lunes, 29 de agosto de 2011

CALENDARIO DEL ALMA _RUDOLF STEINER SEMANA V 22 DEL 30 AGOSTO A 5 SETIEMBRE

CALENDARIO DEL ALMA

SEMANA V 22
DEL 30 DE AGOSTO AL 5 DE SETIEMBRE

LUZ DE LAS LEJANIAS DEL MUNDO
EN MI VIVES FUERTEMENTE TODAVIA;
ERES LA LUZ DE MI ALMA
E ILUMINAS LA OSCURIDAD DE MI ESPIRITU

DANDO NACIMIENTO A LOS FRUTOS
ORIGINARIOS DEL YO DEL MUNDO,

QUE EN EL  CURSO DE LOS TIEMPOS HA MADURADO  AL YO HUMANO.

RUDOLF STEINER

jueves, 25 de agosto de 2011

MEDITACIONES_ RUDOLF STEINER (PARTE I)

GUÍA PARA EL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO

Rudolf Steiner




INTRODUCCION


El objeto de este tratado es el de transmitir conocimiento concerniente al ser humano. El método de representación está arreglado en tal forma que el lector va identificándose con lo que se va describiendo, de manera tal que, en el curso de la lectura, ésta se convierte en una especie de auto-conferencia. Si este soliloquio toma una forma tal que
las fuerzas que pueden despertarse en toda alma, y que hasta entonces permanecían ocultas, se revelen, entonces esta lectura conduce a un verdadero trabajo interior anímico; y el alma puede entonces verse gradualmente impelida a hacer ese viaje anímico que verdaderamente la conduciría a la contemplación del mundo espiritual. Lo que se tenía que impartir, por lo tanto, se da en forma de ocho meditaciones que pueden practicarse efectivamente.

Si así se hace, pueden ser adoptadas para provocar en el alma. mediante su propia profundización íntima, eso de que en ellas se habla.
Por un lado, ha sido mi objeto dar algo a aquellos lectores que ya están familiarizados con la literatura que trata de las cosas suprasensibles, según esto se entiende aquí. Y así, por el estilo de la descripción, por la comunicación directamente relacionada con la experiencia anímica, quizás aquellos que tienen conocimiento de la vida suprasensible encontrarán algo que pueda parecerles de importancia. Por otra parte, muchos encontrarán que por este método de representación, pueden obtener bastante provecho muchos que están aún aún distantes de las realizaciones de la ciencia espiritual.

Aunque esta obra es como una ampliación de mis otros escritos en cl dominio de la ciencia espiritual, puede ser leída independientemente de ellos.

En mis obras "Teosofía" y la "Ciencia Oculta" me esforcé en representar las cosas tal como se muestran a la observación humana, cuando ésta asciende a lo Espiritual. En esas obras, el método de representación es descriptivo, y su dirección está prescripta de conformidad con la ley expresada por las cosas mismas. En este libro, sin embargo, el método de representación es diferente, Aquí se describe lo que puede experimentar un alma cuando comienza a caminar por el sendero del espíritu de cierta manera. Este tratado puede, por lo tanto, ser considerado como una relación dei las experiencias del Alma. Pero debe tenerse en cuenta que las experiencias obtenidas en esta forma, tal como se describen aquí, deben asumir una forma individual en cada uno, de acuerdo con sus propias peculiaridades.

Me he esforzado en hacer justicia a este hecho, de manera que uno pueda imaginarse que lo aquí descrito ha sido realmente vivido por un alma individual, tal como se representa. El título de este tratado es, por consiguiente "Una Guía para el Conocimiento de Sí Mismo". Puede ayudar a otras almas a vivir esta proyección en los mundos espirituales y llegar a la meta correspondiente, y es en realidad una ampliación de mi libro "La Iniciación".

Solamente se exponen aquí experiencias fundamentales de naturaleza espiritual científica. Dar informaciones en esta forma respecto a otras esferas de la Ciencia Espirítual, queda suspendido por el momento.

Rudolf Steiner




Agosto de 1912.

PRIMERA MEDITACION

En la que se intenta obtener una Verdadera Idea del Cuerpo Físico.

Cuando el alma se sumerge en los fenómenos del mundo exterior, por medio de la percepción física, no puede decirse -después de un verdadero auto-análisis- que el alma perciba esos fenómenos, o que realmente experimente las cosas del mundo externo. Porque durante el tiempo de su entrega, en su devoción al mundo exterior, el alma en realidad nada sabe de sí misma. El hecho en realidad es, más bien, que la luz solar, radiando de las cosas por el espacio en diversos colores, vive o se experimenta a sí misma en el alma. Cuando el alma goza de un acontecimiento cualquiera, en el momento de goce ella es realmente gozo, en cuanto sea consciente de ser algo. El goce se experimenta en el alma. El alma es una con su experiencia del mundo. No se siente a sí misma como algo separado que siente alegría, goce, admiración, satisfacción o miedo. Es, en realidad, alegría, admiración, satisfacción o miedo. Si el alma admitiera siempre este hecho, entonces, y sólo entonces, aparecerían en su verdadera luz las ocasiones cuando se retira experiencia del mundo exterior y se contempla a sí misma. Estos momentos aparecerían entonces como formando una vida de carácter completamente especial, que enseguida se vería es del todo distinto de la vida ordinaria del alma. Y es con esta clase de vida especial cómo comienzan a despuntar en la conciencia los misterios de la existencia psíquica, y estos misterios, a su vez, son en realidad la fuente de todos los demás misterios del mundo. Porque dos mundos -uno interior y el otro exterior- se presentan al espíritu del hombre, tan pronto como el alma durante un tiempo más o menos largo, deja de ser una con el mundo exterior y se retira a la soledad de su propia existencia. Ahora bien, esta retirada o retraimiento no es ningún proceso simple, que, una vez llevado a cabo pueda ser repetido de nuevo en la misma forma. Es más bien algo así, como el comienzo de un viaje o jornada hacia mundos antes desconocidos.

Una vez que se ha dado comienzo a esta jornada, cada paso evocará o dará origen a otros, y será a la vez la preparación de los siguientes. Es el primer paso el que capacita al alma para dar el siguiente, y cada paso aporta un conocimiento más completo acerca de la contestación a la pregunta: “¿Qué es el hombre en el verdadero sentido de la palabra?". Mundos se abren que antes estaban ocultos a1 concepto ordinario de la vida. y sin embargo, sólo en esos mundos pueden encontrarse los hechos que revelarán la verdad acerca de ese mismo concepto. Y aún cuando ninguna respuesta demostrara ser omniabarcante y final, las respuestas obtenidas en esa jornada anímica interna, van más allá de cuanto los sentidos, o el intelecto a ellos 1igado, pueden dar jamás. Porque este “algo más” es necesario al hombre, y encontrará que es así, cuando realmente y seriamente analice su propia naturaleza.

Para principiar esta jornada por los reinos de nuestra propia alma, son necesarios sentido común y rígida lógica. Forman un punto de partida seguro para lanzarse a los reinos suprasensibles, que el alma. después de todo, está ansiosa por alcanzar.

Muchas almas preferirían no preocuparse de tal punto de partida, dando más bien un salto hacia esos mundos suprasensibles, pero toda alma sana, aún sí al principio hubiera eludido esas consideraciones como desagradables, acaba por someterse a ellas más tarde. Porque por mucho que sea tal conocimiento que uno haya obtenido de los mundos suprasensibles, saliendo de otro punto de partida, sólo se puede obtener una base sólida siguiendo los métodos y razonamientos expuestos aquí.

En la vida del alma puede llegar un momento en que ésta se diga a si misma: “Debes retraerte de todo lo que un mundo exterior pueda darte, si no te quieres ver forzada a confesar que eres solamente un “Ser Sin Sentido” experimentándose a sí mismo; pero esto haría la vida imposible, porque es bien claro que lo que uno percibe en torno suyo existe independientemente de uno: existía sin mí y continuará existiendo sin mí. ¿Por qué entonces se perciben los colores en mí, mientras que mi percepción bien puede ser sin importancia o consecuencia para ellos  ¿Por qué construyen mi cuerpo las fuerzas y substancias del mundo externo? Detenido pensamiento probará que este cuerpo sólo adquiere vida como manifestación externa de mí. Es una parte del mundo externo transformada en mí. Y, además realizo que me es necesario. Porque, para principiar, yo no podría tener ninguna experiencia interior sin mis sentidos, que sólo el cuerpo ruede
poner a mi disposición. Yo estaría vacío sin mi cuerpo, como lo estaba en el principio, El me da, por medio de los sentidos, substancia y plenitud interiores. Y entonces seguirán todas esas reflexiones que son esenciales a toda humana existencia, si uno no quiere ponerse en insoportable contradicción con uno mismo en ciertos momentos que llegan a todo ser humano. Este cuerpo -tal como existe en este momento- es la expresión de la experiencia del alma. Sus procesos son tales como para permitir al alma vivir en él y obtener experiencia de sí misma por su intermedio.

Un tiempo llegará, sin embargo, cuando esto no será así. La vida del cuerpo quedará algún día sujeta a leyes completamente diferentes de las que hoy obedece mientras vive para mi y para que yo pueda obtener mi experiencia anímica. Quedará sujeto a esas leyes de acuerdo con las cuales obran las fuerzas y substancias de la naturaleza, y que nada tienen que hacer conmigo y con mi vida. El cuerpo, al que debo la experiencia de mi alma, será absorbido por los procesos generales del mundo y existirá allí en una forma que nada tiene de común con lo que lo experimento dentro de mí mismo.

Esta reflexión puede evocar en la experiencia interior todo el horror del pensamiento de la muerte, pero sin mezcla de los sentimientos meramente personales que ordinariamente suelen relacionarse con este pensamiento. Cuando tales sentimientos personales prevalecen, no es fácil establecer la calma, ese estado deliberado de la mente necesario para la adquisición del conocimiento. Es natural que el hombre quiera saber algo sobre la muerte y sobre una vida del alma independiente de la disolución del cuerpo. Pero la relación existente entre el hombre mismo y estas cuestiones es, quizás más que nada en el mundo, lo más apropiado para confundir su juicio objetivo y para inducirlo a aceptar como respuestas genuinas sólo aquellas que están inspiradas por sus propios deseos. Porque es imposible obtener verdadero conocimiento de cualquier clase en los mundos espirituales, sin estar dispuestos a aceptar con completo desinterés personal un “No” con la misma facilidad que un “Sí”. Y sólo necesitamos mirar conscientemente dentro de nosotros mismos, para estar convencidos distintamente del hecho de que no aceptamos el conocimiento de una extinción de la vida del alma junto con la muerte del cuerpo, con la misma ecuanimidad que el conocimiento opuesto, que enseña que el alma continúa existiendo después de la muerte. Sin duda alguna, hay gente que honradamente cree en la aniquilación del alma al extinguirse la vida del cuerpo, y que disponen sus vidas de acuerdo con su creencia, Pero aún estas personas no dejan de tener sus prejuicios respecto a tal creencia. Es verdad que no permiten que el miedo de la aniquilación y el deseo de continuar existiendo, se lleven lo mejor de las razones que haya distintamente en favor de dicha aniquilación, Hasta cierto punto. el concepto de esas personas es más lógico que el de otros que inconscientemente construyen o aceptan argumentos en favor de una existencia continuada, porque hay un ardiente deseo en las profundidades de sus almas por dicha existencia continuada. No obstante, la opinión de los que niegan la inmortalidad no es menos parcial, sólo que en forma diferente. Entre ellos hay algunos que construyen una cierta idea de lo que es la vida y la existencia. Esta idea los fuerza a pensar en ciertas condiciones, sin las cuales la vida es imposible. Su opinión sobre la existencia los conduce a la conclusión de que las condiciones de la vida del alma no pueden seguir presentes cuando aquella se separa del cuerpo, y esas personas no notan que ellas han sentado desde el mismo principio una idea de las condiciones necesarias para la existencia de la vida, y no pueden creer en una continuación de ella después de la muerte, por la sencilla razón de que de acuerdo con su propia idea preconcebida, no hay posibilidad de imaginar una existencia sin cuerpo, y aún cuando no estuvieran así fanatizados por sus propios deseos, están limitados por su propia idea, de la que no pueden emanciparse. Mucha confusión prevalece aún en estas materias, y sólo son necesarios pocos ejemplos para demostrar las futuras posibilidades que existen en esa dirección. Por ejemplo, el pensamiento de que el cuerpo, por medio de cuyos procesos el alma manifiesta su vida, será abandonado al mundo exterior, y seguirá entonces sujeto a leyes que no tienen relación con la vida interior, pone la experiencia de la muerte ante el alma en tal forma que ninguna consideración o deseo personal necesitan entrar en la mente. Y mediante este pensamiento somos guiados a una cuestión simple e impersonal, de conocimiento abstracto. Entonces, también apuntará el pensamiento de que la idea de la muerte no es importante en sí misma, sino en cuanto ella pueda arrojar luz sobre la vida, y entonces tendremos que llegar a la conclusión de que es posible comprender el problema de la vida por medio de la comprensión de la naturaleza de la muerte.

El hecho de que el alma desee continuada existencia, debería, en toda circunstancia, ponernos en guardia contra cualquier opiníón que el alma misma se forme acerca de su propia inmortalidad. Porque, ¿por qué los hechos del mundo prestarían la menor atención a los sentimientos del alma? Es un pensamiento posible que el alma, cual una llama producida por un combustible, meramente surja de la substancia del cuerpo y con él se extinga. Y en realidad, la necesidad de formarse alguna opinión respecto a su propia naturaleza, bien podría guiar al alma a este pensamiento, con el resultado de que entonces se sentiría a sí misma desprovista de todo significado. Sin embargo, este pensamiento podría ser la verdadera realidad del asunto, aunque ello hiciera sentirse al alma sin significado.

Cuando el alma vuelve sus ojos al cuerpo, sólo debería tomar en consideración lo que el cuerpo le puede revelar. Entonces parecería como si en la naturaleza estuvieran activas esas leyes que arrastran substancias y fuerzas en un proceso de cambio continuo, y como si esas leyes controlaran el cuerpo y sólo después de un intervalo. lo arrastraran en el proceso general de cambio mutuo entre la fuerza y la materia.

Podemos presentarnos esto en cualquier forma que queramos: puede ser científicamente admisible.

Pero con respecto a la verdadera realidad, es completamente imposible. Podrá parecernos la única idea científicamente clara y razonable, y que todo lo demás no son más que creencias subjetivas, podemos imaginárnoslo así, pero no podemos adherirnos a esta idea con una mente libre de todo prejuicio. Y ese es el punto. No lo que el alma de acuerdo con su propia naturaleza siente ser una necesidad, sino solamente aquello que el mundo exterior, al que pertenece el cuerpo, hace evidente por sí mismo, es lo que debe tomarse en consideración. Después de la muerte, este mundo externo absorbe la materia y las fuerzas del cuerpo, el que entonces sigue y está sujeto a leyes que son completamente indiferentes a lo que ocurre en el cuerpo durante la vida. Estas leyes (que son de naturaleza física y química) tienen la misma relación con el cuerpo como con cualesquier otras cosas inanimadas del mundo exterior, y es imposible imaginarse que esta indiferencia del mundo exterior con respecto al cuerpo humano empiece solamente en el momento de la muerte, y no hubiera existido durante la vida.

Una idea de las relaciones entre nuestro cuerpo y el mundo físico, no puede obtenerse de la vida, sino solamente imprimiendo en nuestra mente el pensamiento de que todo lo que nos pertenece como vehículo de nuestros sentidos, y como medios por los cuales el alma realiza su vida -todo esto es tratado por el mundo físico en una forma que sólo se hace clara cuando miramos más allá de los límites de nuestra vida física y consideramos que llegará un momento cuando no tendremos en torno nuestro el cuerpo en que ahora estamos adquiriendo experiencia de nosotros mismos. Todo otro concepto de la relación entre el mundo externo y el cuerpo produce la sensación de que no está de acuerdo con la realidad. Sin embargo. la idea de que sólo desde el momento de la muerte se revela la verdadera relación entre el cuerpo y el mundo externo, no contradice ninguna experiencia real ni del mundo externo ni del interno.

El alma no siente este pensamiento como insoportable, no le es penoso que la materia y las fuerzas de su cuerpo sean entregadas a los procesos del mundo exterior que nada tienen que ver con su propia vida. Entregándose por completo a la vida en forma perfectamente libre de prejuicios, no puede descubrir en sus propias profundidades ningún deseo que surja del cuerpo. que haga desagradable el pensamiento de la disolución de éste después de la muerte, la idea sólo se torna penosa cuando implica que la materia y las fuerzas del cuerpo, al volver al mundo exterior, se llevan consigo el alma y las experiencias de su vida. Esta idea sería insoportable por la misma razón que cualquier otra idea que no descanse confiadamente en la manifestación del mundo exterior.
Atribuir al mundo externo una relación completamente diferente con el cuerpo mientras dura la vida y otra después de la muerte, es una idea absolutamente futi1, y como tal. será siempre repelida por la realidad; mientras que la idea de que la relación entre el mundo exterior y el cuerpo permanece la misma antes y después de la muerte, es completamente sana. El alma. al mantener este último punto de vista. se siente perfectamente en armonía con la evidencia de los hechos. Siente que esta idea no está en conflicto con los hechos que hablan por sí mismos, y a los cuales no es necesario agregar ningún pensamiento artificial.

No siempre es uno capaz de observar y apreciar en qué perfecta armonía se encuentran los sentimientos sanos y naturales del alma con las manifestaciones de la naturaleza. Esto puede parecer tan evidente que no necesite comentario alguno, y, sin embargo, este hecho aparentemente insignificante es sumamente ilustrativo y luminoso. La idea de que el cuerpo sea disuelto en los elementos, nada tiene de insoportable, pero, por otro lado, el pensamiento de que el alma comparte el destino del cuerpo es absurdo. Hay muchas razones personales y humanas que prueban esto, pero esos razonamientos deben ser dejados a un lado en la investigación objetiva.

Aparte de éstas razones, sin embargo, la atención impersonal a las enseñanzas del mundo exterior, demuestra que no puede atribuirse una inf1uencia diferente al mundo externo sobre el alma antes y después de la muerte. El hecho es concluyente; esta idea se presenta como una necesidad y se mantiene contra todas las objeciones que puedan elevarse contra ella. Todo el que medite este pensamiento, plenamente consciente de sí mismo, sentirá su decisiva verdad. Y en realidad, tanto el que cree, como el que niega la inmortalidad, piensan de esta manera. Los segundos dirán probablemente que las condiciones de los procesos corporales durante la vida están involucrados en las leyes  que rigen el cuerpo después de ¡a muerte; pero se equivocan si creen realmente que pueden imaginar que estas leyes guardan relación diferente con el cuerpo durante la vida, mientras es vehículo de1 alma, que la que existe después de la muerte.

La única idea posible en sí misma es que la combinación especial de fuerzas, que viene a la existencia junto con el cuerpo, se mantiene tan indiferente al cuerpo en su carácter de vehículo del alma, como esas combinaciones de fuerzas que producen los procesos en el cuerpo muerto. Esta indiferencia no existe de parte del alma, sino de parte del último y de las fuerzas del cuerpo. El alma adquiere experiencia de sí misma por medio del cuerpo, pero el cuerpo vive en. con y por medio del mundo externo, y no concede mayor importancia a los fenómenos psíquicos que a los del mundo exterior. Uno llega a la conclusión de que el calor y el frío del mundo exterior tienen una influencia sobre la circulación de la sangre en nuestro cuerpo, que es análoga a las emociones de miedo y de vergüenza que existen en el alma.

Así que, en primer término, sentimos dentro de nosotros las leyes del mundo exterior, que están activas en esa combinación especial de materiales, que se manifiesta bajo la forma del cuerpo humano. Sentimos este cuerpo como miembro del mundo exterior, pero permanecemos en la ignorancia por lo que toca a su trabajo interno. La ciencia exterior de nuestros días nos da algunas informaciones respecto a cómo se combinan las leyes del mundo externo con esa entidad particular que se presenta como cuerpo humano. Esperemos que este conocimiento vaya haciéndose más completo en el futuro.

Pero este creciente conocimiento, no puede crear diferencia alguna en la actitud que el alma tiene que adoptar para meditar acerca de su relación con el cuerpo. Al contrario. aportará más y más evidencia de que las leyes del mundo exterior permanecen en la misma relación con el alma. antes y después de la muerte. Es una ilusión esperar que el progreso del conocimiento de la naturaleza demostrará hasta qué punto los procesos corporales son agentes de la vida del alma. Reconoceremos cada vez más claramente lo que tiene lugar en el cuerpo durante la vida. pero los procesos en cuestión serán siempre sentidos por el alma como algo fuera de ella. en la misma forma que los procesos del cuerpo después de la muerte.

El cuerpo debe. por lo tanto, aparecer en el mundo externo como una combinación de fuerzas y substancias, que existe por sí mismo y es explicable por sí mismo como miembro del mundo exterior. La Naturaleza hace crecer una planta y luego la disuelve. La Naturaleza rige el cuerpo humano y lo hace desaparecer dentro de su propia esfera, Si el hombre toma su posición respecto a la Naturaleza con tales ideas .puede olvidarse de sí mismo y de todo lo que hay en él. y sentir su cuerpo como miembro del mundo externo, Si piensa en tal forma acerca de sus relaciones consigo mismo y con la Naturaleza, experimenta en relación consigo mismo eso que llamamos su cuerpo físico.






SEGUNDA MEDITACION


En la que se intenta formarse un verdadero Concepto del Cuerpo Elemental o Etérico.

Dada la idea que el alma tiene que formarse en relación con el hecho de la muerte. puede ser forzada a una incertidumbre completa por lo que toca a su propio ser. y se producirá este caso cuando crea que no puede obtener conocimiento de cualquier otro mundo, que no sea el mundo de los sentidos y de aquello que el intelecto sea capaz de comprobar acerca de ese mundo. La vida ordinaria del alma dirige su atención al cuerpo físico. Vea ese cuerpo absorbido después de la muerte en el laboratorio de la Naturaleza, lo que no tiene conexión con lo que el alma ha experimentado como propia existencia antes de la muerte. El alma puede saber (mediante la meditación precedente) que el cuerpo físico, durante la vida, mantiene la misma relación con la Naturaleza que después de muerto, pero esto no conduce más allá del conocimiento acerca de la dependencia interna de sus propias experiencias hasta el momento de la muerte.

Lo que ocurre al cuerpo físico después de la muerte, es evidente mediante la observación de1 mundo exterior. Pero esta observación no es posible con respecto a la experiencia interna. Mientras el alma se percibe a sí misma por medio de los sentidos en su vida ordinaria, no puede ver más allá de los límites de 1a muerte. Si el alma es incapaz de formarse ideas que vayan más allá del mundo exterior, que absorbe su cuerpo al morir, entonces no hay posibilidad alguna para ella respecto a todo lo que concierne a su propio ser, salvo la de mirar hacia la nada y el vacío del otro lado de la muerte.

Si no es así, entonces el alma tiene que percibir el mundo exterior por otros medios que no sean los sentidos y el intelecto a ellos ligado. Estos pertenecen al cuerpo y se disuelven con él. Lo que ellos nos dicen no puede conducir a otra cosa que no sea el resultado de la primera meditación. Y este resultado consiste meramente en que el alma se diga a si misma "Estoy sujeta a mi cuerpo. Este cuerpo está sujeto a leyes naturales que guardan conmigo la misma relación que todas las demás leyes naturales. Mediante ellas me convierto en miembro del mundo exterior, cuyo hecho realizo distintamente al considerar lo que al mundo hace con mi cuerpo después de la muerte. Durante la vida me proporciona los sentidos y el intelecto, lo que me impide ver el verdadero estado de las cosas con respecto a mis experiencias, después de la muerte.

Y esta relativa conclusión sólo puede conducir a das resultados. O bien se suspende toda investigación ulterior acerca del misterio del alma, abandonando todo esfuerzo para adquirir conocimiento en este sentido; o bien se hacen esfuerzos para obtener mediante la experiencia interna del alma, lo que el mundo exterior rehusa. Estos esfuerzos pueden producir un aumento de poder y energía con respecto a la experiencia interna, que no podría obtenerse de otro modo en la vida ordinaria.
En la vida ordinaria, el hombre tiene cierta cantidad de energía en sus experiencias internas, en su vida del sentimiento y del pensamiento. Por ejemplo, él puede pensar cierto pensamiento con tanta frecuencia como se produzca un impulso interno o externo que lo incite a ello.

Sin embargo, puede elegir voluntariamente un pensamiento dado y repetirlo una y otra vez sin ningún motivo externo, y con una energía tan intensa que lo haga vivir como una realidad interior. Y ese pensamiento, mediante repetidos esfuerzos, puede ser convertido en el objeto exclusivo de nuestra experiencia interna. y mientras así lo hacemos, podemos mantener alejadas todas las impresiones y recuerdos o memorias que pudieran surgir en el alma. Y entonces es posible entregarse tan por completo a ciertos pensamientos o sentimientos, con exclusión de cualesquier otros, hasta poder convertirlos en una realidad interna. Sin embargo, si tal experiencia interna ha de conducir a resultados realmente importantes, debe llevarse a cabo de acuerdo con ciertas leyes probadas. Dichas leyes están registradas por la ciencia de la vida espiritual. En mi obra “La Iniciación” se mencionan un gran número de estas reglas o leyes. Con ese método se obtiene la vigorización de los poderes de la experiencia interna. Esta experiencia se condensa en cierta forma. El resultado de esto lo conoceremos mediante la observación de nosotros mismos cuando la actividad interna descrita ha sido continuada durante un tiempo suficientemente largo. Es verdad que se necesita mucha paciencia antes de que aparezcan resultados convincentes. Pero si no estamos dispuestos a ejercitar esa paciencia durante años enteros, nunca obtendremos nada de importancia. Aquí solo es posible dar un ejemplo de esos resultados, porque los hay de muchas clases, y el que aquí se menciona es apropiado para coadyuvar y adelantar el método particular de meditación que estamos describiendo.

Un hombre puede llevar a cabo el fortalecimiento interno de la vida de su alma, como se ha indicado, durante un largo período, sin que nada haya ocurrido en su vida interna que le haga variar su forma de pensar usual con respecto al mundo. Súbitamente, sin embargo, puede ocurrirle lo siguiente. Naturalmente, el incidente que vamos a describir puede no ocurrir exactamente en la misma forma a dos personas diferentes. Pero si llegamos a la concepción de una experiencia de esta clase, habremos logrado la comprensión de todo el asunto en cuestión.
Puede llegar un momento en que el alma logre una experiencia interna de sí misma en una forma completamente nueva. Al principio ocurrirá generalmente que el alma, durante el sueño, se despierte, por decirlo así en un sueño. Pero en seguida sentimos que esta experiencia no puede ser comparada con un sueño ordinario. Estamos completamente aislados del mundo de los sentidos y del intelecto, y sin embargo, sentimos esta experiencia en la misma forma que si estuviéramos completamente despiertos ante el mundo exterior en la vida corriente. Con ese objeto empleamos ideas análogas a las que tenemos en la vida ordinaria, pero sabemos muy bien que estamos experimentando cosas diferentes de las que normalmente están unidas a esas ideas. Esas ideas se emplean solamente como medios de expresar una experiencia que no habíamos tenido nunca antes, y que podemos ver es imposible para nosotros tenerla en la vida ordinaria.

Sentimos, por ejemplo, como si estuviéramos rodeados por una tormenta. Oímos el trueno y vemos los relámpagos, y sin embargo, sabemos que estamos en nuestra habitación. Nos sentimos compenetrados por una fuerza que antes nos era completamente desconocida. Entonces nos imaginamos que vemos rajaduras en las paredes en torno nuestro, y nos decimos a nosotros mismos, o a alguno que creamos está cerca de nosotros: "Me encuentro en grandes dificultades, los rayos atraviesan la casa y se apoderan de mí. Los siento que me toman y me disuelven".

Cuando esta serie de representaciones ha pasado, la experiencia interior pasa de nuevo a las condiciones ordinarias del alma. Nos encontramos de nuevo en nosotros mismos, pero con la memoria de la experiencia que hemos tenido. Sí esta memoria es tan vívida y correcta como cualquier otra, nos permitirá formarnos una opinión de la experiencia.

Y entonces conocemos inmediatamente que hemos pasado por algo que no puede ser experimentado por ningún sentido físico, ni por la inteligencia ordinaria, porque sentimos que la descripción dada y comunicada a otros o a nosotros mismos, es sólo un modo de expresar esa experiencia. Aunque la expresión sea un medio de comprensión, la experiencia en sí nada tiene de común con ella. Sabemos que no necesitamos ninguno de nuestros sentidos para tener dicha experiencia.
Aquel que la atribuyera a una actividad oculta de los sentidos o del cerebro, no conoce en realidad el verdadero carácter de esta experiencia. Lo que hace es adherirse a la descripción que habla de rayos, truenos, rajaduras en las paredes, y, por consiguiente, cree que esta experiencia del alma es solamente un eco de la vida ordinaria. Considera la cosa corno una visión en el sentido ordinario de la palabra. No puede verlo de otra manera. No toma en consideración, sin embargo, que cuando uno describe esa experiencia, está empleando las palabras rayos, truenos, rajaduras en las paredes, como representaciones de lo que se ha experimentado, y que uno no debe tomar la representación por la experiencia misma. Es verdad que la cosa parece como si uno hubiera visto realmente esos cuadros. Pero uno no se encontraba en la misma relación con el fenómeno de los relámpagos o rayos en este caso, como cuando los está viendo con los ojos físicos; uno ve a través del rayo algo que está tras él y que es completamente diferente: contempla algo que no puede ser experimentado en el mundo exterior de los sentidos.

Con objeto de que pueda juzgarse correctamente, es necesario que el alma que ha tenido tales experiencias, una vez que estas han pasado, se encuentre sobre una base sólida respecto al mundo exterior ordinario. Debe ser capaz de contrastar claramente lo que ha tenido como experiencia especial, con sus experiencias ordinarias en el mundo exterior. Aquellos que en la vida ordinaria están ya predispuestos a dejarse llevar por toda clase de fantasías respecto a todas las cosas, son los más incapaces de juzgar con rectitud. Cuanto más sano, quizás cuanto más sobrio, sea e1 sentido de 1a realidad que uno tenga, tanto mejor podremos formarnos un juicio valioso de tales cosas. Uno solo puede lograr confianza en las experiencias suprasensibles, cuando siente respecto al mundo ordinario, que percibe claramente sus procesos y objetos tal como realmente son.

Cuando en esta forma quedan reunidas todas las condiciones necesarias. y tenemos razones para creer que no hemos sido engañados por una visión ordinaria, entonces sabemos que hemos tenido una experiencia en la que el cuerpo no estaba transmitiendo percepciones. Hemos logrado una percepción directa mediante el fortalecimiento del alma, fuera del cuerpo. Hemos obtenido la certidumbre de una experiencia fuera del cuerpo.

Es evidente que en esta esfera, las diferencias naturales entre la fantasía o la ilusión, y la verdadera observación hecha fuera del cuerpo, no pueden ser indicadas en otra forma que en el reino de la percepción externa de los sentidos. Puede acontecer que alguno tenga una imaginación muy activa con respecto al gusto. y, por lo tanto, con solo pensar en la limonada, tenga la misma sensación que si la estuviera bebiendo realmente. La diferencia, sin embargo, en tal caso es evidente, dada la asociación natural en las circunstancias actuales de la vida.

Y así sucede también con esas experiencias que se tienen fuera del cuerpo. Con objeto de llegar a un concepto plenamente convincente en esta esfera, es necesario que nos familiaricemos con ella en una forma perfectamente sana, adquiriendo la facultad de observar los detalles de la experiencia y de corregir unas cosas mediante las otras.

Mediante una experiencia como la descrita, obtenemos la posibilidad de observar lo que pertenece a nuestro propio ser, no solamente mediante los sentidos y el intelecto, -o en otras palabras los instrumentos corporales- sino por otros medios.

Ahora, no solamente sabemos algo más acerca del mundo, que lo que esos instrumentos nos permiten conocer, sino que, además, lo sabemos en una forma diferente, y esto es especialmente importante. Un alma que pase por esta transformación interior, comprenderá más y más claramente que los oprimentes problemas de la existencia no pueden ser resueltos en el mundo de los sentidos, porque los sentidos y el intelecto no pueden penetrar bastante profundamente en el mundo en conjunto. Las almas que así se transforman para ser capaces de lograr experiencias fuera del cuerpo, pueden penetrar en esos problemas con mayor profundidad; y precisamente en lo que ellas han dejado escrito acerca de sus experiencias, es donde se encuentran los medios para resolver los enigmas del alma.

Ahora bien. una experiencia que tiene lugar fuera del cuerpo es de naturaleza completamente diferente de las que se hacen corporalmente. Esto se ve por la opinión misma que puede formarse acerca de 1as experiencias descritas, cuando, una vez pasadas, se restablece la condición de vigilia ordinaria, y la memoria ha recuperado su estado claro y vívido. El alma siente el cuerpo físico como una cosa separada del resto del mundo, y parece tener una existencia real solo en cuanto pertenece al alma. No es así, sin embargo, con lo que experimentamos dentro de nosotros cuando estamos fuera del cuerpo, porque entonces nos sentimos ligados con todo lo que pudiéramos llamar el mundo externo.

Lo que nos rodea se siente como si nos perteneciera, como si fueran nuestra manos en el mundo de los sentidos. No hay indiferencia hacia el mundo exterior, cuando llegamos al alma del mundo interno.

Nos sentimos completamente entretejidos con lo que aquí podríamos llamar el mundo. Sentimos sus actividades en forma de corrientes que atravesaran nuestro propio ser. No hay una línea divisoria distinta entre un mundo interior y un mundo exterior. Lo que nos rodea pertenece al alma que observa como las dos manos físicas pertenecen a nuestra cabeza física.

A pesar de esto, sin embargo, podemos decir que una cierta parte de este mundo exterior nos pertenece más que el resto que nos rodea, en la misma forma en que hablamos de la cabeza como independiente de las manos o de los pies. Así como el alma llama “su cuerpo” a una parte del mundo físico externo. así también cuando vive fuera del cuerpo, puede considerar una parte del mundo externo suprasensible como si le perteneciera. Cuando penetramos en observación al reino accesible a nosotros, más allá del mundo de los sentidos, podemos muy bien decir que un cuerpo, que no perciben los sentidos, nos pertenece. Podemos llamar este cuerpo, el cuerpo etérico o elemental, pero al emplear la palabra "etérico" no debemos permitir que se establezca en nuestra mente ninguna conexión con ese estado de materia sutil que la ciencia llama “éter” .

Así como la simple reflexión sobre la relación existente entre el hombre y el mundo exterior de la Naturaleza, conduce al concepto del cuerpo físico, lo que está de acuerdo con los hechos, así también 1a jornada del alma a los reinos perceptibles fuera del cuerpo físico, conduce al reconocimiento de un cuerpo elemental o etérico.

TERCERA MEDITACION


En la que se intenta formarse una idea de la Cognición Clarividente del Mundo Elemental.


Cuando tenemos percepciones por intermedio del cuerpo elemental, y no por los sentidos físicos, experimentamos un mundo que permanece desconocido para la percepción de los sentidos y para el pensamiento intelectual ordinario. Si queremos comparar este mundo con algo perteneciente a la vida ordinaria, no encontraremos nada más apropiado que el mundo de la memoria. Así como los recuerdos emergen de las intimidades del alma, así también surgen las experiencia suprasensibles del cuerpo elemental. En el caso de un recuerdo, el alma sabe que se trata de algo relacionado con una experiencia pasada en el mundo de los sentidos, y en una forma similar, la concepción suprasensible implica una relación, Así como el recuerdo, por su misma naturaleza. se presenta como algo que no puede ser descrito como un simple cuadro de la imaginación, así sucede también con la concepción suprasensible. Esta última surge de la experiencia anímica, pero se manifiesta en seguida como una experiencia interna que está relacionada con algo externo. Una experiencia pasada se hace presente en el alma mediante el recuerdo. Pero es mediante una concepción suprasensible de algo, que alguna vez podrá ser encontrado en alguna parte en el mundo suprasensible, como esa concepción se convierte en una experiencia interna del alma. La misma naturaleza de los conceptos suprasensibles, imprime sobre nuestra mente la necesidad de contemplarlos como comunicaciones de un mundo suprasensible, que se manifiesta en nuestra alma.

El progreso que hagamos en esta forma con nuestras experiencias en los mundos suprasensibles, depende de la cantidad de energía que dediquemos al fortalecimiento de nuestra vida anímica.

Llegar a la convicción de que una planta no es simplemente aquello que percibimos en el mundo de los sentidos, lo mismo que llegar a igual convicción con respecto a toda la tierra, pertenece a la misma esfera de experiencia suprasensible. Si cualquiera que haya logrado la facultad de percibir cuando se encuentra fuera del cuerpo físico, contempla una planta verá, además de lo que sus sentidos le están mostrando, una forma delicada que compenetra la planta. Esta forma se presenta como una entidad de fuerza; y entonces él se verá llevado a considerar esta entidad como aquello que construye la planta con los materiales y las fuerzas del mundo físico, produciendo asimismo la circulación de la savia. Podrá decir -empleando un símil no del todo apropiado- que hay algo en la planta que pone la savia en movimiento, en la misma forma en que su propia alma mueve su brazo. Observa algo interno en la planta, y debe conceder cierta independencia a este principio interno de la planta en su relación con esa parte que perciben los sentidos. Debe también admitir que este principio interno existía antes de que existiera la planta física. Entonces, si continúa observando cómo la planta crece, se desarrolla y produce simientes, y cómo nuevas plantas surgen de éstas, verá que la energía suprasensible es especialmente fuerte en las simientes, En este periodo el ser físico es casi insignificante en cierto modo, mientras que la entidad suprasensible se encuentra altamente diferenciada y contiene todo lo que, desde el mundo suprasensible, contribuye al crecimiento de la planta.

Ahora bien, en la misma forma, mediante la observación suprasensible de toda la tierra, descubrimos una entidad de energía que podemos saber con absoluta certidumbre que existía antes de que todo lo sensorialmente perceptible viniera a la existencia. En esta forma llegamos a la experiencia de la presencia de esas fuerzas suprasensibles que cooperaron en la formación y desarrollo de la tierra en el pasado. Lo que así experimentamos podemos muy bien llamarlo entidades, raíces elementales o etéricas, o bien cuerpos elementales de las plantas y de la tierra, así como también llamamos cuerpo elemental o etérico al vehículo con que obtenemos percepciones de otro orden cuando estamos fuera del organismo físico.

Aún al principio, cuando comenzamos a poder observar suprasensiblemente, podemos atribuir entidades-raíces de esta clase a ciertas cosas y procesos, aparte de sus cualidades ordinarias, que son perceptibles en el mundo de los sentidos. Podemos hablar de un cuerpo etérico perteneciente a la planta o a la tierra. Sin embargo, los seres elementales que se perciben en esta forma, no son, absolutamente, los únicos que se revelan a la experiencia suprasensible. Caracterizamos el cuerpo elemental de una planta diciendo que construye una forma con las substancias y fuerzas del mundo físico y por ende, que así manifiesta su vida en un cuerpo físico.

Pero también podemos observar seres que llevan una existencia elemental, sin manifestar su vida en un cuerpo físico. y así es como ante la observación suprasensible se revelan entidades que son puramente elementales. No es, como si dijéramos, que experimentamos una adición al mundo físico; experimentamos o percibimos otro mundo, en el que el mundo de los sentí dos se presenta como algo que pudiéramos comparar a trozos de hielo flotando en el agua. El observador que sólo pudiera ver el hielo y no el agua, podría muy bien atribuir realidad solamente al hielo y no al agua. y similarmente, si sólo tomamos en cuenta aquello que se manifiesta a los sentidos, podemos negar la existencia del mundo suprasensible, del que el mundo de los sentidos, en realidad es sólo una parte, así como los trozos flotantes de hielo son una parte del agua en que sobrenadan.

Ahora es digno de notarse que aquellos que pueden hacer observaciones suprasensibles, describen lo que ven haciendo uso de expresiones tomadas de las percepciones de los sentidos. y así es cómo se habla del cuerpo elemental de un ser perteneciente al mundo de los sentidos, o del de uno puramente elemental, como manifestándose en un cuerpo definido de luz de muchos colores. Estos colores centellean, brillan o radian, y parece que estos fenómenos luminosos y cromáticos fueran la manifestación de su vida. Pero aquello de que está hablando realmente el observador, es completamente invisible, y él sabe perfectamente que la luz o los colores que describe, tienen tanto que ver con lo que está percibiendo realmente, como la letra en que se comunica un hecho tiene que hacer con el hecho mismo. Y, no obstante, esa experiencia suprasensible no es arbitrariamente expresada mediante caprichosas percepciones de los sentidos. El cuadro visto está realmente ante el observador y es similar a una impresión de los sentidos, y esto es así porque durante las experiencias suprasensibles, la liberación del cuerpo físico no es nunca completa.

El cuerpo físico está todavía conectado con el cuerpo elemental, y reduce así las experiencias suprasensibles a una forma perceptible a los sentidos. De esta manera es como la descripción dada de un ser elemental se da como una combinación fantástica de impresiones sensoriales. Pero, a pesar de ello, cuando es dada en esa forma, es una verdadera descripción de lo que se ha experimentado. Porque hemos visto realmente lo que estamos describiendo. El error que puede cometerse no es el de describir la visión como tal, sino el de tomar la visión por la realidad, en vez de aquello que la visión indica: la realidad que está tras ella. Un hombre que hubiera nacido ciego. que nunca hubiera visto los colores, cuando desarrollara la correspondiente facultad perceptiva, no describiría los seres elementales en tal forma que hablara de colores radiantes. Haría uso de expresiones que le fueran familiares. Pero para las personas que pueden ver físicamente, es completamente apropiado que en sus descripciones hagan uso de expresiones tales como luz radiante o cuerpo de colores. Con su auxilio pueden dar una impresión de lo que ha visto el observador en el mundo elemental, y esto es así no sólo por lo que respecta a las comunicaciones hechas por un clarividente, (esto es, uno que puede percibir por medio de su cuerpo elemental) a un no-clarividente, sino también para comunicaciones cambiadas entre clarividentes. En el mundo de los sentidos, el hombre vive en su cuerpo físico, y este cuerpo envuelve las observaciones suprasensibles en formas perceptibles a los sentidos. Por lo tanto, la descripción de observaciones suprasensibles hecha por medio de las imágenes sensoriales que aquéllas producen, en la vida ordinaria de la tierra es un medio útil de comunicación.

El punto es, que aquél que recibe tales comunicaciones, siente en su alma algo que guarda una verdadera relación con el hecho en cuestión. y en verdad esas imágenes son comunicadas para evocar, precisamente, ese sentimiento o experiencia. Tales como son, no pueden ser encontradas en el mundo exterior. Esa es su principal característica y también la razón porque evocan experiencias o sentimientos que no tienen relación alguna con las cosas materiales.

Al principio de su clarividencia al discípulo le será difícil independizarse de las imágenes. Sin embargo, cuando su facultad se desenvuelva más, sentirá el deseo de inventar medios de comunicación más arbitrarios para describir lo que haya visto, y esto implicará la necesidad de explicar los signos que emplee. Cuanto mayores sean las exigencias de nuestros días demandando la difusión general del conocimiento suprasensible, tanto mayor será la necesidad de aderezar ese conocimiento con expresiones de uso corriente en la vida diaria del mundo físico.

Ahora bien, las experiencias suprasensibles pueden venir al discípulo por sí solas, y entonces tendrá la oportunidad de aprender algo respecto al mundo suprasensible por experiencia personal, según sea más o menos frecuentemente favorecido por ese mundo, al brillar en la vida ordinaria de su alma. Una facultad de orden superior es la de poder
obtener percepciones clarividentes a voluntad. El camino hacia el desarrollo de esta facultad es el resultado, ordinariamente, de una continuación enérgica del fortalecimiento interior del alma, pero mucho depende también de establecer cierta nota-clave en el alma. Es necesaria una actitud mental tranquila y calma cuando se afronta el mundo suprasensible -una actitud que está tan lejos por un lado del ardiente deseo de experimentar lo más posible en la forma más clara, como lo está por otra parte de una total falta de interés por ese mundo.

El deseo ardiente tiene un efecto difusivo, que produce algo así como una neblina invisible ante la vista clarividente, en tanto que la falta de interés actúa en tal forma que aunque los hechos suprasensibles se manifiesten realmente, no son notados. Esta falta de interés se muestra de vez en cuando en una forma peculiar. Hay personas que honradamente desean tener alguna experiencia suprasensible, pero se hacen a priori una idea definida acerca de lo que esas experiencias deben ser, para aceptarlas como reales. Entonces, cuando la verdadera experiencia llega, pasan fugitivas sin despertar el menor interés, simplemente porque no eran tales como se las habían imaginado.

En el caso de la clarividencia voluntaria, llega un momento en el curso de la actividad anímica interior, en que sabemos que estamos experimentando algo que jamás habíamos experimentado antes.

Esta experiencia no es definida, pero un sentimiento vago y general nos asegura que no estamos confrontando el mundo exterior de los sentidos, ni tampoco dentro de él, ni siquiera dentro de nosotros mismos, como en la vida ordinaria del alma.

La experiencia exterior y la interior se funden en una, en un sentimiento de vida antes desconocido para el alma, respecto al cual, sin embargo, el alma sabe que no podría sentirlo si estuviera viviendo solamente en el mundo externo por medio de los sentidos o por sus sentimientos y recuerdos ordinarios. Sentimos. además, que durante este estado del alma, hay algo de un mundo antes desconocido que la penetra. No podemos, sin embargo, llegar a un concepto de este algo desconocido. Tenemos la experiencia, pero no podemos formarnos idea de ella.

Así encontramos que cuando tenemos tal experiencia, se produce un sentimiento como si hubiera algún obstáculo en nuestros cuerpos físicos que nos impidiera formarnos un concepto de qué es lo que está penetrando en nuestra alma. Sin embargo, si continuamos los esfuerzos interiores anímicos, sentiremos al cabo de cierto tiempo que nos hemos sobrepuestos a nuestra resistencia corporal. El aparato físico del intelecto sólo era antes capaz de formarse ideas en relación con las experiencias del mundo sensorial. Es, al principio, incapaz de producir como idea aquello que presiona por manifestarse surgiendo del mundo suprasensible. Por lo tanto, debe ser preparado para que pueda hacerlo. En la misma forma en que un niño está rodeado por el mundo exterior, y tiene que preparar su aparato intelectual, mediante la experiencia en ese mundo, antes de que pueda formar ideas de lo que lo rodea, así también la humanidad en general, es incapaz de formar ideas sobre el mundo suprasensible. El clarividente que desea progresar, prepara su propio aparato para formar ideas de manera que pueda trabajar en un nivel superior, exactamente en la misma forma en que el niño se prepara para trabajar en el mundo de los sentidos. Hace que sus pensamientos fortalecidos trabajen sobre este aparato, y como natural consecuencia, éste es poco a poco remodelado; se hace capaz de incluir el mundo suprasensible en el reino de sus ideas.

Así vemos, pues, cómo mediante la actividad anímica, podemos influir y remodelar nuestro propio cuerpo. Al principio, el cuerpo obra como un poderoso contrapeso a la vida del alma; lo sentimos como un cuerpo extraño dentro de nosotros.

Pero poco a poco notamos cómo se va adaptando más y más a las experiencias del alma, hasta que, finalmente, no lo sentimos absolutamente, sino que nos encontramos con que el mundo suprasensible está ante nosotros, en la misma forma en que no sentimos la existencia del ojo con la que estamos mirando el mundo de los colores. El cuerpo, por lo tanto, debe hacerse imperceptible, antes de que el alma pueda contemplar el mundo suprasensible.

Cuando en esta forma hemos logrado deliberadamente convertirnos en clarividentes, podremos, por regla general, reproducir ese estado a voluntad si nos concentramos en algún pensamiento que seamos capaces de experimentar en forma particularmente poderosa, dentro de nosotros mismos. Y como resultado de entregarnos de esa manera a un pensamiento dado, se presenta la clarividencia. Al principio no podemos ver nada definido que deseemos ver especialmente. Cosas o acontecimientos suprasensibles, para las que no estamos preparados en ninguna forma, o que deseamos evocar, se introducirán en la vida del alma. Pero, sin embargo, continuando nuestros esfuerzos interiores, llegaremos también a adquirir la facultad de dirigir el ojo espiritual hacia aquellas cosas que deseamos investigar.

Cuando hemos olvidado una experiencia, tratamos de traerla a nuestra memoria evocando en la mente algo relacionado con esa experiencia; y en la misma forma, como clarividentes, podemos tratar de comenzar por una experiencia que razonablemente está ligada con lo que queremos encontrar. Al entregarnos con intensidad a la experiencia conocida, encontraremos, tarde o temprano, esa experiencia que estábamos buscando. Sin embargo, en general, es digno de notarse que es de la mayor importancia para el clarividente esperar tranquilamente el momento propicio. No deberíamos desear atraer nada. Si la experiencia deseada no llega, es mejor abandonar la investigación por un tiempo y tratar de conseguir una oportunidad en otro momento. El aparato humano de la cognición necesita desarrollarse tranquilamente hasta el nivel de ciertas experiencias. Si no tenemos la paciencia de esperar ese desenvolvimiento, haremos observaciones
incorrectas o erróneas.


EMILIO SAINZ

Julio Cortazar 1


miércoles, 24 de agosto de 2011

DIVINA COMEDIA _CANTO I _DANTE ALIGHIERI


A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado.
¡Cuán dura cosa es decir cuál era esta salvaje selva, áspera y fuerte que me vuelve el temor al
pensamiento! Es tan amarga casi cual la muerte; mas por tratar del bien que allí encontré, de otras
cosas diré que me ocurrieron.
Yo no sé repetir cómo entré en ella pues tan dormido me hallaba en el punto que abandoné la senda
verdadera.
Mas cuando hube llegado al pie de un monte, allí donde aquel valle terminaba que el corazón
habíame aterrado, hacia lo alto miré, y vi que su cima ya vestían los rayos del planeta que lleva recto
por cualquier camino.
Entonces se calmó aquel miedo un poco, que en el lago del alma había entrado la noche que pasé
con tanta angustia.
Y como quien con aliento anhelante, ya salido del piélago a la orilla, se vuelve y mira al agua
peligrosa, tal mi ánimo, huyendo todavía, se volvió por mirar de nuevo el sitio que a los que viven
traspasar no deja.
Repuesto un poco el cuerpo fatigado, seguí el camino por la yerma loma, siempre afirmando el pie de
más abajo.
Y vi, casi al principio de la cuesta, una onza ligera y muy veloz, que de una piel con pintas se
cubría; y de delante no se me apartaba, mas de tal modo me cortaba el paso, que muchas veces
quise dar la vuelta.
Entonces comenzaba un nuevo día, y el sol se alzaba al par que las estrellas que junto a él el gran
amor divino sus bellezas movió por vez primera; así es que no auguraba nada malo de aquella fiera
de la piel manchada la hora del día y la dulce estación; mas no tal que terror no produjese la imagen
de un león que luego vi.
Me pareció que contra mí venía, con la cabeza erguida y hambre fiera, y hasta temerle parecia el
aire.
Y una loba que todo el apetito parecía cargar en su flaqueza, que ha hecho vivir a muchos en
desgracia.
Tantos pesares ésta me produjo, con el pavor que verla me causaba que perdí la esperanza de la
cumbre.
Y como aquel que alegre se hace rico y llega luego un tiempo en que se arruina, y en todo
pensamiento sufre y llora: tal la bestia me hacía sin dar tregua, pues, viniendo hacia mí muy
lentamente, me empujaba hacia allí donde el sol calla.
Mientras que yo bajaba por la cuesta, se me mostró delante de los ojos alguien que, en su silencio,
creí mudo.
Cuando vi a aquel en ese gran desierto «Apiádate de mi -yo le grité-, seas quien seas, sombra a
hombre vivo.» Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre fui, y a mis padres dio cuna Lombardía pues
Mantua fue la patria de los dos.
Nací sub julio César, aunque tarde, y viví en Roma bajo el buen Augusto: tiempos de falsos dioses
mentirosos.
Poeta fui, y canté de aquel justo hijo de Anquises que vino de Troya, cuando Ilión la soberbia fue
abrasada.
¿Por qué retornas a tan grande pena, y no subes al monte deleitoso que es principio y razón de toda
dicha?» « ¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente de quien mana tal río de elocuencia? -respondí yo
con frente avergonzada-.
Oh luz y honor de todos los poetas, válgame el gran amor y el gran trabajo que me han hecho
estudiar tu gran volumen.
Eres tú mi modelo y mi maestro; el único eres tú de quien tomé el bello estilo que me ha dado honra.
Mira la bestia por la cual me he vuelto: sabio famoso, de ella ponme a salvo, pues hace que me
tiemblen pulso y venas. » «Es menester que sigas otra ruta -me repuso después que vio mi llanto-, si
quieres irte del lugar salvaje; pues esta bestia, que gritar te hace, no deja a nadie andar por su
camino, mas tanto se lo impide que los mata; y es su instinto tan cruel y tan malvado, que nunca
sacia su ansia codiciosa y después de comer más hambre aún tiene.
Con muchos animales se amanceba, y serán muchos más hasta que venga el Lebrel que la hará
morir con duelo.
Éste no comerá tierra ni peltre, sino virtud, amor, sabiduría, y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro.
Ha de salvar a aquella humilde Italia por quien murió Camila, la doncella, Turno, Euríalo y Niso con
heridas.
Éste la arrojará de pueblo en pueblo, hasta que dé con ella en el abismo, del que la hizo salir el
Envidioso.
Por lo que, por tu bien, pienso y decido que vengas tras de mí, y seré tu guía, y he de llevarte por
lugar eterno, donde oirás el aullar desesperado, verás, dolientes, las antiguas sombras, gritando
todas la segunda muerte; y podrás ver a aquellas que contenta el fuego, pues confían en llegar a
bienaventuras cualquier día; y si ascender deseas junto a éstas, más digna que la mía allí hay un
alma: te dejaré con ella cuando marche; que aquel Emperador que arriba reina, puesto que yo a sus
leyes fui rebelde, no quiere que por mí a su reino subas.
En toda parte impera y allí rige; allí está su ciudad y su alto trono.
iCuán feliz es quien él allí destina!» Yo contesté: «Poeta, te requiero por aquel Dios que tú no
conociste, para huir de éste o de otro mal más grande, que me lleves allí donde me has dicho, y
pueda ver la puerta de San Pedro y aquellos infelices de que me hablas. » Entonces se echó a
andar, y yo tras él.