortal!
Elementais da Natureza
ver video hermoso sobre los seres elementales...http://youtu.be/q_C0j2JWcbs
pintura de Beatríz Quintin Ortega
tomado de su muro en FB
lunes, 25 de marzo de 2013
Sonata para piano n.º 14 (Beethoven)
http://youtu.be/TOBQdK0NU4U
Sonata para piano n.º 14 (Beethoven)
La Sonata para piano n.º 14 en do sostenido menor "Quasi una fantasia", Op. 27, n.º 2, popularmente conocida como Claro de luna o Luz de Luna (en alemán Mondscheinsonate), fue escrita por Ludwig van Beethoven en 1801 y publicada en 1802. Se trata de una de las obras más famosas del autor, junto con el primer movimiento de la Quinta Sinfonía y su bagatela para piano Para Elisa.
La pieza fue compuesta en 1801 y publicada por Giovanni Cappi en Viena en marzo de 1802, el mismo día que las dos sonatas anteriores, cuya primera edición apareció bajo el siguiente epígrafe:
«Sonata Quasi una Fantasia per il Clavicembalo o Piano-forte composta e dedicata alla Damigella Contessa Giulietta Guicciardi da Luigi van Beethoven Opera 27 No. 2. In Vienna presso Gio. Cappi Sulla Piazza di St. Michele No. 5.».
En español, «Sonata casi una fantasía para clavecín o piano, compuesta y dedicada a la señorita condesa Giulietta Guicciardi, de Ludwig van Beethoven. Op. 27, n.º 2. Publicado en Viena por Giovanni Cappi, Michaelerplatz N º 5.»
La «damigella» o señorita a quién se refería la dedicatoria anterior era su alumna, la condesa Giulietta Guicciardi de 17 años y de quien se decía que estaba enamorado. Se trataba de la hija del conde Guicciardi, personaje triestino que en primavera de 1800 había sido trasladado a Viena como consejero de la Cancillería de Bohemia. La familia estaba emparentada con los Brunswick, muy amigos de Beethoven y el artista pronto contó a Giulietta entre sus discípulos aristocráticos, no aceptando ninguna remuneración por las lecciones en las que se mostraba muy exigente como profesor. En aquellos días se aproximaba el músico a los treinta años.
Sonata para piano n.º 14 de Beethoven
El apodo Claro de luna se haría popular después de la muerte de Beethoven, surgiendo a raíz de una comparación que el poeta y crítico musical alemán Ludwig Rellstab realizó entre el primer movimiento de la pieza y el claro de luna del Lago de Lucerna.
Aunque no existe testimonio directo sobre las razones específicas por las que Beethoven decidió el título para ambas piezas que conforman el op. 27 como Sonata Quasi una fantasia, puede ser significativo que la disposición de la presente obra no siga el modelo tradicional de un movimiento de sonata del periodo clásico que seguía el patrón: rápido - lento [rápido] - rápido. En cambio, esta composición posee una trayectoria ponderada hasta el final, manteniendo la música rápida contenida hasta el tercer movimiento.
En su análisis, el crítico alemán Paul Bekker afirma que «El movimiento allegro que introduce la sonata confería a la pieza un determinado carácter desde el principio... que los movimientos posteriores podían complementar pero no cambiar. Beethoven se rebeló contra esta cualidad determinante del primer movimiento. Él quería un preludio, una introducción, no una proposición.»
La sonata consta de tres movimientos:
• I. Adagio sostenuto
• II. Allegretto
• III. Presto agitato
wikipedia
http://youtu.be/TOBQdK0NU4U
Sonata para piano n.º 14 (Beethoven)
La Sonata para piano n.º 14 en do sostenido menor "Quasi una fantasia", Op. 27, n.º 2, popularmente conocida como Claro de luna o Luz de Luna (en alemán Mondscheinsonate), fue escrita por Ludwig van Beethoven en 1801 y publicada en 1802. Se trata de una de las obras más famosas del autor, junto con el primer movimiento de la Quinta Sinfonía y su bagatela para piano Para Elisa.
La pieza fue compuesta en 1801 y publicada por Giovanni Cappi en Viena en marzo de 1802, el mismo día que las dos sonatas anteriores, cuya primera edición apareció bajo el siguiente epígrafe:
«Sonata Quasi una Fantasia per il Clavicembalo o Piano-forte composta e dedicata alla Damigella Contessa Giulietta Guicciardi da Luigi van Beethoven Opera 27 No. 2. In Vienna presso Gio. Cappi Sulla Piazza di St. Michele No. 5.».
En español, «Sonata casi una fantasía para clavecín o piano, compuesta y dedicada a la señorita condesa Giulietta Guicciardi, de Ludwig van Beethoven. Op. 27, n.º 2. Publicado en Viena por Giovanni Cappi, Michaelerplatz N º 5.»
La «damigella» o señorita a quién se refería la dedicatoria anterior era su alumna, la condesa Giulietta Guicciardi de 17 años y de quien se decía que estaba enamorado. Se trataba de la hija del conde Guicciardi, personaje triestino que en primavera de 1800 había sido trasladado a Viena como consejero de la Cancillería de Bohemia. La familia estaba emparentada con los Brunswick, muy amigos de Beethoven y el artista pronto contó a Giulietta entre sus discípulos aristocráticos, no aceptando ninguna remuneración por las lecciones en las que se mostraba muy exigente como profesor. En aquellos días se aproximaba el músico a los treinta años.
Sonata para piano n.º 14 de Beethoven
El apodo Claro de luna se haría popular después de la muerte de Beethoven, surgiendo a raíz de una comparación que el poeta y crítico musical alemán Ludwig Rellstab realizó entre el primer movimiento de la pieza y el claro de luna del Lago de Lucerna.
Aunque no existe testimonio directo sobre las razones específicas por las que Beethoven decidió el título para ambas piezas que conforman el op. 27 como Sonata Quasi una fantasia, puede ser significativo que la disposición de la presente obra no siga el modelo tradicional de un movimiento de sonata del periodo clásico que seguía el patrón: rápido - lento [rápido] - rápido. En cambio, esta composición posee una trayectoria ponderada hasta el final, manteniendo la música rápida contenida hasta el tercer movimiento.
En su análisis, el crítico alemán Paul Bekker afirma que «El movimiento allegro que introduce la sonata confería a la pieza un determinado carácter desde el principio... que los movimientos posteriores podían complementar pero no cambiar. Beethoven se rebeló contra esta cualidad determinante del primer movimiento. Él quería un preludio, una introducción, no una proposición.»
La sonata consta de tres movimientos:
• I. Adagio sostenuto
• II. Allegretto
• III. Presto agitato
wikipedia
http://youtu.be/TOBQdK0NU4U
Primera Sinfonía de Beethoven
http://www.youtube.com/watch?v=uB4nSvq_Qig
Sinfonía Nº 1 in C dur Op. 21
Adagio molto-Allegro con brio
Andante cantabile con moto
Menuetto; Allegro molto e vivace
Adagio-Allegro molto e vivace
Staatskapelle de Berlín
Director: Otmar Suitner
La Sinfonía n.º 1 en do mayor, op. 21, es la primera de las nueve sinfonías de Ludwig van Beethoven. Fue compuesta en Viena entre los años 1799 y 1800 y fue dedicada al barón Van Swieten, melómano y amigo de Wolfgang Amadeus Mozart.
Está escrita para una orquesta formada por cuerdas, dos flautas, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, dos trompas, dos trompetas y percusión.
Se estrenó el 2 de abril de 1800 en el Burgtheater de Viena. A pesar de que tiene una estructura muy clásica, la obra fue criticada por su aspecto innovador: la obertura no comenzaba con la tonalidad principal (do mayor), tenía numerosas modulaciones, el tercer movimiento (falsamente titulado Menuetto) era demasiado rápido, etc. Se le achacaban demasiadas similitudes con la Sinfonía n.º 41 (Júpiter) de Mozart o con otras sinfonías de Haydn.
Análisis
La Primera sinfonía es de alguna manera una introducción a todo lo que escribirá Beethoven más tarde: explora en efecto numerosos horizontes a menudo contrastados. Así, se define sucesivamente como lírica y serena (en los dos últimos movimientos), sombría y apasionada (en la introducción lenta), tensa y dramática (en la Allegro inicial), y con patetismo (en el movimiento lento). Parece por otro lado ser una premonición de los movimientos lentos de las sinfonías Tercera y Séptima. Para el final se inspiró en Haydn, cuya influencia se hace más evidente en las ejecuciones rápidas; de hecho, el movimiento más innovador de esta obra es el tercero, que es un scherzo, vivo y ligero, el cual usaría Beethoven de ahí en adelante en lugar del minueto tradicional.
Sinfonía no. 1, en do mayor, op. 21 parece simple a primera vista, incluso demasiado simple si lo comparamos con su última sinfonía. Notable en este sentido son reflexiones de Robert Schumann por escrito tres años después de la composición de esta sinfonía, los reflejos provocados por la escucha de la Sinfónica No.IX : "lo amo, lo amo de verdad, pero no olvides que llegó libertad poética después de un estudio exhaustivo, años y años, y alabar su poder moral inquieto. No tratan de extraer lo extraordinario, volver a las raíces de la creación, demostrar su genio no a través de su última sinfonía (...), puede hacerlo igual de bien a través de su primera sinfonía . " Aunque esta obra marcó el debut de un compositor en un género que le atraía, no ha aportado nada radicalmente nuevo, si tenemos en cuenta las creaciones que el mundo había admirado hasta entonces. Uno de los comentaristas de que el tiempo de observación: " Si ahora vemos sólo la garra que presagia la aparición del león, es porque el león no pareció más prudente atacar por el momento. "
Parte I - Adagio molto - comienza con una introducción lenta, de gran luminosidad y lirismo, seguido de los dos temas en un movimiento de sonata.
Parte II - Andante cantabile con moto - es sorprendente, ya que también se construye de dos temas en forma de sonatas y su final es una coda.
Parte III - Menuetto, Allegro molto vivace e - aparta del tipo minué de las sinfonías vienesas, revelando un scherzo con una sustancia musical de la máxima simplicidad derivada de elementos temáticos de las partes anteriores.
Parte IV - Allegro molto vivace e - tiene una expresión Haydnian poderoso, pero con importantes elementos temáticos tomados de las partes anteriores, lo que revela una compleja forma de sonata y convertirse en un final de un ciclo sinfónico perfectamente adecuado para ese período.
La sinfonía se presenta en la primera audición en un concierto lanzado para su beneficio, en el Teatro Imperial de Viena el 2 de abril de 1800, y dedicada al barón Gottfried van Swieten, director de la Biblioteca Imperial, amigo íntimo de Haydn y Mozart, y unos pocos meses después se presentó de nuevo en la sala Gewandhaus de Leipzig. Esta sinfonía, visto desde todo punto de vista, es un clásico, fuertemente anclado en las coordenadas de la vida musical vienesa, sobre todo desde las últimas sinfonías de Mozart, así como las de Haydn hirió el público vienés, el establecimiento de un cierto nivel que Beethoven se tendrá en consideración
http://youtu.be/uB4nSvq_Qig
carlos garcía
Sinfonía Nº 1 in C dur Op. 21
Adagio molto-Allegro con brio
Andante cantabile con moto
Menuetto; Allegro molto e vivace
Adagio-Allegro molto e vivace
Staatskapelle de Berlín
Director: Otmar Suitner
La Sinfonía n.º 1 en do mayor, op. 21, es la primera de las nueve sinfonías de Ludwig van Beethoven. Fue compuesta en Viena entre los años 1799 y 1800 y fue dedicada al barón Van Swieten, melómano y amigo de Wolfgang Amadeus Mozart.
Está escrita para una orquesta formada por cuerdas, dos flautas, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, dos trompas, dos trompetas y percusión.
Se estrenó el 2 de abril de 1800 en el Burgtheater de Viena. A pesar de que tiene una estructura muy clásica, la obra fue criticada por su aspecto innovador: la obertura no comenzaba con la tonalidad principal (do mayor), tenía numerosas modulaciones, el tercer movimiento (falsamente titulado Menuetto) era demasiado rápido, etc. Se le achacaban demasiadas similitudes con la Sinfonía n.º 41 (Júpiter) de Mozart o con otras sinfonías de Haydn.
Análisis
La Primera sinfonía es de alguna manera una introducción a todo lo que escribirá Beethoven más tarde: explora en efecto numerosos horizontes a menudo contrastados. Así, se define sucesivamente como lírica y serena (en los dos últimos movimientos), sombría y apasionada (en la introducción lenta), tensa y dramática (en la Allegro inicial), y con patetismo (en el movimiento lento). Parece por otro lado ser una premonición de los movimientos lentos de las sinfonías Tercera y Séptima. Para el final se inspiró en Haydn, cuya influencia se hace más evidente en las ejecuciones rápidas; de hecho, el movimiento más innovador de esta obra es el tercero, que es un scherzo, vivo y ligero, el cual usaría Beethoven de ahí en adelante en lugar del minueto tradicional.
Sinfonía no. 1, en do mayor, op. 21 parece simple a primera vista, incluso demasiado simple si lo comparamos con su última sinfonía. Notable en este sentido son reflexiones de Robert Schumann por escrito tres años después de la composición de esta sinfonía, los reflejos provocados por la escucha de la Sinfónica No.IX : "lo amo, lo amo de verdad, pero no olvides que llegó libertad poética después de un estudio exhaustivo, años y años, y alabar su poder moral inquieto. No tratan de extraer lo extraordinario, volver a las raíces de la creación, demostrar su genio no a través de su última sinfonía (...), puede hacerlo igual de bien a través de su primera sinfonía . " Aunque esta obra marcó el debut de un compositor en un género que le atraía, no ha aportado nada radicalmente nuevo, si tenemos en cuenta las creaciones que el mundo había admirado hasta entonces. Uno de los comentaristas de que el tiempo de observación: " Si ahora vemos sólo la garra que presagia la aparición del león, es porque el león no pareció más prudente atacar por el momento. "
Parte I - Adagio molto - comienza con una introducción lenta, de gran luminosidad y lirismo, seguido de los dos temas en un movimiento de sonata.
Parte II - Andante cantabile con moto - es sorprendente, ya que también se construye de dos temas en forma de sonatas y su final es una coda.
Parte III - Menuetto, Allegro molto vivace e - aparta del tipo minué de las sinfonías vienesas, revelando un scherzo con una sustancia musical de la máxima simplicidad derivada de elementos temáticos de las partes anteriores.
Parte IV - Allegro molto vivace e - tiene una expresión Haydnian poderoso, pero con importantes elementos temáticos tomados de las partes anteriores, lo que revela una compleja forma de sonata y convertirse en un final de un ciclo sinfónico perfectamente adecuado para ese período.
La sinfonía se presenta en la primera audición en un concierto lanzado para su beneficio, en el Teatro Imperial de Viena el 2 de abril de 1800, y dedicada al barón Gottfried van Swieten, director de la Biblioteca Imperial, amigo íntimo de Haydn y Mozart, y unos pocos meses después se presentó de nuevo en la sala Gewandhaus de Leipzig. Esta sinfonía, visto desde todo punto de vista, es un clásico, fuertemente anclado en las coordenadas de la vida musical vienesa, sobre todo desde las últimas sinfonías de Mozart, así como las de Haydn hirió el público vienés, el establecimiento de un cierto nivel que Beethoven se tendrá en consideración
carlos garcía
domingo, 24 de marzo de 2013
It is time to remember what you are not taught in school. Here is what should be taught. Palm Sunday, you were never taught that when Christ clairvoyantly knows to ride a donkey on Palm Sunday and take with Him the New Cosmos he is bringing, the colt, you were never taught that the Donkey is the imprint of Humanity. Humanity have 23 chromosomes per cell and the Ass and Donkey have a blood to body ratio, each animal has a different ratio of blood to body weight, which is the reason for studying this is my body, this is my blood, because the Donkey has 23 parts body weight to 1 part blood. The Donkey by Demonstration carries the 23 sacred number which each human cell to be human must have 23 chromosomes. Each human cell or micro cosmos must split the cell when it doubles to 46 chromosomes. Therefore Christ brings, and tags behind the Old Cosmos he rides upon, the young donkey, the New Cell because again, since we don't comprehend anything, The donkey has a 23 to 1 OR 23/1 ratio of blood to body-weight. And as far as Science and the Christ Event we are still stubborn Jackasses.
Extraído de su página en FB-
sábado, 23 de marzo de 2013
Llamado a la Consciencia : Michel Joseph
URGENTE LLAMADO DE Michel Joseph (desde París, Francia)
CALL Michel Joseph (from Paris)
Appel à toutes les bonnes volontés
COMPARTELO!!!
Estoy organizando dos cosas:
1) en junio,
un campamento de verano para jóvenes para reconstruir la fachada de un edificio de 150 m2 en Montaphilant Casa (antes Comandancia de los Caballeros Templarios)
2) 01 de agosto
la Escuela de Verano : sobre "La nueva consciencia del hombre”
- Buscamos financiación para ello.
Llamamiento a todos los hombres de buena voluntad:
corazones, cabezas, manos, medios (financieros, materiales, herramientas, muebles, etc.)
Michel Joseph
J'organise 2 choses :
1) en juin, un chantier de jeunes d'été pour reconstruire le gros œuvre d'un bâtiment de 150 m2 au manoir de Montaphilant (autrefois commanderie des templiers)
2)
en août une université d'été sur la nouvelle conscience de l'homme
- Nous cherchons des financements pour tout cela. Appel à toutes les bonnes volontés : cœurs, têtes, mains, moyens (finances, matériaux, outils, meubles, etc).
CALL Michel Joseph (from Paris)
I am organizing two things:
1) in June,
a summer camp for young people to reconstruct the facade of a building of 150 m2 in Montaphilant House (formerly Commandery of Knights Templar)
2) 1 August
Summer School: on "the new consciousness of man"
- We seek funding for it.
Calling all men of good will:
hearts, heads, hands, means (financial, materials, tools, furniture, etc..)
Je voulais vous rendre attentifs à l'existence de notre manoir de Montaphilant, à 55 mn de paris Est puis 15 km (nous avons un minibus de 8 places qui peut prendre les gens à la gare de Nogent s/Seine. Nous pouvons héberger 35 personnes.
Pour plus de détails, voyez sur notre blog :
http://tournantspirituel.blogspot.com/
pintura Gamel
CALENDARIO DEL ALMA, A LA ESPERA DE PASCUAS, 21 AL 27 DE MARZO. Steiner
CALENDARIO DEL ALMA
Y QUINCUAGESIMA PRIMERA SEMANA
DEL 21 AL 27 DE MARZO
EN EL SENO DEL SER
HUMANO, LA APARIENCIA SENSIBLE
VIERTE SU RIQUEZA.
EL ESPIRITU DEL
UNIVERSO EN LA MIRADA DEL HOMBRE
COMO EN UN ESPEJO SE
ENCUENTRA.
ES NECESARIO QUE ESTA
MIRADA, VENIDA DEL MISMO ESPÍRITU,
RENUEVE SU FUERZA EN
EL ESPIRITU MISMO.
R. STEINER
ATTENTE
DU PRIMTEMPS
Y CINCUANTE ET UNIEME SEMAINE 21 - 27 MARS
AU SEIN DE L´ETRE HUMAIN, L´APPARENCE SENSIBLE
DEVERSA SA RICHESSE.
L´ESPRIT DE L´UNIVERS DANS LE REGARD DE
L´HOMME
AINSI U´EN UN MIROIR SE TROUVE.
IL FAUT QUE CE REGARD, DE L´ESPRIT MEME ISSU,
SA FORCE EN L´ESPRIT RENOUVELLE.
R. STEINER.
El Representante de la Humanidad
Escultura en Madera
R.Steiner. Goetheanum
Wagner - 'Parsifal' - Act I Prelude (Georg Solti)
viernes, 22 de marzo de 2013
Homenaje a W.GOETHE en CONMEMORACION : LA SERPIENTE VERDE
En su
pequeña choza, ante el gran río cuya corriente habíase acaudalado por una
fuerte
lluvia y
que desbordaba sus riberas, estaba el viejo barquero descansando y durmiendo,
rendido
por las labores del día. Le despertaron fuertes voces en medio de la noche;
escuchó
que unos viajeros querían ser trasladados.
Al salir
delante de la puerta vio dos grandes fuegos fatuos flotando encima del bote
amarrado
y le aseguraron que se hallaban en los más grandes apuros y que estaban
deseosos
de verse ya en la otra orilla. El anciano no se demoró en hacerse al agua y
navegó
con su destreza acostumbrada a través del río mientras los forasteros siseaban
entre sí
en un lenguaje desconocido y sumamente ágil, y estallaban, de vez en cuando, en
fuertes
carcajadas saltando por momentos en los bordes o en el fondo de la barca.
—¡Se
balancea el bote! —exclamó el viejo—. Si estáis tan inquietos puede volcarse.
¡Sentaos,
fuegos fatuos!
Estallaron
en grandes carcajadas ante esta advertencia, se mofaron del anciano y se
pusieron
más inquietos que antes. Este soportó con paciencia sus malas maneras y, en
poco
tiempo, arribó a la otra orilla.
—¡Aquí
tenéis! ¡Por vuestro esfuerzo! —exclamaron los viajeros y, al sacudirse,
cayeron
muchas y resplandecientes piezas de oro dentro de la húmeda barca.
—¡Santo
cielo! ¿Qué hacéis? —exclamó el viejo—. Me exponéis al más grande apuro!
Sí una de
estas piezas hubiera caído en el agua, el río, que no soporta este metal, se
hubiera
levantado en terribles olas devorándonos al bote y a mí, ¡y quién sabe cómo os
hubiera
ido! ¡Tomad de nuevo vuestro dinero!
—No
podemos tomar nada de lo que nos hemos desprendido —respondieron ellos.
—Entonces,
encima me dais el trabajo de tener que recogerlas y llevarlas a enterrar
bajo
tierra —dijo el viejo, inclinándose para recoger las piezas de oro dentro de su
gorra.
Los
fuegos fatuos habían saltado del bote cuando el viejo exclamo:
—¿Y dónde
queda mi paga?
—¡Quien
no acepta oro tal vez quiera trabajar gratis!
—exclamaron
los fuegos fatuos.
—Tenéis que saber que a mí
sólo se me puede pagar con frutos de la tierra.
—¿Con frutos
de la tierra? Los detestamos y nunca los hemos disfrutado.
—Y sin
embargo no os puedo soltar hasta que me hayáis prometido traerme tres coles,
tres
alcachofas y tres grandes cebollas.
Los
fuegos fatuos hicieron por escurrirse en medio de bromas pero se sintieron
atados
al suelo
de manera incomprensible; era la sensación más desagradable que jamás habían
sentido.
Prometieron satisfacer en poco tiempo la demanda del anciano; éste los despachó
y partió.
Ya se encontraba muy lejos cuando a sus espaldas le gritaron:
—¡Viejo!
¡Escuchad, viejo! ¡Hemos olvidado lo más importante!
Ya se
había alejado y no los escuchaba. Se dejó llevar río abajo por el lado de esa
misma
orilla, donde decidió enterrar el peligroso y bello metal; era una región
montañosa
donde el
agua nunca podía llegar. Allí, entre altos picachos, encontró un profundo
abismo,
donde arrojó el oro, y se volvió a su choza.
En ese
precipicio estaba la hermosa serpiente verde, que se despertó a causa del
tintineo
de las
monedas despeñadas. Apenas vio las doradas obleas, las devoró de inmediato con
gran
avidez y buscó con mucho cuidado todas las piezas que se habían esparcido entre
la
maleza y
las grietas rocosas.
En cuanto
las hubo devorado sintió, con el mayor agrado, fundirse el oro en sus
intestinos
y expandirse a través de todo su cuerpo; notó, para su mayor alegría, que se
había
vuelto transparente y luminosa. Desde mucho tiempo atrás le habían asegurado
que
era
posible este fenómeno; pero como ella recelaba de que esta luz perdurase mucho
tiempo,
la curiosidad y el deseo de asegurarse para el futuro la impulsaron a salir de
la
caverna a
fin de investigar quién había arrojado en su interior el hermoso oro. No
encontró
a nadie. Tanto más agradable sentía de admirarse ella misma y a su graciosa luz
que
diseminaba a través del verde fresco mientras se arrastraba entre hierbas y
matorrales.
Todas las hojas parecían de esmeralda, todas las flores aureoladas de la
manera
más esplendorosa. En vano recorrió la solitaria y yerma tierra; pero tanto más
creció su
esperanza cuando llegó a una planicie y vio en lontananza un resplandor
semejante
al suyo.
—¡Por fin
encuentro a alguien igual a mí! —exclamó, apresurándose a llegar a ese
sitio. No
reparó en las fatigas que el arrastrarse a través de pantanos y cañaverales le
causaba,
pues a pesar de que prefería vivir en los prados secos de los montes y entre
las
altas
grietas de las rocas, en las que disfrutaba de las hierbas aromáticas y solía
calmar la
sed con
tierno rocío y agua fresca de las fuentes, habría hecho todo lo que uno le
hubiera
impuesto
por el amado oro, así de hechizada estaba por retener el hermoso resplandor.
Extenuada,
llegó por fin a un húmedo juncal, donde nuestros dos fuegos fatuos se
entretenían
en juegos. Se dirigió rápidamente hacia ambos, los saludó celebrando
encontrar
caballeros de su parentela tan agradables. Los fuegos fatuos se aproximaron,
saltaron
por encima de ella y se rieron a su modo.
3
—Señora
Mume —dijeron ellos—, aunque vos séais de la línea horizontal, eso no
significa
nada entre nosotros; se comprende que somos parientes por lo que toca al
resplandor,
pues vea nada más —y en eso ambos fuegos se alargaron tanto como su
volumen
se lo permitió—: ¡qué bien nos sienta a los caballeros de la línea vertical
esta
esbelta
longitud! No se enfade con nosotros, amiga mía, ¿qué familia puede
vanagloriarse
de esto?
Desde que existen fuegos fatuos, ninguno ha estado sentado o acostado.
La
serpiente se sentía muy incómoda en presencia de estos parientes; pues por más
esfuerzos
que hiciera al querer levantar la cabeza más alto, sentía sin embargo que tenía
que
bajarla de nuevo hacia el suelo para poder impulsarse; y cuanto más se había
complacido
consigo misma entre la oscura floresta, tanto más parecía disminuir a cada
momento
su resplandor en presencia de estos parientes, e incluso temía que al final se
extinguiera
del todo.
En medio
de tal turbación preguntó rápidamente si los caballeros no le podían dar
noticia
de dónde venía el reluciente oro que hacía poco había caído dentro de la cueva;
suponía
que hubiese sido una lluvia áurea que manara directamente del cielo. Los fuegos
fatuos se
sacudieron de risa y una gran cantidad de monedas de oro saltó en torno suyo.
La
serpiente se abalanzó sobre ellas para devorarlas.
—Que os
aproveche, señora Mume —dijeron los gentiles caballeros—. Aun podemos
servirla
con más.
Se
sacudieron varias veces más con gran destreza, de manera que la serpiente no
podía
tragar
más rápido el preciado alimento. Comenzó a aumentar visiblemente su esplendor
y, en
verdad, destellaba incomparablemente hermosa mientras los fuegos fatuos iban
volviéndose
magros y pequeños aunque sin perder la más leve pizca de su buen humor.
—Os
agradezco eternamente —dijo la serpiente, al haberse recobrado después de su
comida—.
¡Exigid de mí lo que queráis! Os concederé lo que esté a mi alcance.
—¡Muy
bien! —exclamaron los fuegos fatuos—. Dinos dónde habita la bella Azucena.
¡Llévanos
lo antes posible al palacio y a los jardines de la hermosa Azucena! Morimos de
impaciencia
por postrarnos ante ella.
—Ese
servicio —replicó la serpiente con un profundo suspiro— no os lo puedo
conceder
de inmediato. Por desgracia, la bella Azucena vive más allá del agua.
—¿Más
allá del agua? ¡Y nosotros que nos dejamos transportar en esta noche tan
tormentosa!
¡Qué cruel es el río que ahora nos separa! ¿No sería posible llamar otra vez
al viejo?
—Os
esforzaríais en vano —dijo la serpiente—. Pues aunque vosotros lo encontrarais
de este
lado del agua no os llevaría; puede traer a esta orilla a todo aquel que lo
quiera,
pero no
le está permitido llevar a nadie hacia allá.
—¡Mal
estamos, pues! ¿No hay otro medio para trasponer el agua?
4
—Hay
algunos otros más, sólo que no en este momento. Y yo misma puedo transportar
a los
caballeros pero únicamente al mediodía.
—Esa es
una hora en la que no nos gusta viajar.
—Entonces
podréis transbordar al anochecer sobre la sombra del gigante.
—¿Cómo
puede ser eso?
—El gran
gigante, que vive no lejos de aquí, tiene impedido hacer nada con su cuerpo;
sus manos
no levantan una sola paja, sus hombros no llevarían ningún leño. Por eso es
más
poderoso al levantarse y ponerse el sol, y así, basta sólo con sentarse en la
nuca de su
sombra al
caer la noche: entonces el gigante se acerca suavemente a la orilla y su sombra
conduce
al viajero a través del agua. Pero si queréis llegar a aquel rincón del bosque
a la
hora del
mediodía, donde la maleza se une con las aguas del río, entonces puedo yo
transportaros
y presentaros con la hermosa Azucena; por el contrario, si teméis al calor
del mediodía
entonces sólo podréis recurrir al gigante, quien, en aquel acantilado, hacia
el
anochecer, seguramente se mostrará muy obsequioso de serviros.
Con leve
inclinación, los jóvenes caballeros se alejaron y la serpiente estuvo contenta
de
deshacerse de ellos, en parte por deleitarse con su propio resplandor, en parte
por
satisfacer
su curiosidad que desde hacía mucho tiempo la torturaba.
En medio
de los rocosos abismos, en los que a menudo se arrastraba de uno a otro lado,
había
hecho un extraño descubrimiento. Pues aunque estaba obligada a moverse por
estos
abismos
sin luz alguna, podía distinguir a través de su piel los objetos. Estaba
acostumbrada
a encontrarse en todas partes únicamente presencias irregulares de la
naturaleza;
ora enroscábase entre las aristas de grandes cristales, ora sentíase sobre las
puntas de
macizos de plata y sacaba una u otra piedra preciosa a la luz del día. Pero,
para
su grande
asombro, percibió algunos objetos dentro de la caverna cerrada que hacían ver
la mano
activa del hombre. Muros lisos por los cuales ella no era capaz de trepar,
regulares
y agudas esquinas, columnas bien talladas y, lo que le pareció más extraño de
todo,
figuras humanas por entre las cuales se había enroscado varias veces y que hubo
de
definir
como de cobre o de mármol extremadamente bien pulimentadas. Deseaba resumir
todas
estas experiencias a través de la vista, y aquello que ella solamente suponía,
quería
comprobarlo.
Se creyó capaz de infundir luz por sí misma a esta maravillosa bóveda
subterránea,
y esperaba de una vez poder hacerse del completo conocimiento de esos
extraños
objetos. Se apresuró y, sin tardanza, halló en su acostumbrado camino la grieta
por entre
la cual ella solía introducirse al sagrado recinto.
Al
encontrarse en aquel sitio, se dio vuelta con curiosidad y, pese a que su
resplandor
no podía
iluminar todos los objetos de la rotonda, los más próximos se le destacaron
suficientemente
claros. Con admiración y respeto, miró hacia lo alto de un brillante nicho
en que se
hallaba colocada la imagen de un venerable rey del más puro oro. Según la
medida,
la imagen era de humanas proporciones pero, según la figura, correspondía a la
de una
persona más bien pequeña. Su bien formado cuerpo se hallaba cubierto con un
sencillo
manto y una corona de encinas circundaba su cabello.
5
Apenas la
serpiente hubo visto la imagen venerable cuando el rey empezó a hablar y
preguntó:
—¿De
dónde vienes?
—De los
abismos en los que reposa el oro —respondió la serpiente.
—¿Qué es
más precioso que el oro? —preguntó el rey.
—La luz —contestó
la serpiente.
—¿Qué es
más reconfortante que la luz? —preguntó aquél.
—La
conversación —respondió ésta.
Durante
estas palabras había mirado de reojo y visto en el nicho inmediato otra imagen
preciosa.
Representaba, sentado, a un rey de plata cuya figura era alta y más bien
esbelta;
su cuerpo
estaba revestido por una adornada vestimenta: corona, cinturón y cetro
guarnecidos
con piedras preciosas. Su rostro poseía la donosura del orgullo y parecía
querer
hablar cuando en el muro marmóreo se dibujó una oscura veta que de pronto se
aclaró y
difundió una agradable luz por todo el templo. Bajo esta luz, la serpiente
distinguió
al tercer rey, que, hecho de cobre, estaba sentado con su imponente cuerpo,
apoyado
en su basto, ornado con una corona de laurel, con el aspecto más de una roca
que de un
hombre. La serpiente quiso darse vuelta para encontrar al cuarto rey, que
estaba a
mayor distancia, pero mientras tanto el muro se abrió y la veta iluminada
centelleó
como un rayo y desapareció.
Se
presentó un hombre de mediana estatura que atrajo la atención de la serpiente.
Iba
vestido
como un labriego y llevaba en su mano una pequeña lámpara ante cuyas llamas
silenciosas
uno miraba con gusto; iluminaba de manera singular, sin sombra alguna, todo
el
cimborio.
—¿Por qué
vienes si ya tenemos luz?
—Vuestra
majestad: sabéis que no me es permitido alumbrar lo oscuro.
—¿Llega a
su fin mi reinado? —preguntó el rey de plata.
—Tarde o
nunca —replicó el viejo.
Con voz enérgica,
el rey de cobre comenzó a preguntar:
—¿Cuándo
me levantaré?
—Pronto —replicó
el viejo.
—¿Con
quién debo aliarme?
—Con tus
hermanos mayores —dijo el viejo.
—¿Qué
será del más joven? —preguntó el rey.
6
—Se
sentará —dijo el viejo.
—No estoy
cansado —exclamó el cuarto rey con una voz ronca y tartamudeante.
Mientras
aquéllos hablaban, la serpiente se había movido silenciosamente en el interior
del
templo, había contemplado todo y en ese momento observaba de cerca al cuarto
rey.
Este
estaba erecto, apoyado en una columna, y su considerable corpulencia era más
bien
pesada
que hermosa. Mas el metal en que estaba fundido no podía distinguirse
fácilmente.
Bien considerado, era una mezcla de los tres metales de que estaban hechos
sus
hermanos. Pero estas materias parecían no haberse fusionado bien; vetas de oro
y
plata
corrían irregularmente a través de una masa de cobre, dando a la imagen un
aspecto
desagradable.
Mientras
tanto, el rey de oro se dirigió al hombre:
—¿Cuántos
secretos sabes?
—Tres —replicó
el viejo.
—¿Cuál es
el más importante? —preguntó el rey de plata.
—El que
es revelado —replicó el viejo.
—¿Nos lo
quieres también hacer saber? —preguntó el rey de cobre.
—En
cuanto sepa el cuarto —dijo el viejo.
—¡Qué me
importa! —murmuró para sí mismo el rey mixto.
—Yo sé el
cuarto —dijo la serpiente, que se acercó al anciano y le siseó algo al oído.
—¡Ya es
tiempo! —exclamó el anciano con poderosa voz.
El templo
resonó, retemblaron las estatuas de metal y, en ese momento, el anciano se
perdió
hacia el poniente y la sierpe hacia el oriente, cada uno recorriendo los
abismos
rocosos
con gran prisa.
Todos los
pasillos que el viejo atravesó, en un instante se volvían de oro pues su
lámpara
tenía la maravillosa propiedad de convertir en oro todas las piedras, toda la
madera en
plata, los animales muertos en gemas, así como de aniquilar todos los metales.
Para
lograr este efecto, dicha lámpara tenía que iluminar ella sola; si había otra
luz a su
lado sólo
producía un bello y claro resplandor, y todo lo vivo se recreaba a cada
momento
gracias a ella.
El viejo
entró a su choza, que estaba construida al pie de la montaña, y halló a su
mujer
en la más
profunda aflicción. Estaba sentada junto al fuego y lloraba sin poder
consolarse.
—¡Qué
desdichada soy! —exclamó—. No te hubiera dejado salir este día.
—¿Qué
pasa, pues?
7
—Apenas
te fuiste —dijo la anciana entre sollozos— dos impetuosos viajeros llegaron
a la
puerta; desprevenida, los dejé entrar, parecían ser dos atentas y honradas
personas.
Estaban
vestidos con ligeras llamas, podían haberse confundido con unos fuegos fatuos.
Apenas
estuvieron en casa, comenzaron a adularme con palabras tan desvergonzadas y se
volvieron
tan impertinentes que hasta me avergüenzo de pensar en ello.
—Bueno —replicó
el hombre, sonriendo—, es probable que los señores habrán
bromeado;
pues, mirando tu edad, seguramente todo habrá quedado en una elemental
cortesía.
—¡Cuál
edad! —exclamó la mujer—. ¿Debo siempre oír hablar de mi edad? ¿Qué edad
tengo yo?
¡Elemental cortesía! Pues yo sé lo que sé. Y sólo voltea a ver cómo están las
paredes,
sólo mira las viejas piedras que no he visto desde hace cien años; lamieron
todo
el oro,
no hubieras dado crédito a su habilidad, y en todo momento aseguraban que sabía
mucho mejor
que el oro corriente. En cuanto limpiaron todas las paredes, parecieron estar
de muchos
ánimos y, ciertamente, en poco tiempo se pusieron mucho más grandes,
anchos y
relucientes. Entonces empezaron otra vez con su petulancia, me acariciaron, me
llamaron
su reina, se sacudieron y una gran cantidad de monedas de oro saltó alrededor
suyo.
Todavía puedes ver cómo relucen algunas debajo del banco. ¡Pero qué desgracia!
Nuestro
perrito comió algunas de ellas y aquí lo tienes muerto al pobre, debajo de la
chimenea.
¡Pobrecillo mi animal! No puedo consolarme. Lo vi después de que se habían
ido, pues
de lo contrario no les hubiera prometido pagar su deuda con el barquero.
—¿Qué es
lo que debes?
—Tres
coles, tres alcachofas y tres cebollas. Les prometí llevar las cosas al río, al
amanecer.
—Puedes
hacerles el favor —dijo el anciano—, pues en algún momento ellos nos
servirán
a nosotros.
—Si nos
van a servir no lo sé, pero yo les hice la promesa.
Mientras
tanto, el fuego de la chimenea se había apagado, el anciano cubrió con mucha
ceniza
las brasas, apartó las relucientes piezas de oro y, al momento, su lamparita
iluminaba
otra vez con el más hermoso esplendor, los muros de la casa se cubrieron de
oro y el
perrito se transformó en el ónix más bello que podía uno imaginar. La variación
entre el
color marrón y negro de la piedra preciosa hacía de ella una obra de arte
rarísima.
—Toma tu
cesto —dijo el viejo— y coloca dentro el ónix; toma después las tres coles,
las tres
alcachofas y las tres cebollas, ponlas alrededor y llévalo todo al río. Hacia
el
mediodía
hazte transportar por la serpiente, visita a la hermosa Azucena y ¡llévale el
ónix!
Ella lo revivirá con su tacto al igual que por lo mismo mata todo lo vivo. En
él
tendrá un
fiel compañero. Dile que no esté triste, que su salvación está cerca, que la
desgracia
más grande puede considerarla como la más grande fortuna, pues ya es el
tiempo.
8
La vieja
preparó su cesto y se puso en camino al amanecer. El sol naciente brillaba con
claridad
desde el otro lado del río, cuyas aguas resplandecían a lo lejos; la mujer
caminó
con paso
lento ya que el cesto le oprimía la cabeza y, sin embargo, no era el ónix lo
que
la
fatigaba. Lo muerto que sobre sí llevaba no lo sentía, pues le permitía
levantar su cesto
hacia lo
alto y flotar sobre su cabeza. Pero cargar una fresca legumbre o un pequeño
animal
vivo le era sumamente pesado. Hubo de caminar malhumorada un trecho, cuando,
asustada
de pronto, se paró en seco pues estuvo a punto de pisar la sombra del gigante,
que se
extendía a través del llano hacia donde ella se encontraba. Y sólo hasta ese
momento
hubo de ver al descomunal gigante, que se había bañado en el río, salido del
agua, sin
que ella supiera cómo apartarse. En cuanto él la advirtió, comenzó entre bromas
a
saludarla y las manos de su sombra alcanzaron el cesto. Con desenvoltura y
agilidad
tomaron
una col, una alcachofa y una cebolla y las llevaron a su boca, después de lo
cual
el
gigante caminó río arriba dejando libre el camino a la mujer.
Pensó si
no sería mejor regresar y sustituir con las de su jardín las piezas que
faltaban,
y
mientras tanto continuó su camino en medio de estas dudas de manera que pronto
llegó
al borde
del río. Estuvo largo tiempo en espera del barquero, a quien finalmente vio en
compañía
de un extraño viajero. Un hombre joven, noble y hermoso al que no se cansaba
de ver
descendió de la barca.
—¿Qué
traéis? —clamó el anciano.
—Son las
legumbres que los fuegos fatuos os deben —replicó la mujer, mostrándole su
mercancía.
Cuando el viejo observó dos de cada uno de los géneros se puso de mal
humor y
aseveró que no podía aceptarlos. La mujer le rogó encarecidamente que las
aceptara,
le contó que en ese momento no le era posible volver a casa y que la carga le
sería muy
pesada en el camino que tenía por delante. El barquero insistió en su desdeñosa
respuesta
asegurándole que ni siquiera dependía de él.
—Lo que
me corresponde a mí tengo que reunirlo durante nueve horas y no puedo
aceptar
nada mientras no hayáis tributado al río la tercera parte.
Después
de mucho discutir, respondió por fin el viejo:
—Hay
todavía un medio. Si os ofrecéis como garante ante el río y os confesáis como
deudora,
entonces acepto las seis piezas. Pero existe algún peligro.
—¿Pero si
cumplo con mi palabra no corro ningún peligro?
—No, el
más mínimo. Meted vuestra mano en el río —continuó el viejo— y prometed
que
queréis pagar la deuda antes de que transcurran veinticuatro horas.
La
anciana lo hizo así. ¡Pero cómo se asustó al sacar su mano del agua, negra como
carbón!
Increpó vehementemente al anciano asegurando que sus manos habían sido
siempre
lo más hermoso en ella y que, a pesar del trabajo duro, ella había sabido
mantener
estos nobles miembros blancos y gráciles. Miró su mano con enorme disgusto y
exclamó,
con desesperación:
9
—¡Esto es
aun peor! Yo veo que además se encoge, está mucho más pequeña que la
otra.
—Ahora
sólo lo parece —dijo el viejo—. Pero si vos no cumplís vuestra palabra, puede
volverse
realidad. La mano encogerá poco a poco y finalmente desaparecerá del todo sin
que os
véais impedida de su uso. Podréis realizar cualquier cosa con ella, sólo que
nadie
la podrá
ver.
—Preferiría
verme impedida de su utilidad con tal de que no desapareciese —dijo la
vieja—.
Por ahora esto no significa nada. Mantendré mi palabra para verme librada de
esta
negra piel y de mi preocupación.
Tomó el
cesto con premura y lo sostuvo encima de su coronilla dejándolo flotar
libremente
en el aire y, a la carrera, siguió detrás del joven, quien caminaba pensativo y
sin
prisa. Su apuesta figura y su extraña vestimenta habían impresionado
profundamente
a la
anciana.
Su pecho
estaba cubierto con una reluciente coraza bajo la cual todas las partes de su
hermoso
cuerpo se movían. De sus hombros colgaba un manto purpúreo, en su cabeza
descubierta
ondeaba un cabello castaño de hermosos rizos; su rostro encantador estaba
expuesto
a los rayos del sol al igual que sus bien proporcionados pies. Con desnuda
planta
caminó relajadamente sobre la quemante arena y un profundo dolor parecía
insensibilizarlo
ante toda impresión externa. La anciana intentó atraerlo locuazmente a su
conversación,
pero él tan sólo le respondió con escasas palabras, de manera que
finalmente,
no obstante sus bellos ojos, ella se dio por vencida de dirigirle siempre la
palabra y
se despidió de él diciendo:
—Vais
demasiado lento, mi señor. No puedo entretenerme antes de cruzar el río con la
ayuda de
la serpiente verde para llevarle a la hermosa Azucena el exquisito regalo que
mi
marido le
envía.
Con estas
palabras se alejó presurosamente, y con la misma prisa el joven se animó a
seguirla.
—¡Vais
con la hermosa Azucena! —exclamó él—. Entonces llevamos el mismo
camino.
¿Qué regalo es el que lleváis con vos?
—Señor
mío —contestó la señora, algo cambiada—, no es justo que después de que
vos
rechazárais mis preguntas tan secamente, interroguéis ahora con tanta vivacidad
por
mis
secretos. Si de otro modo queréis aceptar un intercambio y contarme vuestras
aventuras,
entonces no ocultaré cuál es mi situación ni qué clase de regalo es el mío.
Pronto se
entendieron; la mujer le confió su situación así como la historia del perro y
le
dejó ver
el hermoso regalo.
Al
instante, extrajo del cesto la obra de arte natural y tomó al dogo, que parecía
estar
durmiendo
dulcemente entre sus brazos.
10
—¡Qué
feliz animal! —exclamó—. Pronto serás tocado por sus manos, serás revivido
por ella
mientras que los vivos huyen de ella para no sufrir un triste destino. ¡Pero
¿por
qué digo
"triste"? ¿No es mucho más triste y angustioso ser paralizado ante su
presencia
que morir
al contacto de su mano? ¡Mírame! —dijo a la anciana—. ¡Cuán miserable es la
condición
que a mi edad tengo que soportar! Esta coraza que llevé con honor durante la
guerra,
este manto purpúreo que intenté merecer a través de un sabio gobierno me los
otorgó el
destino, aquélla como una carga inútil y el otro como un adorno insignificante.
Corona,
cetro y espada están perdidos. Por lo demás, estoy tan desnudo y menesteroso
como
cualquier hijo de la tierra, pues tan infelices se ven sus hermosos ojos azules
que a
todos los
seres vivos les quita sus fuerzas y todos aquellos a quienes su mano no mata se
sienten
trasladados a un estado de errabundas sombras vivas.
Así
continuó lamentándose y de ninguna manera satisfacía la curiosidad de la
anciana,
que no
solamente quería saber acerca de su estado interior, sino también de su
circunstancia
externa. No supo ni el nombre de su padre ni el de su reino. Acarició al
petrificado
dogo, al que los rayos del sol y el pecho tibio del joven habían dado color
como si
estuviera vivo. El joven no dejó de preguntar por el hombre de la lámpara, por
los
efectos de la luz sagrada y, en su triste situación, de esto parecía prometerse
mucho
para el
porvenir.
Mientras
avanzaban conversando vieron brillar bajo el resplandor del sol, a lo lejos y
de la
forma más maravillosa, el majestuoso arco del puente, que se tendía de una
orilla a
otra.
Ambos quedaron admirados pues jamás habían visto esa construcción bajo un
aspecto
tan hermoso.
—¡Cómo! —exclamó
el príncipe—. ¿No era ya suficientemente hermoso ante nuestros
ojos,
como el jaspe y el prasio, cuando estaba recién construido? ¿No tiene uno el
temor
de
pisarlo pues parece estar fundido en la variedad más animada de esmeralda,
crisopasio
y
crisolito?
Ambos
ignoraban el cambio que había adquirido gracias a la serpiente, pues era ésta
la
que cada
mediodía se elevaba sobre el río en esa audaz forma de puente. Los viajeros
posaron
su planta con respeto y, en silencio, caminaron a través de ella.
Apenas
hubieron llegado al otro lado, el puente empezó a balancearse y a moverse, en
breve
tocó la superficie del agua y la serpiente verde acompañó en su extraña figura
a los
viajeros
que ya iban por tierra. Ninguno de los dos había apenas dado las gracias por
pisar su
torso cuando notaron que, además de ellos tres, tenía que haber otras personas
entre el
grupo, las cuales, sin embargo, no podían ver con sus propios ojos. A su lado
oyeron un
siseo al que la serpiente respondió igualmente con otro siseo; aguzaron el oído
y por fin
pudieron entender lo siguiente:
—Investigaremos
primero de incógnito en el jardín de la bella Azucena —dijeron
distintas
voces— y os rogamos que al anochecer, cuando estemos presentables, nos
llevéis
ante la perfecta beldad. Nos encontraréis en el borde del gran lago.
—Así lo
haremos —respondió la serpiente y un siseante sonido se perdió en el aire.
11
Nuestros
tres viajeros se consultaron entonces en qué orden querían presentarse ante la
beldad;
pues aunque podía estar rodeada de varias personas. éstas sólo podían
presentarse
ante ella
por separado y retirarse ya que, de otro modo, se verían sometidas a intensos
dolores.
La mujer,
con el perro transformado dentro del cesto, se acercó primeramente al jardín
y buscó a
su protectora, quien era fácil de encontrar pues en esos momentos cantaba
acompañándose
con una lira. Los suaves tonos se manifestaron primero como anillos
sobre la
superficie del lago silencioso, después como un ligero vientecillo que puso en
movimiento
abrojos y matorrales. En una verdosa glorieta, a la sombra de un bello
conjunto
de variados árboles, a la primera vista hechizó, como de costumbre, los ojos,
el
oído y el
corazón de la mujer, que se acercó encantada jurándose a ella misma que la
beldad se
había hecho más hermosa todavía durante su ausencia. Ya desde lejos la buena
mujer,
saludándola y elogiándola, exclamó ante la más amable de todas las doncellas:
—¡Qué
dicha veros! ¡Qué celestial diafanidad esparce vuestra presencia en torno
vuestro!
¡Qué grácil se ve vuestra lira apoyada en vuestro regazo! ¡Cuán delicadamente
la ciñen
vuestros brazos, qué añoranza parece tener por vuestro pecho y qué tiernamente
se
escucha bajo el tacto de vuestros finos dedos! ¡Tres veces dichoso el mancebo
al que
prometisteis
tomar su lugar!
Se hubo
acercado al pronunciar estas palabras; la hermosa Azucena abrió los ojos, dejó
caer sus
manos y replicó:
—¡No me
entristezcas con importunos elogios! Eso sólo me hace sentir más honda mi
desdicha.
Mira, aquí a mis pies está el pobre canario muerto. Acostumbraba posarse
sobre mi
lira y, gracias a mi esmero en su educación, evitaba tocarme. Hoy, después de
haberme
reconfortado del sueño, al comenzar una serena canción matinal y al escucharle
a mi
pequeño cantarín, más alegre que nunca, sus armoniosos trinos, un azor se lanzó
por
encima de
mi cabeza. Mi pobre animalillo, asustado, se refugió dentro de mi pecho y en
ese
instante sentí los últimos estertores de la vida que lo abandonaba. Cierto que
tocado
por mi
mirada, el criminal caminó desfalleciente al borde del agua, pero ¡de qué pudo
servirme
su castigo! Mi adorado está muerto y su tumba solamente hará crecer más los
tristes
abrojos de mi jardín.
—¡Animaos,
hermosa Azucena! —exclamó la mujer, secándose una lágrima que el
relato de
la infeliz doncella le había provocado—. ¡Esforzaos! Mi edad puede mostraros
que
debéis moderar vuestra tristeza y considerar la desdicha más grande como un
indicio
de la más
grande fortuna, pues ya ha de ser el tiempo. Y en verdad —continuó la
anciana—
muy revuelto anda el mundo. ¡Ved tan sólo mi mano, qué negra se ha puesto!
¡En
verdad que está mucho más pequeña y debo darme prisa antes de que desaparezca
completamente!
¿Por qué debería mostrarme tan complaciente ante esos fuegos fatuos?
¿Por qué
debía yo encontrarme con el gigante y por qué debía de meter mi mano en el
río? ¿No
me podéis dar una col, una alcachofa y una cebolla? De ese modo, se los llevaré
al río y
mi mano se pondrá blanca como antes, de manera que la podré poner casi al lado
de la
vuestra.
12
—Coles y
cebollas podríais aún encontrarlas en cualquier sitio, pero en vano buscaréis
alcachofas.
Todas las plantas de mi jardín no tienen ni pétalos ni frutos pero cada ramita
que
quiebro y planto en la tumba de un ser querido reverdece de inmediato y
rápidamente
crece.
Por desgracia, he visto crecer todos estos grupos de matorrales y florestas.
Las
umbelas
de estos pinos, los obeliscos de estos cipreses, los colosos de encinos y
hayas,
todos,
fueron ramas diminutas plantadas por mi mano como tristes monumentos en un
suelo
normalmente infértil.
La vieja
había prestado poca atención a este discurso mientras sólo observaba su mano,
la cual,
en presencia de la hermosa Azucena, se volvía más y más negra y parecía
disminuir
a cada minuto. Quería tomar su cesto y estaba a punto de irse cuando sintió que
había
olvidado lo mejor. En seguida extrajo al dogo convertido y lo colocó sobre el
prado, no
lejos de la hermosa mujer.
—Mi
marido —dijo la vieja— os manda este presente. Sabéis que podéis revivir esta
piedra
preciosa apenas la toquéis. Este bueno y fiel animalillo os dará con seguridad
mucha
alegría, y la tristeza de que yo lo haya perdido puede aligerarse con la idea
de que
vos lo
poseéis.
La
hermosa Azucena miró con placer al manso animal y, según podía apreciarse, con
admiración.
—Coinciden
muchos signos que me inspiran gran esperanza —dijo ella—. Pero ¡ay!,
¿no es
acaso una locura propia de nuestra naturaleza que cuando coinciden muchas
desgracias
nos imaginemos que lo mejor está cerca?
¿Cómo han
de ayudarme tantos buenos signos?
¿El ave
muerta, la negra mano de mi amiga?
¿El dogo
convertido en joya tiene así su fiel imagen?
¿Acaso no
me lo ha enviado la lámpara?
Alejada
del dulce gozo humano,
Estoy por
cierto hermanada a la desdicha.
¡Ay! ¿Por
qué no está el templo junto al río?
¿Por qué
el puente no está todavía construido?
Con
cierta impaciencia había escuchado la mujer estos versos que la hermosa Azucena
había
acompañado con los agradables sonidos de su lira y que a cualquier otro hubiera
encantado.
Apenas quiso retirarse cuando de nuevo le fue impedido por la llegada de la
serpiente
verde. Ésta había escuchado los últimos versos de la canción, por lo que al
momento,
llena de confianza, le infundió coraje.
—¡La
profecía del puente se ha cumplido! —exclamó—. Preguntad tan sólo a esta
buena
mujer qué hermoso se muestra el arco en este momento. Lo que normalmente era
jaspe
opaco, lo que sólo era prasio a través del cual la luz atravesaba cuando mucho
sus
bordes,
se ha vuelto ahora una transparente joya. Ningún berilo es tan claro y ninguna
esmeralda
tiene tan hermoso color.
13
—En tal
caso os deseo suerte —dijo Azucena—, mas perdonadme si no creo cumplida
aún la
profecía. Sobre el elevado arco de vuestro puente sólo pueden pasar peatones, y
se
nos ha
prometido que pasarán caballos y carros y viajeros de todas clases, yendo y
viniendo
al mismo tiempo sobre el puente. ¿No se os ha profetizado acerca de los grandes
pilares
que se levantarán desde el río mismo?
La vieja
había clavado en todo momento su mirada sobre la mano; en ese instante
interrumpió
la conversación y se despidió ceremoniosamente.
—Aguarda
un momento más —dijo la hermosa Azucena— y lleva a mi pobre canario.
Ruega a
la lámpara que lo convierta en un hermoso topacio. Yo lo quiero revivir con mis
manos y
él, junto con vuestro buen Mops, serán mi mejor esparcimiento; pero ¡apresúrate
lo más
que puedas!, pues con la puesta del sol una insoportable descomposición atacará
al pobre
animal y desgarrará para siempre el conjunto de su hermosa figura.
La
anciana colocó el diminuto cadáver entre tiernas hojas dentro del cesto y se
retiró a
toda
prisa.
—Sea lo
que fuere —dijo la serpiente, continuando la conversación interrumpida—, el
templo
está construido.
—Pero aún
no está en el río —replicó la hermosa mujer.
—Aún
reposa en las profundidades de la tierra —dijo la serpiente—. Yo he visto a los
reyes y
he hablado con ellos.
Pero
¿cuándo se levantarán? —preguntó Azucena.
La
serpiente replicó:
—Escuché
las grandes palabras resonar dentro del templo: "El tiempo ha
llegado".
Una
agradable alegría se extendió por el rostro de la beldad:
—Pues hoy
escuché —dijo ella— las venturosas palabras por segunda ocasión.
¿Cuándo
llegará el día que las escuche por tercera vez?
Se
levantó y, de inmediato, detrás de un matorral, surgió una encantadora muchacha
que
recibió de sus manos la lira. A ésta la siguió otra que plegó el catrecillo
tallado en
marfil,
en el cual había estado sentada Azucena, y bajo su brazo tomó el plateado
almohadón.
Una tercera, que llevaba una gran sombrilla bordada con perlas, se presentó
en espera
de que Azucena llegara a necesitarla en caso de hacer su paseo. Eran estas tres
muchachas
de una expresión incomparablemente bella y encantadora y, sin embargo, tan
sólo
resaltaba la belleza de Azucena de modo que cada una terminó por reconocer que
no
podían
compararse con ella. Mientras tanto, la hermosa Azucena había observado con
placer al
magnifico perro. Se inclinó hacia él, lo tocó y, en ese instante, se levantó de
un
salto. Se
volvió vivazmente, corrió de un lado a otro y por último se arrojó sobre su
bienhechora
saludándola de la manera más amable. Ella lo tomó en sus brazos y lo
estrechó
contra su pecho.
14
—¡Qué
frío estás! Y aunque sólo anida en ti la mitad de la vida, eres bienvenido. Te
quiero
amar tiernamente, jugar contigo, mimarte y estrecharte con todas mis fuerzas
cerca de
mi corazón.
En ese
momento lo soltó, lo alejó de sí, volvió a llamarlo, jugó con él y corretearon
inocente
y vivazmente sobre el prado, de tal manera que había que ver su alegría con
nuevo
encanto y participar de ella, al igual que un momento después su tristeza había
afluido a
todos los corazones.
Esa
alegría, esos graciosos juegos fueron interrumpidos por la llegada del joven
triste.
Se
aproximó de la manera como ya lo hemos visto; sólo que el calor del día parecía
haberlo
fatigado todavía más, y ante la presencia de su amada empalidecía más a cada
instante.
Llevaba el azor en su mano, posado tranquilamente, como una paloma, dejando
caer sus
alas.
—No es
amable —exclamó Azucena, dirigiéndose a él—que traigas ante mi vista el
odioso
animal, el monstruo que ha matado a mi pequeño cantarín.
—¡No
riñas a la infeliz ave! —replicó el joven—. Acúsate más bien a ti misma y al
destino,
y concédeme que permanezca en compañía de mi hermano de miserias.
Mientras
tanto, el perro no cesaba de importunar a la beldad, a lo cual ella le
correspondía
con las muestras más cariñosas. Palmeó sus manos a fin de apartarlo;
después
al punto se dirigió para atraerlo de nuevo. Intentaba cogerlo cuando él huía y
ahuyentarlo
cuando intentaba acercarse a ella. El joven observaba en silencio y con
creciente
disgusto. Pero finalmente, como ella tomara en sus brazos al feo animalillo,
que
a él le
parecía del todo horrible, lo apretara contra su blanco regazo y besara su
negro
hocico
con sus celestiales labios, se le agotó por completo la paciencia y exclamó,
lleno
de
desesperación:
—¿Es que
debo yo, tal vez para siempre y por un triste destino, vivir privado de tu
presencia,
de ti, por cuya causa he perdido todo, incluso a mí mismo, ver ante mis ojos
que una
criatura tan antinatural te provoque alegría, que gane tu afecto y pueda disfrutar
de tu
abrazo? ¿Debo ir vagando por más tiempo de un lado a otro y completar el triste
círculo
cruzando el río de una a otra de sus orillas? No. Aún palpita una chispa del
antiguo
heroísmo en mi pecho. ¡Que en este momento se levante crepitante por última
vez! Si
piedras pueden reposar en tu seno, entonces que me convierta en piedra; si tu
tacto
mata, entonces quiero morir en tus manos.
Dijo
estas palabras con ademanes vehementes; el azor voló de su mano, pero él se
arrojó
hacia la hermosa muchacha cuando ella alzó sus manos para detenerlo y, con
horror,
sintió ella la adorada carga en su seno. Con un grito retrocedió y el
encantador
mancebo
se desplomó desde la altura de sus brazos.
¡La
desgracia había ya sucedido! La dulce Azucena estaba de pie, inmóvil, mirando
absorta
el cadáver inánime. El corazón parecía paralizársele dentro del pecho y sus
ojos
estaban
sin lágrimas. En vano el doguillo intentaba atraerla con movimientos amistosos;
15
para ella
todo el mundo había muerto con él. En su muda desesperación no buscó ayuda
pues ya
no esperaba ninguna.
Por el
contrario, la serpiente se movió con la mayor presteza; parecía tener en mente
una forma
de salvarlo y, en efecto, sus extraños movimientos servían al menos para
impedir
de momento las inminentes terribles consecuencias de la desgracia. Con su
flexible
cuerpo describió un amplio circulo en torno al cadáver, tomó la punta de su
cola
con los
colmillos y se mantuvo inmóvil.
Poco
después apareció una de las más hermosas doncellas de Azucena que traía
consigo
el catrecillo de marfil e instó a la beldad, con gestos amables, a que se
sentara;
poco
después llegó la segunda de ellas, que llevaba un velo rojo que colocó sobre la
cabeza de
su señora, ornamentándola más que cubriéndola; la tercera le dio la lira y,
apenas
había ella tomado el precioso instrumento y arrancado algunos tonos a las
cuerdas,
cuando la primera regresó con un redondo y claro espejo, se sentó ante la
beldad,
captó sus miradas y le presentó la imagen más agradable que podía hallarse en
la
naturaleza.
El dolor acrecentaba su hermosura, el velo, sus encantos, la lira, su gracia; y
cuanto
más deseaba uno ver cambiar su triste situación, tanto más deseaba uno mantener
su imagen
tal y como aparecía en esos momentos.
Con una
muda mirada hacia el espejo, tan pronto como arrancaba sonidos melodiosos,
su dolor
parecía aumentar y las cuerdas respondían vehementemente a su lamento. Varias
veces
hizo el intento de cantar, pero la voz se le quebraba; pronto su dolor se
disolvió en
lágrimas,
las doncellas la tomaron del brazo en su ayuda, la lira cayó de su falda.
Apenas
tomó la
solícita sierva el instrumento, lo puso a su lado.
—¿Quién
nos trae al hombre de la lámpara antes de que el sol desaparezca? —siseó
suave
pero comprensiblemente la serpiente.
Las
muchachas se miraron entre sí y las lágrimas de Azucena fueron en aumento. En
ese
instante, la mujer del cesto regresó, desalentada.
—¡Estoy
perdida e inválida! —exclamó ella—. ¡Mirad cómo mi mano casi ha
desaparecido!
Ni el barquero ni el gigante me quieren transportar porque aún soy deudora
del agua;
en vano he ofrecido cien coles y cien cebollas: no quieren más que tres piezas
y
ninguna
alcachofa puede encontrarse en esta región.
—Olvidad
vuestra pena —dijo la serpiente— y tratad, de ayudar aquí. Tal vez al
mismo
tiempo se os pueda ayudar. Apresuraos todo lo que podáis para encontrar a los
fuegos
fatuos; aún queda suficiente luz para verlos pero tal vez podáis escuchar sus
risas
y su
alboroto. Si ellos se apresuran, el gigante os llevará todavía al otro lado del
río y
entonces
podréis encontrar al hombre de la lámpara y enviarlo aquí.
La mujer
corrió tan aprisa como pudo y la serpiente parecía esperar el regreso de ambos
con la
misma impaciencia que Azucena. El rayo del sol poniente doraba por desgracia ya
tan sólo
la punta más alta de los árboles y de la maleza, y largas sombras se extendían
sobre el
lago y los prados; la serpiente se movía con impaciencia y Azucena se deshacía
en
lágrimas.
16
En ese
trance, la serpiente miraba en torno suyo pues temía a cada momento que el sol
se
ocultase, que la podredumbre penetrase en el círculo mágico y atacara
inconteniblemente
al apuesto mancebo. Por fin, vio en lo alto del cielo al azor con su
purpúreo
plumaje y cuyo pecho reflejaba los últimos rayos del sol. Se estremeció de
alegría
ante la buena señal; y no se equivocaba pues poco después vio al hombre de la
lámpara
deslizarse por encima del lago como si patinara.
La
serpiente no cambió de posición pero Azucena se puso de pie y le gritó:
—¿Qué
buen espíritu te envía en este momento en que te deseamos y necesitamos
tanto?
—El
espíritu de mi lámpara me impulsa —replicó el viejo—, y el azor me condujo
hasta
aquí. Mi lámpara chisporrotea cuando alguien me necesita y yo solamente busco
la
señal en
el cielo; cualquier ave o meteoro me señala la dirección o el sentido hacia
donde
debo
dirigirme. ¡Estad tranquila, bella doncella! Yo no sé si puedo ayudar, uno solo
no
ayuda
sino el que se une en la hora precisa con muchos. Dejadnos diferir y esperad.
Mantén tu
circulo cerrado —continuó, dirigiéndose a la serpiente y sentándose al lado
suyo,
sobre un montículo de tierra y alumbrando el cuerpo muerto.
—¡Traed
también al buen canario y colocadlo dentro del círculo!
Las
muchachas tomaron del cesto el pequeño cadáver que la vieja había dejado allí y
obedecieron
a la voz del hombre.
Mientras
tanto, el sol se había ocultado y, a medida que la oscuridad aumentaba, no
sólo la
serpiente y la lámpara del hombre comenzaron a resplandecer, cada quien a su
modo,
sino que también el velo de Azucena despedía una tenue luz que coloreaba sus
pálidas
mejillas y su vestido blanco como una tierna aurora de una gracia infinita. Uno
al
otro se
miraron intercambiando miradas en una muda contemplación; preocupación y
tristeza
estaban apaciguadas por una firme esperanza.
Por ello,
no parecía menos gratificante mirar a la vieja en compañía de los vivaces
fuegos,
quienes entre tanto debían haber gastado mucho pues se habían puesto
extremadamente
magros, a pesar de lo cual se comportaban de lo más comedidos frente a
la
princesa y las demás doncellas. Con entero aplomo y locuaz expresividad dijeron
cosas
bastante
vulgares; se mostraron sobre todo muy receptivos, especialmente ante el encanto
que el
reluciente velo expandía sobre Azucena y sus acompañantes. Las mujeres bajaron
modestamente
sus miradas y el elogio de su belleza en verdad las embellecía. Todo el
mundo
estaba contento, tranquilo, excepto la anciana. Pese a que su marido afirmaba
que
su mano
no podía disminuir más mientras estuviese expuesta a la luz de la lámpara, ella
aseguró
más de una vez que, de continuar así, ese noble miembro desaparecería del todo
antes de
la medianoche.
El viejo
de la lámpara había escuchado atentamente la conversación de los fuegos
fatuos y
estaba contento de que Azucena se hubiera distraído y alegrado con esa
conversación.
Y, en efecto, llegó la medianoche, no se sabía cómo. El viejo miró las
estrellas
y entonces comenzó a decir:
17
—Estamos
reunidos en la feliz hora, desempeñe cada quien su trabajo, cada uno
cumpla
con su obligación y una felicidad colectiva disolverá los pesares de cada quien
al
igual que
la desgracia de todos consume las alegrías de cada uno.
Después
de dichas estas palabras, surgió un maravilloso barullo pues todos los
presentes
hablaron por sí mismos y expresaron en voz alta lo que tenían que hacer; sólo
las tres
doncellas permanecían en silencio, vencidas por el sueño; una al lado de la
lira, la
otra a la
vera del parasol y la tercera junto al catrecillo, y no se les podía tomar a
mal
pues era
ya tarde. Los flamígeros jóvenes, después de breves galanterías que también
habían
dedicado a las siervas, habían acabado por referirse a Azucena como la más
hermosa.
El
anciano dijo al azor:
—Toma el
espejo y con los primeros rayos del sol alumbra a las durmientes y
despiértalas
desde la altura con el reflejo de la luz.
La
serpiente comenzó a agitarse, deshizo el círculo y se movió en grandes
ondulaciones
hacia el
río. Los fuegos fatuos le siguieron con la mayor ceremonia de modo que podía
uno
considerarlos como las llamas más serias. La anciana y su marido tomaron el
cesto,
cuya
tenue luz no se había advertido hasta ese momento, lo estiraron por ambos lados
hasta
hacerlo más y más grande y resplandeciente; en seguida introdujeron el cadáver
del
mancebo y
colocaron el canario en su pecho. El cesto se elevó en el aire y flotó sobre la
cabeza de
la vieja, quien siguió el camino de los fuegos fatuos. La bella Azucena tomó al
perrillo
entre sus brazos y siguió a la anciana; el hombre de la lámpara cerraba el
séquito
mientras
la región estaba iluminada de la más extraña manera por estas diversas luces.
No sin
escasa admiración, el grupo, al llegar al río, vio elevarse un arco precioso
sobre
el mismo,
encima del cual la serpiente bienhechora les preparó un camino esplendoroso.
Si
durante el día uno había admirado las transparentes gemas de las que se
apreciaba
estar
construido el puente, entonces durante la noche se admiraba uno de su
resplandeciente
hermosura. En la parte superior el claro círculo se destacaba del oscuro
cielo,
mientras que en la parte inferior refulgían vivos destellos hacia el centro
mostrando
la
cambiante solidez de la construcción. La comitiva atravesó con lentitud y el
barquero,
que
miraba a lo lejos desde su choza, contemplaba con admiración el círculo
resplandeciente
y las extrañas luces que por encima del mismo se agitaban.
Apenas
llegaron a la otra orilla cuando el arco comenzó a balancearse de un modo
singular
al aproximarse el agua ondulante. Poco después la serpiente se arrastraba por
tierra,
el cesto se asentó en el suelo y la serpiente volvió a cerrar su circulo; el
anciano se
inclinó
ante ella y dijo:
—¿Qué has
decidido?
—Sacrificarme
antes de que me sacrifiquen —replicó la serpiente—. Prométeme que
no vas a
dejar en tierra una sola piedra.
El
anciano se lo prometió y dijo después a la bella Azucena:
18
—¡Posa tu
mano izquierda sobre la serpiente y la derecha sobre tu amado!
Azucena
se arrodilló y tocó de ese modo a la serpiente y al cadáver. En ese instante,
éste
pareció retornar a la vida; se agitó dentro del cesto e incluso se incorporó
para
sentarse.
Azucena lo quiso abrazar pero el viejo la retuvo; así, ayudó al mancebo a
levantarse
sosteniéndolo cuando salía del cesto y del círculo.
El joven
estaba de pie, el canario revoloteaba en su hombro; había de nuevo vida en
ambos
pero el espíritu aún no había retornado. El apuesto mancebo tenía los ojos
abiertos
pero no
veía, al menos parecía mirar todo sin interés alguno y, apenas se hubo moderado
un tanto
la admiración ante este fenómeno, se hizo notar la extraña manera en que se
había
transformado la serpiente. Su esbelto y hermoso cuerpo se había descompuesto en
miles y
miles de refulgentes piedras preciosas; la vieja, que al descuido quiso tomar
su
cesto,
había tropezado con ellas y no se vio más la figura de la serpiente; tan sólo
un
hermoso
círculo de resplandecientes gemas quedó sobre la hierba.
El
anciano dio indicios de meterlas en el cesto, a lo cual su esposa tuvo que
ayudarle.
Ambos
llevaron luego el cesto hacia la orilla, en un sitio elevado, y él arrojó toda
la carga
al río no
sin el disgusto de su mujer y de las demás doncellas, a quienes les hubiera
gustado
elegir algunas para sí. Las gemas, como resplandecientes y fulgurantes
estrellas,
nadaron
entre el oleaje y no podía distinguirse si se perdían a lo lejos o se sumergían.
—Señores
míos —dijo el anciano encarecidamente a los fuegos fatuos—, en adelante
voy a
enseñaros el camino abriendo el paso; mas esperamos vuestra preciosa ayuda para
franquearnos
la puerta del sagrado recinto, por la cual tenemos que entrar esta vez y que
nadie más
que vosotros puede abrir.
Los
fuegos fatuos se inclinaron cortésmente y se quedaron detrás. El anciano avanzó
con la
lámpara al interior de la caverna, que se abrió delante suyo. El joven, casi
mecánicamente,
le siguió; silenciosa e insegura, Azucena se mantuvo a cierta distancia
detrás
suyo, la vieja no quería quedarse atrás y alargó su mano para que la luz de la
lámpara
de su marido pudiera alumbrarla sin sombra alguna. Cerraron entonces los
fuegos
fatuos el séquito inclinando una hacia otra las puntas de sus llamas como si
conversaran.
No habían
andado mucho tiempo cuando el cortejo se halló delante de un gran portal de
bronce
cuyas hojas estaban cerradas con una cerradura de oro. Al momento, el anciano
llamó a
los fuegos fatuos quienes no vacilaron en consumir con sus llamas más punzantes
la
cerradura.
El bronce
crujió cuando el portón saltó de pronto y aparecieron en el interior del
recinto
sagrado
las dignas imágenes de los reyes, iluminadas por las luces que atravesaban
desde
el exterior.
Todos y cada uno se inclinaron ante los venerables monarcas y especialmente
los
fuegos fatuos no escasearon en retorcidas genuflexiones.
Después
de una pausa, el rey de oro preguntó:
—¿De
donde venís?
19
—Del
mundo —contestó el viejo.
—¿A dónde
vais? —preguntó el rey de plata.
—Al mundo
—dijo el viejo.
—¿Qué
queréis de nosotros? —preguntó el rey de bronce.
—Os
queremos acompañar —dijo el viejo.
El rey
mixto estaba a punto de comenzar a hablar cuando el rey de oro dijo a los
fuegos
fatuos,
quienes se le habían acercado demasiado:
—¡Alejaos
de mí; mi oro no es para vuestro paladar! en esto se dirigieron al de plata y
se
estrecharon a él; su traje relucía hermoso bajo los destellos dorados.
—Vosotros
sois bienvenidos —dijo él—, pero yo no os puedo alimentar: ¡llenaos
afuera y
traedme vuestra luz! —se alejaron y caminaron en silencio pasando por donde
estaba el
rey de cobre, que parecía no haberlos notado, y se dirigieron hacia el rey
mixto.
—¿Quién
dominará el mundo? —exclamó éste con voz tartamudeante.
—quien
está en sus pies —contestó el viejo.
—¡Ese soy
yo! —dijo el rey mixto.
—Eso se
manifestará —dijo el viejo—, pues el tiempo ha llegado.
La
hermosa Azucena se echó al cuello del anciano y lo besó muy cordialmente.
—Santo
padre —dijo ella—, mil veces te agradezco pues por tercera vez escucho estas
palabras
enteramente proféticas.
Apenas
hubo exclamado lo anterior cuando se apoyó más fuertemente en el viejo pues
el piso
comenzó a vacilar bajo sus pies; la vieja y el joven se tomaron también el uno
al
otro;
sólo los ágiles fuegos fatuos no se daban cuenta de nada.
Se podía
sentir claramente que todo el templo se movia como un navío que se alejara
suavemente
fuera del puerto después de levar anclas; las profundidades de la tierra
parecían
abrirse ante él al momento en que cruzaba. No chocó contra nada, ninguna roca
se
interpuso en su camino.
Durante
unos instantes pareció caer una lluvia fina; el anciano sostuvo a la hermosa
Azucena
más fuertemente y le dijo:
—Estamos
debajo del río y pronto habremos llegado a nuestro destino.
No mucho
después creyeron estar en calma pero se equivocaban: el templo se elevaba.
Entonces
surgió un ruido extraño por encima de sus cabezas. Tablas y vigas, en
relación amorfa, comenzaron
a oprimir hacia adentro ruidosamente y en dirección a la
Los
fuegos fatuos, que hasta entonces se habían ocupado de él, se hicieron a un
lado.
Parecían
volver a estar, no obstante su palidez a la luz matinal, bien alimentados y de
buenas
llamas; habían lamido diestramente con sus agudas lenguas las doradas vetas de
la colosal imagen. Los
irregulares y vacíos espacios que se habían creado, permanecieron abiertos
durante algún tiempo y la figura se mantuvo en su posición anterior. Pero cuando,
finalmente, las vetas más tiernas fueron también consumidas la imagen se derrumbó
y, por desgracia, precisamente en aquellas partes que se mantienen enteras
cuando el hombre se sienta.
En cambio, las articulaciones, que debían haberse doblado,
se
mantenían firmes. Quien no fuera capaz de reírse tenía que apartar su mirada;
la
combinación
entre forma y masa resultaba repugnante a la vista.
El hombre
de la lámpara condujo entonces al apuesto joven, aunque con la mirada aún
fija
durante el descenso del altar, clavada directamente en el rey de bronce. A los
pies del
poderoso
príncipe se hallaba, dentro de su funda, una espada sobre el piso. El mancebo
se
la ciñó.
—¡La
espada en la izquierda, la derecha libre! —exclamó el poderoso rey.
Entonces
caminaron en dirección del rey de plata, quien inclinó su cetro hacia el joven.
Este lo
tomó con la izquierda; con agradable voz, le dijo el rey:
—¡Pastoread
las ovejas!
Cuando
llegaron ante el rey de oro, éste le colocó al joven la corona de encinas con
gesto
paternal, con el que le daba la bendición, y dijo:
—¡Reconoced
lo más elevado!
El viejo
había observado en todos sus detalles al joven durante esta celebración.
Después
de ceñirse la espada elevó su pecho, sus brazos se movieron y sus pies pisaron
con más
firmeza; tomando el cetro con la mano, la fuerza parecía suavizarse y volverse
más
poderosa en virtud de un encanto indescriptible; pero cuando la corona de
encinas
engalanó
sus rizos, los rasgos de su rostro se avivaron, sus ojos brillaron con una
indescriptible
espiritualidad y la primera palabra en su boca fue:
"¡Azucena!"
—¡Querida
Azucena! —exclamó él al correr a su lado subiendo las escaleras de plata,
pues ella
había observado sus pasos desde el pináculo del altar—. ¡Querida Azucena!
¿Qué
mejor cosa puede desear un hombre dotado de todo que la inocencia y el callado
afecto
que tu pecho me ofrece...? ¡Oh, mi amigo! —continuó, dirigiéndose hacia el
viejo
y mirando
a las tres imagenes sagradas—. Magnifico y seguro es el reino de nuestros
padres
pero has olvidado la cuarta fuerza que domina al mundo desde sus orígenes del
modo más
general y seguro: el poder del Amor.
Con estas
palabras se echó al cuello de la hermosa joven; había tirado el velo y sus
mejillas
se coloreaban del más hermoso e imperecedero rubor.
Entonces
el anciano dijo, sonriente:
22
—El amor
no gobierna pero nos templa, que es mejor.
En medio
de esta solemnidad, felicidad y encanto no se habían percatado de que el día
había
nacido plenamente y, de golpe, les impresionaron aquellos objetos totalmente
inesperados
por entre el portón abierto. Ante una gran plaza rodeada de columnas se
hallaba
el vestíbulo, en cuyos confines se apreciaba un largo y hermoso puente que
cruzaba
el río sobre innumerables arcos; estaban amplia y hermosamente instalados en
ambos
lados para sus viajeros, con pasillos arqueados en los cuales ya se hallaban
congregados
muchos miles de ellos, que cruzaban afanosamente de un lado a otro. El
gran
camino central se animaba con el paso de rebaños, mulas, jinetes y carros que,
en
ambos
lados, fluctuaban en corrientes sin estorbarse. Todos parecían admirarse ante
la
comodidad
y el lujo, y el nuevo rey y su esposa estaban encantados con el movimiento y
la vida
de este gran pueblo, al igual que su mutuo amor los hacía felices.
—¡Honrad
la memoria de la serpiente! —dijo el hombre de la lámpara—. Le debéis la
vida, tu
pueblo le debe el puente por el cual las dos orillas se unen y se vivifican
como
pueblos.
Aquellas resplandecientes gemas que están en el agua, los restos de su cuerpo
sacrificado,
son los pilares de este hermoso puente. Sobre ellos ella misma se edificó y
sola se
mantendrá.
Quisieron
reclamarle la aclaración de este maravilloso secreto cuando cuatro hermosas
jóvenes
entraron en el portón del templo. Por la lira, la sombrilla y el catrecillo
podían
reconocerse
en seguida a las acompañantes de Azucena, pero la cuarta, más bella que las
otras
tres, era una desconocida que andaba corriendo con ellas a través del templo,
bromeando
como entre hermanas y subiendo las escaleras de plata.
—¿En el
futuro me vas a creer más, querida esposa? —dijo el hombre de la lámpara a
esta
hermosa mujer—. ¡Que tú y toda criatura que se baña esta mañana en el río se
llene
de dicha
y prosperidad!
La
rejuvenecida y embellecida anciana, de cuyas formas no quedaba ni rastro, abrazó
con
revividos y juveniles brazos al hombre de la lámpara, que recibía complaciente
sus
caricias.
—Si te
parezco demasiado viejo —dijo él, sonriendo— entonces puedes escoger a otro
esposo.
Desde hoy, ningún matrimonio es válido si no se contrae de nuevo.
—Es que
no sabes —replicó ella— que tú también te has vuelto más joven.
—Me
alegra si a tus ojos parezco un gallardo mancebo. Yo acepto de nuevo tu mano y
viviré
con gusto junto a ti durante el siguiente milenio.
La reina
le dio la bienvenida a su nueva amiga y descendió con ella y sus demás
compañeras
de juegos mientras el rey, en medio de los dos hombres, miraba hacia el
puente y
contemplaba con atención el vívido gentío de su pueblo.
Pero no
duró mucho su satisfacción; advirtió un objeto que durante un momento le
provocó
disgusto. El gigante, que parecía aún no haberse reincorporado de su siesta
matinal,
se tambaleaba a través del puente y causaba allí mismo gran desorden. Como
23
siempre,
se había levantado somnoliento pensando en bañarse en la conocida bahía del
río. En
vez de ésta, se encontró con tierra firme y caminó a tientas sobre el ancho
empedrado
del puente. Si bien entró entre personas y animales de la más torpe manera,
era sin
embargo ciertamente admirada su presencia por todos sin resentirse nadie de
ella.
Pero,
cuando el sol le pegó en los ojos y él levantó las manos para restregárselos,
la
sombra de
sus inmensos puños pasó tan enérgica y torpemente detrás de él que personas
y
animales se derrumbaron en grandes masas, sufriendo daños y corriendo peligro
de ser
arrojados
al río.
El rey,
al ver este desaguisado, dirigió su mano instintivamente hacia su espada pero
se
contuvo y
miró con tranquilidad primero su cetro, después la lámpara y por último el
remo de
sus acompañantes.
—Adivino
tus pensamientos —dijo el hombre de la lámpara—, pero nosotros y
nuestras
fuerzas somos impotentes contra este débil. ¡Estáte tranquilo! Está causando
daño por
última vez y, por fortuna, se ha apartado de nosotros.
Mientras
tanto, el gigante se había acercado más, había bajado sus manos admirado por
lo que
veían sus asombrados ojos; no hizo más daño y, boquiabierto, entró en el
vestíbulo.
Caminaba
hacia la puerta del templo cuando fue atrapado en medio del vestíbulo.
Estaba
erecto como un colosal e inmenso obelisco de piedra de un bermejo esplendor y
su sombra
mostraba las horas hechas en marquetería en forma de un círculo trazado en
torno
suyo sobre el piso, no con números sino en nobles y simbólicas imágenes.
No fue
poca la alegría del rey al ver la utilidad de la sombra del gigante ni poca la
sorpresa
de la reina al subir con sus doncellas desde el altar, ornamentado con
exagerado
lujo,
cuando vio hacia el puente.
Mientras
tanto, el pueblo se había apretujado, detrás del gigante, siguiéndolo; y como
éste se
mantuviese quieto, lo rodearon admirando su transformación. La multitud partió
de aquí
hacia el templo, que hasta entonces parecieron advertir, y se multiplicaron
junto a
la
puerta.
El azor
volaba en ese momento en lo alto de la cúpula; con el espejo, captó la luz del
sol y la
reflejó sobre el grupo, que estaba de pie en lo alto del altar. El rey, la
reina y sus
acompañantes
parecían iluminados por un celeste resplandor dentro de la bóveda
crepuscular
del templo y el pueblo se arrodilló inclinando la cabeza. Cuando se hubo
recuperado
y reincorporado la muchedumbre, el rey descendió con los suyos dentro del
altar
para caminar, a través de pasadizos secretos, hacia su palacio. Y el pueblo se
dispersó
dentro del templo para satisfacer su curiosidad. Contemplaba, con arrobo y
respeto,
a los tres reyes erguidos, pero estaba tanto más ávido de saber qué bulto se
ocultaba
bajo el tapiz, dentro del cuarto nicho; pues quien haya sido, una modestia
benévola
había extendido un precioso manto sobre el rey caído y que ningún ojo pudo
traspasar
con la mirada ni mano alguna tiene permitido quitar.
24
El pueblo
no hubiera. encontrado fin a su admiración y contemplación y la masa que
continuaba
entrando se hubiera aplastado dentro del templo si su atención no hubiera sido
atraída
de nuevo hacia la gran plaza.
Inesperadamente,
cayeron del aire monedas de oro, resonando sobre las baldosas de
mármol;
los; más cercanos se lanzaron a fin de apoderarse de ellas; aisladamente se
repitió
ese milagro, es decir, aquí y alli. Se comprende que los fuegos fatuos se daban
otra vez
gusto y malgastaban de manera alegre el oro de los miembros del rey caído.
Ávidamente,
el pueblo corrió durante algún tiempo de un lado a otro, se desgarró e
incluso
se desmoralizó debido a que cesaron de caer más monedas. Por último, poco a
poco fue
dispersándose, siguió su camino y, hasta hoy en dia, el puente pulula de
viajeros
y el templo es el más
visitado de toda la tierra.
Cuento de la Serpiente Verde y el Bello Lirio de W.Goethe
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