PRIMERA CONFERENCIA
Creo que, con respecto al tiempo en que vivimos, es de peculiar importancia el tema sobre el cual voy a hablar en este ciclo de conferencias. Ante todo, deseo poner en claro que el haber elegido semejante tema no se debe, en absoluto, al afán de producir sensación, ni cosa parecida. Pues espero poder mostrar que, en un sentido de singular importancia para el tiempo presente, se justifica hablar de un quinto Evangelio, y que para lo que ello significa, la denominación "El Quinto Evangelio", es, efectivamente, la más apropiada.
Este Evangelio aún no existe - como se explicará - como documento escrito; pero en tiempos venideros de la humanidad, seguramente existirá en bien definida forma escrita. Mas en cierto sentido también se podría decir que el quinto Evangelio es tan antiguo como los otros cuatro Evangelios. Para poder hablar sobre este tema es preciso contemplar, a modo de introducción, algunos puntos que son tan importantes como necesarios para la plena comprensión de lo que ahora queremos llamar el Quinto Evangelio. Al respecto, quisiera partir de que con toda seguridad se acerca el tiempo en que desde la enseñanza primaria y en el marco de la más simple instrucción, la ciencia que comúnmente se llama historia, se enseñará de un modo algo distinto de como hasta ahora se había enseñado. En cierto sentido, este ciclo de conferencias nos dará la prueba de que en la historiografía del futuro e incluso en la historia más elemental, el concepto y la idea acerca del Cristo serán de mucho más importancia que hasta ahora. Sé que, en realidad, con este aserto digo algo totalmente paradójico. Tengamos presente que en tiempos pasados, no muy lejanos, un sinnúmero de hombres, incluso de los más cultos de los países occidentales, dirigían hacia el Cristo el corazón y el sentimiento, de una manera mucho más intensa que ahora. Quien pase revista a la literatura actual, quien reflexione sobre lo que principalmente interesa al hombre de nuestra época y lo que más hondamente le habla al corazón, tendrá la impresión de que van disminuyendo el entusiasmo y la emoción por las ideas acerca del Cristo, principalmente en las personas que pretenden pertenecer a los que poseen cierta cultura conforme a nuestra época. A pesar de ello, y según lo que acabo de expresar, hemos de esperar que nuestro tiempo esté en camino para dar en el futuro mucho más importancia que hasta ahora, a las ideas sobre el Cristo, dentro de la historiografía universal. ¿No hay en ello, aparentemente, una absoluta contradicción?
En cierto modo podría pensarse que primero hay que conocer toda la antroposofía para ascender a la correcta idea de la naturaleza del Cristo. Empero, si examinamos la evolución espiritual en el curso de los siglos, se nos presenta, de siglo en siglo, la extensa y honda ciencia dedicada a comprender la venida y la obra de Cristo. A través de los siglos, la humanidad recurrió a las más altas y más importantes ideas con el fin de comprender al Cristo. Por eso podría parecer que sólo las más importantes actividades espirituales podrían conducir a la comprensión de la naturaleza del Cristo. ¿Pero, es efectivamente así? Una muy sencilla reflexión puede darnos la prueba de que no es así.
Coloquemos, por decirlo así, sobre una balanza espiritual todo aquello de erudición y ciencia e incluso la antroposofía; todo lo que hasta ahora ha contribuido a la comprensión del concepto y la naturaleza del Cristo. Coloquémoslo sobre uno de los platillos de la balanza espiritual; y sobre el otro platillo todos los sentimientos profundos, todos los impulsos en el alma de los hombres que a través de los siglos se dirigieron hacia la entidad que llamamos el Cristo; y se verificará que todo cuanto la ciencia, la erudición y hasta la antroposofía pueden contribuir a la explicación de la naturaleza del Cristo, bruscamente hace subir el platillo; y que los profundos sentimientos e impulsos que la humanidad dirigió hacia la entidad y el mundo de Cristo, hacen bajar hondamente el otro platillo. Sin exagerar, podemos afirmar que la esfera del Cristo influyó enormemente sobre la humanidad, y que el mero saber de lo que es el Cristo ha ejercido el menor efecto en tal sentido.
Pero acerquémonos, además, a ellos desde otro punto de vista. Remontémonos a los tiempos precristianos. Basta recordar lo que es de pleno conocimiento de la mayoría de los aquí presentes: que la antigua tragedia griega, principalmente en sus formas primitivas, al caracterizar al héroe divino, o bien al hombre en cuya alma vivía la lucha del Dios, en cierto modo expresaba, desde el escenario, una clara e inmediata visión del divino obrar y tejer. Basta señalar que en la gran obra poética de Homero teje el obrar de lo espiritual; basta nombrar las grandes figuras de Sócrates, Platón, Aristóteles. Con estos nombres se presenta a nuestra alma una suprema vida espiritual en un determinado campo. Si únicamente alzamos la vista hacia la figura de Aristóteles que vivió y obró unos siglos antes de la fundación del cristianismo, se nos presenta lo que en cierto sentido hasta en nuestro tiempo no ha sido superado ni ulteriormente desarrollado.
El pensamiento y el procedimiento científico de Aristóteles son de tan inmensa categoría que podemos afirmar que se había alcanzado un nivel supremo del pensar humano de manera tal que hasta ahora no se ha producido un acrecentamiento, al respecto. Por un instante, vamos ahora a establecer una singular hipótesis que es necesaria para la prosecución de nuestras conferencias. Representémonos que no existiesen los Evangelios como fuente de información sobre la figura de Cristo. Supongamos que no existiesen los primitivos documentos que como Nuevo Testamento tomamos en la mano. Vamos a hacer caso omiso de lo que se ha escrito o dicho sobre la fundación del cristianismo; sólo tomaremos en consideración el devenir del cristianismo como hecho histórico, lo que sucedió en la humanidad en el transcurso de los siglos poscristianos. Vamos a considerar lo que realmente sucedió, sin recurrir a los Evangelios, a Los Hechos de los Apóstoles, ni a las Epístolas de San Pablo, ¿Qué es lo que sucedió?
Si empezamos por fijar la vista en el Sur de Europa, tenemos una época de la más alta cultura espiritual humana, cuyo representante fue Aristóteles, a quien acabamos de nombrar; vida espiritual altamente desarrollada que en los siglos subsiguientes tuvo un singular cultivo. En la época en que el cristianismo comenzó a tomar su camino por el mundo, hubo en el Sur de Europa muchos hombres, de cultura griega; hombres que habían adherido a la vida cultural griega. Si examinamos el desarrollo del cristianismo hasta Celso, célebre por sus ataques contra el cristianismo, y, más tarde, en el segundo y tercer siglo poscristianos, hay en el Sur de Europa, en las penínsulas greca e itálica, hombres de la más alta cultura espiritual, numerosos hombres que habían acogido las sublimes ideas de Platón; hombres cuya sagacidad fue como la continuación de la de Aristóteles; espíritus finos y fuertes de la cultura griega; romanos de cultura griega, que a la sutileza del espíritu helénico añadieron lo agresivo y personal del romanismo.
Si ahora, con lo que por la antroposofía nos es posible comprender, consideramos a esos hombres de natural sencillo que en aquel tiempo difundieron el cristianismo, podemos decirnos: esas gentes sencillas no comprendían nada de la naturaleza de Cristo: -no hace falta pensar en la gran idea cósmica de Cristo; podemos pensar en ideas mucho más simples- aquellos portadores del impulso cristiano, colocados en la altamente desarrollada cultura griega, no comprendían absolutamente nada de todo aquello. Nada poseían para contribuir al escenario de la vida grecorromana, sino únicamente su interioridad personal, la que habían desarrollado en sí mismos como su afecto personal al Cristo amado; pues le tenían este afecto como si se tratara de un miembro de una familia amada. Los que dentro del helenismo y el romanismo enraizaron el cristianismo, que hasta nuestro tiempo ha seguido desenvolviéndose, no eran teósofos cultos, ni intelectuales en general.
Los teósofos cultos de aquel tiempo, los gnósticos, se habían elevado, por cierto, a sublimes ideas sobre el Cristo, pero no pudieron dar otra cosa que aquello que debemos poner sobre el platillo que sube bruscamente. Si todo hubiese dependido de los gnósticos, es seguro que el cristianismo no hubiera tomado su camino por el mundo. No fue una intelectualidad particularmente desarrollada lo que desde el Este penetró y con cierta rapidez causó el hundimiento del helenismo y romanismo antiguos. He aquí el aspecto que se presenta por un lado. Considerado por el otro, tenemos los hombres de alto nivel intelectual; empezando con Celso, el enemigo del cristianismo, quien ya en aquel tiempo exponía todo lo que hasta hoy se suele aducir; hasta el filósofo en el trono, Marco Aurelio. Fijemos la mirada en los neoplatónicos de fina cultura quienes entonces expresaban ideas, al lado de las cuales la filosofía actual es de muy poca substancia. En su nivel y amplitud de horizonte eran ideas muy superiores a las de nuestro tiempo. Pero si miramos lo que esos filósofos sostenían contra el cristianismo, y lo mismo lo que en espíritu griego y romano aquellos hombres de alto nivel intelectual aducían desde el punto de vista de la filosofía griega, se nos da la impresión de que todos ellos no comprendían el impulso de Cristo.
Pero demos otro paso más. El referido fenómeno se nos presenta en forma más acentuada si consideramos la historia. Vemos llegar los siglos en que el cristianismo va extendiéndose dentro del mundo europeo, entre pueblos como, por ejemplo, los germánicos, que habían tenido cultos religiosos muy distintos; pueblos aparentemente unificados por sus ideas religiosas, los cuales, no obstante acogían con plena fuerza el impulso de Cristo, como si hubiera sido su verdadera vida. Si miramos los mensajeros germánicos más activos, vemos que no eran, de modo alguno, hombres de preparación escolástico teológica. Por el contrario, eran aquellos que de alma más bien sencilla actuaban entre las gentes y les hablaban con ideas sencillísimas, pero directamente al corazón, Sabían expresarse en forma tal que sus palabras llegaban a lo más hondo del alma de quienes los escuchaban. Eran hombres sencillos que se dirigían a todas partes y que actuaban de la manera más eficaz. Por un lado tenemos la expansión, del cristianismo a través de los siglos; por otro lado admiramos que este mismo cristianismo es motivo de importante erudición, ciencia y filosofía. No tenemos en poco esta filosofía, pero ahora vamos a dirigir la mirada sobre el singular fenómeno que hasta la Edad Media, el cristianismo se difundía y se arraigaba en el alma de pueblos que hasta entonces habían albergado ideas totalmente distintas; y en un futuro no muy lejano, al hablar de la expansión del cristianismo, se expondrán otras cosas más.
Los hechos que acabo de exponer, dan prueba de que la Iglesia no ha comprendido bien lo que son frutos del cristianismo. Quien considere las cosas más profundamente reconocerá que todo lo que los pueblos hicieron, hasta en los siglos recientes, fue resultado del cristianismo, y que por el cristianismo el hombre llegó a mirar desde la Tierra hacia las vastedades celestes, como lo muestran las leyes copernicanas. Esto sólo fue posible dentro de la cultura y por el impulso del cristianismo. Para el que considere la vida espiritual no en la superficie sino en sus profundidades, resultará algo que, si lo enuncio, parecerá paradójico; no obstante, es cierto. Para la profunda contemplación resulta que sin el cristianismo hubiera sido imposible el surgimiento de un Haeckel, tal como él se nos presenta, con toda su oposición al Cristo. Sin la existencia de la cultura cristiana, no hubiera sido posible el fenómeno de Ernst Haeckel. Y toda la evolución de la moderna ciencia natural, por más que se esfuerce en desarrollar oposición al cristianismo, es realmente fruto de este mismo cristianismo, una continuación inmediata del impulso cristiano. Cuando la moderna ciencia natural haya superado los defectos de su primitivo desarrollo, la humanidad llegará a comprender lo que significa que el punto de partida de dicha ciencia, en su consecuente prosecución, realmente conduce a la ciencia espiritual; se comprenderá que existe un camino que consiguientemente conduce de Haeckel a la ciencia espiritual. Esto también hará comprender que Haeckel, si bien él mismo no lo sabe, es un genio enteramente cristiano.
Los impulsos cristianos no sólo han producido lo que se llama, o se llamaba, cristiano, sino también aquello que se tiene por opuesto al cristianismo. Examinando las cosas no solamente por los conceptos sino por la realidad, se llegará a tal convicción. En mi opúsculo Reencarnación y Karma se expone que un camino directo conduce del darwinismo a la idea de las vidas terrenales repetidas. Para juzgarlo correctamente, es preciso contemplar sin prejuicios el obrar de los impulsos cristianos. El que comprende el haeckelismo y el darwinismo y conoce un poco lo que Haeckel no alcanzó a conocer - Darwin, en cambio, sabía ciertas cosas - comprenderá que el darwinismo sólo fue posible como movimiento cristiano y que consiguientemente conduce a la idea de la reencarnación. Quien, además, posee cierta fuerza clarividente, llegará, por este camino, al origen espiritual del género humano. Ciertamente, es un camino más largo pero, con la ayuda de la clarividencia, un correcto camino que del haeckelismo conduce a la concepción espiritual del origen de la evolución terrestre.
Resulta pues que tenemos no solamente el fenómeno que en los primeros siglos el cristianismo se difunde aisladamente de la erudición y el saber de los adeptos; que en la Edad Media los doctos escolásticos contribuyen muy poco a su difusión, sino que también tenemos el fenómeno paradójico que el cristianismo, como contra-imagen, aparece en el darwinismo. Toda la grandeza de la idea del darwinismo recibió de los impulsos cristianos su energía; y estos impulsos que le son inmanentes, conducirán de por sí a que esta ciencia supere al materialismo. ¡Hay algo curioso en los impulsos cristianos! Parece que nada contribuyen a su difusión, la intelectualidad, el saber, la erudición y el conocimiento. Diríamos que el cristianismo se extiende, no importa el pensar en su favor o en su contra; más aun, que en el moderno materialismo aparece, en cierto modo, como convertido en lo contrario.
¿Qué es lo que se extiende? No son las ideas del cristianismo, no es la ciencia cristiana, lo que se extiende. Se podría afirmar: lo que se extiende es el sentimiento moral que el cristianismo infundió a la humanidad. Pero si se considera la moralidad que en aquel tiempo imperaba, se verá justificado mucho de cuanto se describe como enfurecimiento de los adeptos al cristianismo contra sus adversarios efectivos o supuestos. Ni tampoco puede impresionarnos la moralidad que reinaba en las almas de alta cultura intelectual, incluso en su pensar realmente cristiano. ¿Qué es lo singular que se difunde? ¿Qué es lo que triunfalmente se expande en el mundo? Preguntemos lo que al respecto nos dice la ciencia espiritual, el conocimiento clarividente. ¿Qué es lo que impera y obra en los hombres incultos que desde el Este penetran en el helenismo y romanismo altamente cultos? ¿Qué impera en aquellos que llevan el cristianismo al ajeno mundo germánico? ¿Qué es lo que impera en la moderna ciencia natural materialista en que, en cierto modo, la doctrina todavía cubre su rostro con un velo? En fin, ¿qué es lo que reina en todas esas almas, si no son impulsos intelectuales, ni siquiera morales? Es el Cristo mismo quien va de corazón a corazón, de alma a alma; quien pasa por el mundo, poco importa que en el correr de los siglos las almas le comprendan o no.
Por la misma razón también es preciso contestar la pregunta por qué a nuestra época había precedido la otra en que el impulso de Cristo pudo extenderse sin haber sido comprendido. El acontecimiento a que la conciencia clarividente es conducida, es el de Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo. La visión clarividente, suscitada por la realidad del impulso de Cristo, en sentido antroposófico; primero fue dirigida al acontecimiento de Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo. ¿Qué sucedió en aquel instante de la evolución terrestre, el cual, al principio bastante incomprensible, se nos describe como el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles? Si se investiga con la vista clarividente lo que allí sucedió, la ciencia espiritual obtiene una respuesta, una explicación de lo que se relata: que hombres sencillos, como también lo eran los apóstoles, súbitamente comienzan a hablar en otras lenguas, diciendo lo que desde las profundidades del espíritu debían expresar, y que de ellos no se esperaba. Realmente, en aquel momento el cristianismo, los impulsos cristianos, comenzaron a difundirse de una manera independiente de la comprensión de parte de los hombres entre los que se propagaba.
Partiendo del acontecer de Pentecostés fluye la corriente que hemos caracterizado. ¿Qué fue, en realidad, ese acontecimiento de Pentecostés? Para la ciencia espiritual surgió esta pregunta; y el Quinto Evangelio comienza con la respuesta que la misma ciencia espiritual puede dar a esta pregunta.
SEGUNDA CONFERENCIA
No es fácil evocar una imagen exacta de los respectivos fenómenos, sin duda extraños; y, con el fin de obtener una idea exacta con relación al tema de este ciclo de conferencias, será necesario recordar, digamos, en la profundidad del alma, mucho de lo tratado en anteriores contemplaciones antroposóficas. En aquel momento, los apóstoles tuvieron la sensación de un despertar, la sensación de que durante mucho tiempo habían vivido en un inusitado estado de conciencia. Efectivamente, fue cual un despertar de un profundo sueño, pero un sueño extraño, un estado onírico, de tal manera -estoy hablando del estado de conciencia de los apóstoles mismos- que en todo momento, como hombre regularmente sano, se cumple con los quehaceres cotidianos, de modo que los demás ni se dan cuenta de que uno se halla en otro estado de conciencia. De todos modos, llegó el momento en que los apóstoles tuvieron la sensación de haber pasado varios días en un estado de ensoñación, del cual despertaron con el acontecimiento de Pentecostés. Este despertar lo experimentaron de un modo singular: tuvieron la sensación de que del universo hubiera bajado sobre ellos algo que sólo podría llamarse la substancia del amor cósmico.
Los apóstoles sintiéronse como despertados del citado estado onírico y fecundados desde lo alto por el amor que impera en todo el universo. Tuvieron la sensación de haber sido despertados por todo aquello que como la prístina fuerza del amor compenetra y da calor al universo, como si la prístina fuerza del amor hubiera penetrado en el alma de cada uno de ellos. A los demás, al observarlos como entonces hablaban, les causaba una extraña, impresión; pues sabían que los apóstoles habían vivido, hasta entonces, de una manera sumamente sencilla, si bien en los últimos días algunos se habían comportado de un modo algo extraño, como sumergidos en la ensoñación. Pero ahora parecieron hombres transformados, que efectivamente habían adquirido un estado del alma totalmente nuevo; hombres que habían dejado atrás toda estrechez y todo egoísmo de la vida, y que habían ganado infinita amplitud del corazón y extensa tolerancia interior, junto con una profunda comprensión por todo lo humano sobre la tierra. Además, tuvieron la capacidad para expresarse de tal manera que cualquiera los entendía.
Ante todo llegó a percibir el acontecimiento, del que realmente puede decirse que lo había presenciado durmiendo, porque para su plena comprensión se requiere la fecundación por el amor cósmico universal. Ahora percibió las imágenes del Misterio de Gólgota tal como con la conciencia clarividente retrospectiva podemos evocarlas, si establecemos las condiciones pertinentes. Francamente, no es fácil decidirse a expresar con palabras lo que se revela al penetrar con la mirada en la conciencia de Pedro y los demás que estuvieron reunidos en aquella fiesta de Pentecostés; sólo con el más hondo respeto es posible hablar de estas cosas. Diría que emociona sobremanera saber que se pone pie en suelo sagrado de la conciencia humana al expresar con palabras lo que aquí se abre a la visión del alma.
A pesar de ello y a raíz de ciertas condiciones anímicas de nuestro tiempo, resulta necesario hablar de estas cosas; pero plenamente consciente de que vendrán tiempos distintos a los nuestros, tiempos que considerarán estas cosas con mayor comprensión que los nuestros. Pues para comprender mucho de lo que al respecto hemos de decir, será preciso que el alma humana se libre de diversos elementos que ella necesariamente contiene, debido a la civilización de la época. En primer lugar, la visión clarividente percibe algo que parece ofender a la actual conciencia científico-natural. No obstante, me veo precisado a expresar con palabras, lo mejor que pueda, lo que a la visión del alma se presenta. No tengo la culpa si lo que debo decir acaso penetre en almas no suficientemente preparadas y luego sea exagerado, de modo que no pueda sostenerse frente a conceptos de la ciencia actual.
Cuando hay eclipse solar, se nota un erigirse de las almas grupales de vegetales y animales; un debilitarse de la corporeidad física de vegetales y animales, y un esclarecer de todo lo que representa el modo de ser del alma grupal. Todo lo expuesto lo percibe la visión retrospectiva clarividente si se dirige hacia el instante que, dentro de la evolución terrestre, se denomina el Misterio de Gólgota. Entonces surge algo que podría describirse así: se aprende a descifrar lo que significa aquel singular signo de la naturaleza que a la visión clarividente retrospectiva se presenta en el cosmos. Repito que no es culpa mía si me veo precisado a leer, según la escritura oculta, un fenómeno de la naturaleza por lo demás común que tuvo lugar justamente en aquel punto de la evolución terrestre; a leerlo, tal como espontáneamente se presenta, en contradicción con todo conocimiento materialista actual.
Es como cuando se abre un libro y se lee lo allí escrito; lo mismo ocurre al presentarse, aquel fenómeno cuyos mismos signos indican lo que debe leerse. Esos signos del cosmos nos obligan a leer lo que la humanidad debe llegar a conocer. Da la impresión de una palabra escrita en el cosmos, un signo cósmico. ¿Qué es lo que lee allí el alma que se abre? En la conferencia anterior he expuesto que al llegar la época de la cultura griega, la humanidad alcanzó un nivel evolutivo que en Platón y Aristóteles se elevó a un muy alto grado de desarrollo del alma humana y de la intelectualidad. En muchos respectos, en los tiempos posteriores, el saber alcanzado por Platón y Aristóteles no fue superado, pues en cierto modo la intelectualidad había llegado a un nivel supremo. Si se considera este saber intelectual que por el actuar de predicadores viandantes, precisamente en la época del Misterio de Gólgota, se había popularizado enormemente en las penínsulas griega e itálica, si se considera que dicho saber se había difundido de una manera que hoy no se comprende, se tiene la impresión comparable a un leer de aquel signo oculto que, escrito en el cosmos, apareció.
Y el acontecimiento exterior se convierte en expresión de que la humanidad había alcanzado un grado de desarrollo en que el saber adquirido dentro de la esfera de la humanidad misma, se colocó ante el conocimiento superior, como la luna ante el sol, en el eclipse solar. En aquel obscurecimiento del sol se percibe escrito en el cosmos, mediante un grandioso signo de la escritura oculta, el obscurecimiento solar de la humanidad, dentro de la evolución terrestre. He dicho que la conciencia humana del presente lo sentirá como una ofensa, porque ya no tiene capacidad para entender el obrar del espíritu en el universo. No quiero hablar de milagros en sentido corriente, o sea de un quebrantar las leyes de la naturaleza, pero no puedo menos de enunciar cómo aquel obscurecimiento del sol puede leerse, y que no hay otra alternativa que mirar con el alma y, en cierto modo, leer lo que aquel fenómeno de la naturaleza expresa: con el saber lunar se había producido un obscurecimiento, frente al mensaje solar superior.
Entonces aparece ante la conciencia clarividente la imagen de la Cruz de Gólgota con el cuerpo de Jesús, entre los dos ladrones. Y luego otra imagen la que se mantiene tanto más firme cuanto más se trata de rehuirla la imagen del Descendimiento de la Cruz y de la Sepultura. Con ella se presenta otro grandioso signo, escrito en el cosmos, y que debe leerse para entenderlo como un símbolo de lo realmente sucedido dentro de la evolución de la humanidad: al contemplar con la mirada del alma, la imagen del Jesús descendido de la cruz y la de la Sepultura, se experimenta un sacudimiento, producido por un terremoto que tuvo lugar en aquella región. Es de esperar que a su tiempo la ciencia natural comprenderá mejor la relación entre este terremoto y el obscurecimiento del sol, pues ya existen, aunque en forma incoherente, ciertas teorías que señalan una relación entre eclipse solar y terremoto e incluso explosiones en minas. Aquel terremoto ocurrió a consecuencia del eclipse solar. Ese mismo terremoto sacudió el sepulcro en que se había puesto el cuerpo de Jesús y arrastró la piedra que allí se había colocado; se abrió una hendidura y ella acogió al cuerpo. Un nuevo sacudimiento volvió a cerrar la hendidura sobre el cuerpo. Cuando a la mañana siguiente acudió la gente al sepulcro, éste estaba vacío, porque la tierra había acogido al cuerpo de Jesús; mas la piedra se encontraba al lado de la tumba. Contemplemos una vez más la sucesión de las imágenes. En la cruz de Gólgota muere Jesús. Cae la obscuridad sobre la tierra. En el sepulcro abierto se pone el cuerpo de Jesús. Un temblor sacude el suelo, y la tierra acoge al cuerpo de Jesús. La hendidura producida por el temblor, vuelve a cerrarse; la piedra es arrastrada a un lado. Son sucesos que efectivamente ocurrieron y debo describirlos de esta manera. Por más argumentos en contra que los hombres de la ciencia natural aporten, la visión clarividente lo ve tal como acabo de relatarlo. Y si alguien quisiera sostener que no es posible que en el cosmos apareciese, como poderoso lenguaje en signos, un símbolo como expresión de que algo nuevo ha entrado en la evolución de la humanidad; si alguien quisiera decir que las potencias divinas no escriben en la tierra, por medio de semejante lenguaje en señas, como, por ejemplo, un obscurecimiento del sol y un terremoto, yo respondería: respeto vuestra creencia de que no puede ser; pero sin embargo, es verdad que sucedió.
Me imagino que un Ernesto Renán; quien escribió aquel curioso libro Vida de Jesús, diría: semejantes cosas no merecen fe; sólo se cree lo que se puede reproducir experimentalmente. Pero esto es insostenible, pues Renán seguramente cree que existió el período glacial, aunque no es posible reproducirlo experimentalmente. Es absolutamente imposible retraer la época glacial; sin embargo, todo naturalista cree que existió. También es imposible que aquel signo cósmico vuelva a presentarse a la humanidad. No obstante, tuvo lugar. Únicamente por la visión clarividente podemos abrir el camino hacia esos acontecimientos, si ante todo ahondamos la mirada en el alma de Pedro u otro de los apóstoles que en la fiesta de Pentecostés se sintieron fecundados por el amor cósmico universal. Únicamente si con la visión penetramos en el alma de esos hombres para percibir lo que en ellos vivió, nos será posible - por este camino más largo - llegar a la visión de la Cruz de Gólgota, el obscurecimiento y el temblor que le siguió. No se niega, de modo alguno, que en sentido físico aquel obscurecimiento y el terremoto fueron fenómenos comunes a la naturaleza. Empero, para el que los examina a través de la clarividencia, aparecen tal como lo he expuesto; y esto lo afirma decididamente quien en su alma ha creado las condiciones pertinentes.
En la conciencia de Pedro lo expuesto fue, efectivamente; algo que en el contorno del largo sueño se cristalizó. En la conciencia de Pedro, entre diversas imágenes, se destacaron claramente: la Cruz de Gólgota, el obscurecimiento y el temblor, como primeros frutos de la fecundación de Pentecostés, por el amor cósmico. Entonces supo, lo que antes, efectivamente, había ignorado: que el cuerpo en la cruz era el mismo con el cual muchas veces en la vida había caminado. Ahora fue consciente de que Jesús murió en la cruz, pero que en verdad esa muerte fue un nacimiento, el nacimiento del Espíritu que en la fiesta de Pentecostés, como amor universal se derramó en el alma de los apóstoles. Pedro lo sintió como un resplandor del amor eterno, el amor que reina por los siglos de los siglos. Lo sintió como aquello que nació, cuando Jesús murió en la cruz. Y en el alma de Pedro se suscitó la grandiosa verdad: es simplemente apariencia que en la cruz haya tenido lugar una muerte. En verdad, esa muerte, a la que había precedido infinito sufrimiento, fue el nacimiento del cual ahora un resplandor penetró en el alma de Pedro, con la muerte de Jesús nació para la Tierra aquello que antes, por todas partes, se había encontrado fuera de ella: el amor cósmico universal.
Pido perdón por insertar una observación personal: debo decir que me sorprendió sobremanera la visión de lo que surgió en el alma de los apóstoles, lo que ellos habían vivido en el tiempo entre el Misterio de Gólgota y la Ascensión. Es extraño cómo se suscitó la visión en el alma de los apóstoles. Surgieron imágenes como esta: ciertamente, tú estuviste reunido, te encontraste con lo que nació en la cruz; como si al despertar a la mañana, se recordase cual un sueño: durante la noche estabas reunido con este o aquel. De un modo extraño surgieron los distintos acontecimientos en el alma de los apóstoles, y siempre se preguntaron: ¿pero quién es Aquel con quien estamos reunidos? Y siempre de nuevo fallaron en conocerle. Sabían: es seguro que con El habíamos caminado, pero no reconocieron la figura con la que habían estado y que ahora apareció en la imagen, al haber recibido la fecundación por el amor universal. Se vieron a sí mismos caminando, después del Misterio de Gólgota con el Cristo. También percibieron que entonces El les había dado enseñanzas acerca del reino del Espíritu. Aprendieron a comprender que durante cuarenta días habían caminado con ese Ser que nació en la cruz, y que ese Ser - el amor universal que del cosmos nació en la Tierra - había sido su maestro, pero que no habían llegado a la madurez para comprender su enseñanza; que con subconscientes fuerzas del alma le habían escuchado, y que como sonámbulos habían caminado al lado del Cristo, sin poder concebir con el intelecto común lo que ese ser les enseñaba. Durante esos cuarenta días le habían escuchado con la conciencia extraña, la que sólo ahora, al haber experimentado el acontecer de Pentecostés, despertó en ellos. Como sonámbulos habían escuchado. El les había aparecido como el maestro espiritual, y les había revelado secretos que ellos sólo comprendían, porque Él los había puesto en otro estado de conciencia. Sólo ahora vieron claramente que habían caminado con el Cristo resucitado, y ahora comprendieron lo que había sucedido.
Ahora pudieron decirse: antes de nuestro despertar en virtud de haber sido fecundados por el amor universal, habíamos estado como enajenados de nuestro estado de conciencia común. Y el Cristo resucitado estaba con nosotros; El nos acogía inconscientes en su reino, caminaba con nosotros revelándonos los secretos de su reino; secretos que ahora, después del Misterio de Pentecostés aparecen como un sueño. Causa realmente asombro este coincidir de las imágenes de los apóstoles: una de lo vivido con el Cristo después de Gólgota, y otra antes del Misterio de Gólgota, la de lo vivido conscientemente, en el cuerpo físico, con el Cristo Jesús.
Con lo que precede hemos comenzado a comunicar lo que puede leerse en el así llamado Quinto Evangelio; y para terminar este primer anuncio, deseo agregar algunas palabras que también deben decirse, aparte de aquellos hechos. En cierto modo, siento el deber oculto de hablar, en nuestro tiempo, de estas cosas. Sé muy bien que vivimos en una época en que para el cercano porvenir de la humanidad, están preparándose diversos cambios, y que nosotros, dentro de la Sociedad Antroposófica, debemos concebir la idea de que hay algo que en el alma humana necesariamente debe prepararse para el futuro. Vendrán tiempos en que será posible hablar de estas cosas de una manera muy distinta de lo que nuestro tiempo permite. Todos pertenecemos a esta época; pero se acerca un tiempo en que será posible hablar de un modo más exacto, en que probablemente mucho de lo que ahora sólo puede conocerse en principio, se conocerá por la crónica espiritual del devenir de un modo mucho más exacto. Estos tiempos vendrán, por más que la humanidad actual lo considere fuera de lo previsible. Precisamente por esta razón es, en cierto sentido, una obligación hablar de ello. Si bien me cuesta mucho hablar de este tema, predomina, no obstante, el deber frente a lo que en nuestro tiempo tiene que prepararse; y esto me ha conducido a hablar sobre este tema, ahora por primera vez, en esta ciudad. Si digo que me cuesta mucho, hay que entenderlo tal cual lo expreso. Pido explícitamente tomar como una suerte de alusión lo que ahora expongo, como algo que ciertamente en tiempos venideros podrá decirse mejor y mucho más exactamente.
Por dos razones me permito hacer esta advertencia personal: primero, porque precisamente ahora, de mala fe, se ha difundido una disparatada difamación en cuanto a relaciones que yo haya tenido con ciertas corrientes católicas; de lo cual ni una sola palabra es verdad. Semejante imputación ha tenido su origen en círculos teosóficos; y esto hace ver a qué extremo ha llegado lo que a veces suele llamarse Teosofía. Las circunstancias nos obligan a no pasarlo por alto, sino a contraponerle la verdad. Por otra parte, debido a que, cuando joven, estuve ajeno al cristianismo, me siento tanto más libre frente a él y creo que sólo por el espíritu he sido conducido al cristianismo y al Cristo. Creo que precisamente en este campo tengo el derecho de hablar imparcialmente y sin prejuicios. Quizás, en esta hora de la historia universal, se dará más crédito a la palabra de un hombre de cultura científica, el que, cuando joven, estuvo ajeno al cristianismo, que a uno que desde su infancia haya tenido contacto con él. Con estas palabras también se alude a lo que vive en mí mismo, si ahora tengo que hablar de los misterios del así llamado Quinto Evangelio.
Rudolf Steiner
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